C A P I T U L O. O6

6 0 1
                                    

    ¡Proa hacía el Sur! Henos ahí, en marcha por las carreteras de Francia, peregrinos sobre patines en busca del sueño imposible. Menuda pareja formamos: un adulto desgarbado con bigotes de gato y un pelirrojo con el corazón de madera. Somos Don Quijotes al asalto de los paisajes del western andaluz. Luna me ha descrito el sur de España como un lugar imprevisible en el que los sueños conviven con las pesadillas, de la misma manera que conviven indios y vaqueros en el Oeste americano. Vivir para ver.

    Por el camino charlamos mucho. Méliès, en cierto sentido, se ha convertido en mi doctor Love, la antítesis de Madeleine, pero también es cierto que en el fondo son parecidos en muchas cosas. Por mi parte, intento animarle en su (re) conquista amorosa.

    —Quizá ella aún te quiere… Un viaje a la luna, aunque sea en un cohete de cartón, todavía podría gustarle, ¿no?

    —Bah, no lo creo. Le parezco ridículo con todas mis chapuzas; estoy seguro de que terminará enamorándose de un científico o de un militar, visto cómo ha terminado todo.

    Incluso sumergido en la melancolía, mi relojero prestidigitador conserva una fuerza cómica muy poderosa. Su bigote torcido, que el viento agita sin cesar, contribuye a esa imagen.

    Jamás me he reído tanto como en esta fabulosa cabalgata. Viajamos clandestinamente en trenes de mercancías, dormimos poco y comemos cualquier cosa. Yo, que vivo con un reloj en el corazón, ya no miro la hora. La lluvia nos ha sorprendido tantas veces que me pregunto si no habremos encogido. Pero nada puede detenernos. Y nos sentimos más vivos que nunca.

    En Auxerre, nos vemos obligados a dormir en el cementerio. A la mañana siguiente, desayuno sobre lápida a modo de mesita baja. Esto es vida.

    En Lyon, atravesamos el puente de la Guillotière montados en nuestras planchas rodantes, agarrados a la parte trasera de un carruaje. Los viandantes nos aplauden como si fuéramos los primeros corredores del Tour de Francia.

    En Valence, después de una noche de vagabundeo, una anciana señora que nos toma por sus nietos nos endilga el mejor pollo con patatas fritas del mundo. También nos ofrece un agradable baño de jabón que nos deja como nuevos y un vaso de limonada sin burbujas. Qué grandísima vida.

    Limpitos y relucientes, partimos al asalto de las puertas del Gran Sur. Orange y su policía ferroviaria, poco dispuesta a dejarnos dormir en un vagón del ganado, Perpiñán y sus primeros perfumes de España. Kilómetro a kilómetro, mi sueño se ensancha en todas sus posibilidades. ¡Miss Acacia, ya llego!

    Al lado de mi Capitán Méliès, me siento invencible. Atravesamos la frontera española, arqueados sobre nuestras planchas rodantes. Un viento cálido penetra en mi interior y transforma las agujas de mi reloj en aspas de molino. Un molino que muele los granos del sueño para convertirlos en realidad. ¡Miss Acacia, ya llego!

    Tras atravesar ciudades y paisajes diferentes, creo intuir que nos acercamos a Andalucía: veo un ejército de olivos que nos abre el camino, relevados por naranjos que acurrucan sus frutos en el mismo cielo. Infatigables, avanzamos. Las montañas rojas de Andalucía recortan ahora nuestro horizonte.

    De repente un estruendo hace temblar el cielo y de entre las nubes un rayo ilumina nuestro camino. Lo cierto es que ha sido demasiado cerca. Méliès me hace una señal para que esconda mi chatarra; no es aún el momento de atraer a los relámpagos.

    Un pájaro se nos acerca, planeando como lo haría un carroñero. El circo de rocas que nos rodea lo hace inquietante. Pero no es más que la vieja paloma mensajera de Luna, que me trae noticias de Madeleine. Me alivia verlo regresar, pues, a pesar de la excitación de la aventura, de la materialización de mis sueños, no olvido a Madeleine ni por un minuto.

la mecanica del corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora