×Desdichado×

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El agua entró a sus pulmones, tragaba agua sin tener ideas de como nadar, las piscinas y el mar no eran sus amigos. Aleteaba tratando de subir a la superficie, ya no había luz del otro lado con la cual iluminarse, quería morir, sí, pero no ahogado, la desagradable idea de que el agua se metiera a sus pulmones le volvía loco, lo peor era que estaba bajo la idea de que en cualquier momento sufriría un ataque de pánico.

Atrapado, se despedía de su vida soltando los últimos rastros de aire que le quedaban en los pulmones, perdía las fuerzas debido a sus problemas físicos que de por sí lo tenían agotado al correr por tanto tiempo en las pocas vuelta de la entrada del laberinto ¿Ese era el fin? ¿Muerto en las profundidades de la alcantarilla de un laberinto estando involucrado con magia? Realmente parecía una aventura de fantasía, pero había un problema en todo eso, a Elian no le gustaba esa sensación, estar mojado en exceso le recordaba cuando lo manguereaban los niños del orfanato o cuando se daba duchas tratando de eliminar todos los rastros de La Demonio.

Antes de abrazar a la muerte fue jalado de la muñeca, no era capaz de abrir los ojos bajo el agua por miedo a saber lo que podría estar ahí. Fue arrastrado hasta llegar a la superficie, inhaló tanto como pudo escupiendo agua, vomitando todo el líquido que entró a su cavidad respiratoria. Al abrir los ojos Marcial estaba recostado sobre la tierra recuperando el aliento cubierto de la oscuridad, solo supo que era él porque cayó frente a sus ojos con él, una vez paró de toser, habló.

—M-Mataré a ese hijo de perra si... —Tomó una fuerte bocanada de aire—, lo vuelvo a ver. —Giró la cabeza mirando a Elian con curiosidad—. ¿Tú estás bien?

No dijo nada, solo se echó a llorar en el suelo haciéndose bolita con los dientes castañeando. Lo único que pidió, lo único malo que si bien planeó no resultó como esperaba, pero que le daría el mismo final, no funcionó. Marcial pensó que su reacción se debía al susto, así que se levantó del suelo apoyando ambas manos en la tierra, se dio la vuelta y agitó la bandana como si de una sábana se tratara hasta qué la anchura aumentó, iluminándose.

—Oye, no te asustes por lo que haré, por favor. Espérame un momento, estás mojado y hace mucho frío, enfermarse es un asco porque después recuerdas como era cuando tenías la nariz destapada antes de que se te tapara y lo extrañas.

Al voltearse pudo ver su rostro por completo. Aquello que ocultaba bajo la bandana eran nada más ni nada menos que cicatrices de quemaduras que le cubrían desde la mitad de la cara hasta más abajo del pecho, Elian abrió los ojos, no estaba asustado, solo un poco aturdido por lo sucedido y la revelación del extraño. Marcial se sentó a su lado cubriendo a ambos con la cálida tela que desprendía un calor para nada asfixiante por encima de los hombros.

—Las salidas del calabozo secreto nunca están cerca de las entradas, hay que dar unas vueltas y buscar las puertas, si tenemos suerte encontraremos puntos extra, te ofrezco repartir en dos el botín si no les dices nada a los dos changos.

Ignoraba sus palabras, acomodó el extremo de la bandana con el tamaño de una sábana hasta que le llegó al pecho, cerró los ojos intentando imaginar como hubiera sido terminar de ahogarse en el fondo de las aguas, sin duda era una sensación que no volvería a experimentar, la muerte le había dado miedo.

Ese momento donde se supone que ocurre la catarsis era una fragilidad compleja, llena de recuerdos desdichados y los recurrentes deseos de muerte, no quería morir con dolor, ahogado no. Dobló las piernas apegando las rodillas al pecho, escuchó los ecos de los pasos en la superficie por el alrededor de la cueva, adormecido, cerró los ojos un momento.

—No me has dicho nada de ti ¿Por qué no me hablas?

¿Y cómo hacerlo? La libreta que había traído estaba mojada, su único método de comunicación murió empapado. Marcial estaba expectante, en espera de una respuesta. Con cada segundo de silencio intentaba acercarse un poco más.

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