PRIMERA VEZ

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  • Dedicado a Rossana Javela
                                    

Quedé obnubilada por completo, como si una peligrosa serpiente me hubiera mordido y su veneno se hubiera esparcido por todo mi cuerpo a la velocidad del pensamiento. No podía mover ningún miembro, no podía parpadear. Gracias a Dios y a los movimientos involuntarios porque de no ser así, tal vez hasta hubiera podido morir de un shock anafiláctico.

Nada más importaba, nada más existía y si así era, no me interesaba, tan solo quería verlo a... Él.

La penetrante mirada de tres seres que me traspasaban el alma, indagándome con pensamientos ininteligibles que aunque no podía escuchar, podía deducir que estaban allí, fue lo que me despertó. Un calor insoportable invadió mi rostro, de seguro que estaba completamente sonrojada. Tragué entero sintiéndome avergonzada.

- A... Ángela- Dijo Laura sin tratar de disimular su perturbación- te presento a mi prima Diana y a mi hermano Cristian.

La primera en ofrecerme la mano fue Diana, lo hizo con una enorme sonrisa en su rostro, no parecía tan turbada como su prima, más bien estaba congelada en una mueca burlona. Fue muy difícil, pero logré apartar la mirada del nuevo objeto de mi afecto. Con toda la formalidad del caso, le estreché la mano, tratando en vano de disimular mi aturdimiento. En primera instancia, no me preocupé mucho en repararla, porque de inmediato recordé que era su turno. Cristian me miró a los ojos y me ofreció una sonrisa tímida y entonces me atreví a perderme en su mirada. Me la sostuvo con una especie de signo de interrogación dibujada en el rostro, pero que duró poco, porque de inmediato bajó los ojos y se concentró más en el acto diplomático de estrechar mi mano. Saboreé cada microsegundo que duró franquear la distancia que nos separaba, pensando que se sentiría tocarlo, pero cuando su piel y la mía hicieron contacto, extrañamente sentí una especie de corrientazo, pero no fue algo sentimental o imaginario, fue un vivido corrientazo físico, que se transportó por todo mi cuerpo y se focalizó en la espina dorsal. Pude sentir como se erizaban todos los cabellos en los poros de mi piel. Lo peor fue que Cristian también lo sintió, porque en un santiamén me soltó con brusquedad mientras me miraba sin comprender. ¿Qué le podía decir? ¡Yo tampoco lo entendía! Era la primera vez que experimentaba todo aquello; no solo se trataba del hilo conductor de energía que se había movilizado con fuerza a través de toda mi humanidad y que había sacudido hasta la última fibra de mi ser, para luego desembocar en él. Se trataba de todo. TODO. Me pregunté ¿Qué demonios me había pasado? ¿Qué me pasaba?, había visto muchos hombres bien parecidos a lo largo de mis veinte cortos años de vida, y aunque Cristian era físicamente atractivo, conocía hombres mucho más agraciados; entonces, ¿Por qué me pasaba esto? ¿Por qué con él? De hecho: ¿acaso era yo la precursora de aquella reacción química extraña? No estaba segura, pero era plausible. Sentí enrojecer de nuevo.

Cristian continúo mirándome hecho una maraña de confusión, y yo le sostuve la mirada encantada. Quería estudiar cada centímetro de su rostro y guardarlo en mi mente, quería tratar de entender tantas cosas, que por más que me esforzaba, no podía descifrar, pero el solo hecho de intentarlo, era un deleite para mí. Era como una especie de placer masoquista. El silencio era dulce y el desconcierto era el instrumento perfecto para que la conexión establecida (o como fuera que se llamara) no se perdiera. Todo desapareció. Éramos él y yo, solo él y yo en el mundo, estudiándonos, conociéndonos o incluso ¿reconociéndonos? No eran necesarias las palabras. Sonará extraño, pero en ese segundo que duró nuestro contacto visual, en ese momento que a mí me pareció eterno, casi divino, fuera de este mundo, supe que podría llegar a enamorarme de él. Si, sería muy fácil amarlo, tan solo necesitaba que él me lo permitiera.

Lo que rompió el hechizo fue el fuerte poder de la intimidación que ejerce sobre cualquier ser humano una mirada aguda, o en este caso dos: Laura y Diana nos observaban con cara de desconcierto, aunque Diana más bien seguía tratando en vano de contener una risita maliciosa. Tuve que apelar a todas mis fuerzas para liberarme del embrujo, incluso sacudí un poco la cabeza tratando de volver a la normalidad. Una tensión muy densa acaparó el ambiente; como si se tratara de mi faro hacia el camino correcto fijé los ojos en Cristian, buscando recuperar aquello que teníamos, y que no podía explicar, pero no fue posible, todo lo contrario, por más que lo intenté, no pude recobrarlo. Y fue allí cuando para mi decepción advertí la ironía: lo había perdido sin siquiera haberlo podido tener.

- Bueno muchachos- dije tratando de ser lo más natural posible- yo regresaré a la rumba, un placer conocerlos.

Diana y Laura asintieron con la cabeza, Cristian a duras penas si me miró. Noté que el ambiente se había tornado enrarecido, que cada vez era más difícil respirar. Decidí por mi bien, que recogería la poca dignidad que me quedaba, y aunque ya para entonces estuviera agujereada y hecha girones, la tomaría como pudiera y me vestiría con ella aunque en el intento se pudieran ver descubiertas algunas zonas de mi ego destrozado y una vez sentí que me había armado de la actitud suficiente para no tropezar y terminar viéndome más estúpida de lo que me sentía, franqueé los pocos pasos que me separaban del interior del apartamento y me adentré de nuevo en la rumba y en la vida real… sin mirar atrás.

Por un segundo me detuve, y con un suspiro de resignación, me dispuse a comenzar la titánica tarea de abrirme paso entre los bailarines empedernidos que esta vez se movían alocadamente al ritmo de un reguetón. Por la ilusión de alguna luz estroboscópica, los cuerpos parecían caricaturas mal recortadas que posteriormente fueron pegadas en una escena ajena a la original mostrando pasos de baile surrealistas y movimientos física y materialmente imposibles. Volví a sentirme invadida por el calor abrasador, pero rechacé el recuerdo de mi malestar estomacal, en su lugar me concentré en la difícil tarea de hallar a mi mejor amiga. Ella tenía que saber lo que me estaba ocurriendo, porque ni de lejos podía (ni quería) sacarme a Cristian de la cabeza.

Me metí en medio del barullo desordenado de saltos y danzas sin sentido, rechazando amablemente algunas invitaciones al azar para que me uniera, hasta que finalmente logré llegar al otro lado de la pequeña sala. Busqué con  la mirada su figura delgada e inconfundible, tratando de discernir entre lo que no era discernible. Entonces recordé que Felipe estaba buscándome y sentí otro retorcijón en mi estómago. Me detuve en un rincón mirando infructuosamente hacía todos lados, mientras el sudor frio me recorría las sienes de nuevo. Odiaba admitirlo, pero ese estúpido hacía que se me crisparan los nervios. Exhalé un suspiro impaciente mientras en mi cabeza tan solo tenía certeza de cuatro cosas:

La primera: Felipe estaba obsesionado conmigo.

La segunda: Eso me daba miedo.

La tercera: Yo estaba obsesionada con Cristian.

La cuarta: Eso me daba miedo.

LO QUE GRITA TU SILENCIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora