TORPEZA

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Estaba íngrimamente sola. Era extraño estar en mi cubículo acompañada tan solo del silencio. Mis compañeros estaban realizando labores externas, mientras yo me quedé ante el computador alimentando la base de clientes con los avances que en la tarde anterior recabé en los juzgados, además estuve redactando varias tutelas. Mi jefe quedó tan impresionado con mi habilidad para ello que prácticamente se las entregaba a los clientes a ojo cerrado. Sin embargo, en algún momento lo sencillo debía acabar y en cierto período de la mañana me encontré peleando (literalmente) con un proceso de responsabilidad civil extracontractual. Estaba armando el cuaderno para el traslado tal y como Andrea me lo había explicado al menos unas quinientas veces.

“¿Cómo era el orden? ¿Demanda, anexos y poder o sería anexos, poder y demanda?”

Susurré una palabrota mientras observaba los documentos una y otra vez como si fuera un rollo de papiros escritos en sánscrito. Por culpa de la novatada, el segundo día de trabajo me inadmitieron dos demandas, lo cual implicaba retirarlas, acomodarlas como es debido y volverlas a poner en reparto. Es decir, pérdida de tiempo y dinero, sobre todo dinero. Sin embargo, Francisco había sido muy paciente y no me había regañado por ello, aunque quedó claro que no estaba feliz. Me había llevado el cuaderno de anotaciones varias donde tenía consignados estos aspectos con el fin de repasarlos con más calma en la intimidad de mi habitación, pero había cometido la estupidez de dejarlo sobre el escritorio. (Torpeza número 200 de la semana y la 1° del día)

“Yo creo que el orden es: poder, anexos y demanda…”

- ¡Oiga! ¡¿Es que usted es bruta o qué?!...

- ¡¿Qué?!

La aireada exclamación que profirieron al unísono aquellas cuatro cabezas, cuyos ocho pares de ojos me observaban estupefactos me sacaron de un tajo del relato. De inmediato arreció una cantidad incalculable de despotricaciones, reproches y preguntas sobre lo ocurrido. A voz en cuello. Con gran volumen. Todas a la vez. Parecía una algarabía proveniente de un gallinero situado en la mitad de una plaza de mercado. Un jardín de niños en la hora de recreo era un convento comparado con ese escándalo. Traté de calmarlos por las buenas pero fue infructuoso, hasta que sin más remedio, colmaron mi paciencia.

- ¡Bueno ya carajo! ¡Cállense! -exclamé fingiendo enojo- O no les cuento nada y se quedan con la duda.

Silencio.

- ¿Puedo continuar?

Asintieron.

- Gracias. Entonces…

...Levanté la vista con dirección hacia la voz que acababa de insultarme, sin darle crédito a lo que mis oídos acababan de escuchar.

-¿Perdón?

- Genial. Además de bruta, sorda.

La ira subió desde las puntas de los dedos de los pies hasta el último de los cabellos en mi cabeza con la fuerza de un rayo. La sentía hervir en la cara. Estaba segura de que para ese momento estaba completamente roja a causa de ella. Patricia me fulminaba con sus ojos de víbora color verde esmeralda con el mismo odio de la primera vez. Se hallaba de pie, justo frente a mí, con el ceño fruncido y ganas de aniquilarme. Vestía un pantalón de tela en algodón color azul rey, una blusa blanca de corte campesino sin tirantes y tacones de cuero color habano. Su cabello rubio liso caía hasta la altura de los hombros, los cuales estaban adornados por un ejército de cientos de pecas. Era muy blanca con el rostro plagado de facciones delicadas. La nariz en extremo pequeña y respingada seguramente había sido alterada quirúrgicamente. La ropa no podía ocultar que en algún momento su cuerpo había pasado por las bondades del bisturí y un sometimiento estricto a horas y horas de religiosa rutina en el gimnasio. Se vería más bonita sino fuera por el gesto de amargura que había adoptado de manera permanente. Una ligera sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios, seguramente al notar que sus palabras estaban logrando desestabilizarme. Tuve que apretar los dientes para no estrangularla.

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⏰ Última actualización: Mar 16, 2015 ⏰

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