El planeta ya no podía resistir más. El siete de febrero del dos mil treinta y tres cerca de las tres y media de la tarde, en todos los diarios y canales de noticias, se publicó oficialmente que la evacuación de la tierra era inminente, pues los altos niveles de radiación y contaminación, matarían a quien siquiera respirara. Para ese entonces todos los ciudadanos de todas las naciones deberían recordar cada mañana en ponerse las máscaras de oxigeno artificial, en sus casas no corrían peligro, pues los oxigeneradores, máquinas diseñadas para producir oxigeno artificial en áreas limitadas, no dejaban a los hogares escasos de aire; también estaban las centrales de tratamiento, plantas enormes que se encargaban de procesar, limpiar y convertir sustancias como el petroleo, en agua.
A pesar de todos los intentos del ser humano por vivir, si uno de estos aparatos llegase a fallar, el individuo moriría al instante. La empresa encargada de producir estos aparatos, LifeLabs, estaba conformada por médicos, biólogos, químicos, físicos y matemáticos de todas las naciones alrededor del planeta; estaban encargados también, de crear una estación que se mantuviese en órbita lejos del planeta, ambientada en las condiciones saludables que tenia el planeta cuando el ser humano llego allí; esta plataforma estaba rigurosamente construída, pues seria el nuevo hogar de la humanidad, o por lo menos, hasta que otro planeta en condiciones similares fuese adaptado para continuar allí, el imperio humano.