|PAULO DYBALA.
Paulo daría lo que fuera por volver a admirar ese fascinante brillo que tanto adoraba en aquellos ojos celestes, no importaba si para eso tenía que escapar de su realidad. Daria lo que sea para verla feliz, así le doliera el alma al h...
Sus manos temblaron al sentir el contacto de aquel papel rugoso de origen desconocido. Repasó nuevamente el sobre donde en una esquina marcaba su nombre escrito en lápiz, como si la dueña no estuviera segura de lo que estaba por hacer. Ardía plenamente conocerla tan estúpidamente bien, su caligrafía parecía impresa dando envidia a cualquier tonto que se dedicara a estudiar letras. Las ganas de esbozar una sonrisa al ver el pequeño signo de exclamación, obviamente en lápiz, junto a la dirección de su casa no hizo otra cosa más que llenarle el jodidamente orgullo machista que en algún lado se encontraba. Ella quería que el envío fuese uno de los importantes.
Rompió la especié de sello que unía el extremo del sobre y palideció al instante cuando vió el nombre que seguía atormentandolo en los sueños junto a otro que hizo causarle más náuseas de las que tenía.
Su jodido ex-mejor amigo se iba a casar con su jodido ex-amor. Y jodidamente, él era uno de los invitados.
Apretó tanto su mandíbula que tuvo que recordarse ir al odontólogo para chequear que no se había roto ninguna muela cuando sus ojos cayeron sobre la fecha de la estupida boda. Todavía faltaba para que ese evento desastroso se cumpla.
Varios pasos interrumpieron el ambiente de silencio que Paulo tenía, obligándolo a leer lo que faltaba con rapidez antes que su jodida novia le armara un escándalo.
Un papel del mismo material que el sobre estaba abrochado a la invitación, como si eso se hubiese decidido agregarlo a último momento .
No pasó en alto el detalle que nuevamente estaba escrito con lápiz, dejándolo leer una dirección y un horario diferente a la boda. Tambien lo estaba invitando a una fiesta de compromiso.
Escondió todo dentro de su bolso de entrenamiento, y antes de que su novia le reclamara su ausencia a la cena con sus suegros, abandonó el lugar.
Fueron cinco jodidos años sin saber la existencia de la castaña, y absolutamente nada le importó menos que saber su vida antes de que la invitación llegara a sus manos. Pero todo había cambiado, no estaba seguro del motivo en querer aparecer de la nada a su vida.
Solo tenía certeza en algo:
Paulo daría lo que sea para verla feliz, así le doliera el alma al hacerlo.
Así sea solamente su última opción.
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