Capítulo I: Uvas verdes

214 41 43
                                    

¿Por qué era tan agrio? ¿Por qué le gustaba tanto ese sabor que le traían las uvas verdes?

Nunca fue fanática de las uvas, exceptuando el vino. Siempre que su padre le insistía en que probará bocado, ella se negaba. Recordaba al hombre verla con algo de decepción ¿Una emperatriz romana sin gusto alguno por las uvas? Raro de ver, tal vez.

Desde hacía días que pedía un tazón de uvas frescas, siempre al medio día, para degustar en solitario en su balcón. Un gusto... No, una necesidad que sorprendió a la servidumbre, acostumbrados a su joven emperatriz reacia a probar el fruto.

—Su majestad. — escucho que llamaban a sus espaldas.

Era Lucius. Sostenía una pequeña copa con un líquido transparente.

Amity rápidamente entendió el porque de su presencia. Había olvidado tomar el vaso de veneno. Todos lo hacían, creían que tarde o temprano su cuerpo crearía una especie de inmunidad contra el veneno. Obviamente la emperatriz también tomaba su vaso de veneno. En cantidades pequeñas y casi diarias.

Una vez que la copa estuvo en su mano, tomo rápidamente el líquido, sin dejarlo mucho tiempo en su boca. Sentía como el espeso veneno se paseaba por su garganta, hasta quemar en su estómago. No había daños graves, pero si un terrible dolor estomacal.

Su consejero la miro, preocupado.

—Usted sabe que tomar aquello no es una obligación, emperatriz. — susurró, a sabiendas de que la servidumbre podría escuchar y crear rumores al rededor de ella.

Ella negó, aún controlando las náuseas que sentía. Finalmente hablo.

—No se preocupe, Lucius. — calmó —Mi padre lo hacía, su padre también... Es una tradición que estoy negada a terminar. Me verían como alguien débil. Y como emperatriz, no puedo tomarme esa molestia.

Él negó con la cabeza. La emperatriz podía llegar a ser tan caprichosa...

Unos minutos de silencio los envolvieron. Los pájaros cantaban vigorosos, un canto apenas perceptible para sus oídos, ya que los árboles donde reposaban estaban lejos de donde la emperatriz yacía descansando. El sol no era piadoso, quemando las pieles debajo de ella. Tanta luz iluminaba gran parte del palacio, casi quemando la vista de Amity.

—¿Alguna novedad sobre la joven del Coliseo? — pregunto con casualidad, volviendo su vista a las uvas, jugando con estas entre sus dedos pálidos.

—Con tristeza, le informo que no he hayado el paradero de la joven.

La emperatriz frunció sus delgadas cejas, volviéndose bruscamente al joven que seguía parado a sus espadas.

—No puede ser cierto... — negó con la cabeza —Consulta con quiénes asistieron junto a mi persona al Coliseo.

—Eso hice, majestad. — agachó la cabeza, intimidado —Nadie parece conocerla.

La emperatriz se rehusaba a creer tal afirmación. Alguien debía de conocer a aquella joven, era imposible que nadie la conociera. Si, seguramente Lucius no hacía buscado lo suficiente. Era absurdo pensar que alguien que estuvo presente en el balcón real no fuese conocido. No tenía sentido.

—Trae a la general. — ordenó sin mirarlo. El chico parpadeo, y salió casi trotando del lugar.

Suspiro con cansancio y tomo agua de una copa que yacía a su lado. El asunto con la joven dama se estaba complicando, y le era entretenido buscarla, manteniendo a la emperatriz jugando con la incertidumbre, dudando a cada segundo de la propia existencia de la joven.

Su mente divagaba con el recuerdo de su rostro bronceado y perfilado. ¿Como era posible que su piel tostada haya cautivado incluso a Lucius? Normalmente la piel blanca, casi de porcelana, era el ideal de belleza femenina. Sin embargo, su rebelde belleza pareció ir en contra de los estándares de forma voluntaria. Su cabello castaño, como el café tostado, tampoco se salvaba de ir en contra de los estándares romanos; corto, como el corte destinado a los hombres, un poco mas largo y desaliñado bajo esa gruesa corona de laurel con adornos que fueron imperceptibles para la vista de la emperatriz. Una belleza y audacia que parecía cautivar a quien fuere.

Pasos resonaron en la estancia, haciendo que Amity se levantará de su cómodo asiento, dedicándole una mirada exigente a Boscha, quién le devolvía la mirada con desdén.

—¿En qué puedo servirle, majestad? — hizo una reverencia al pronunciar sus palabras. La emperatriz divago, dudando en si contarle acerca de su peculiar interés por la joven del Coliseo. No se podía arriesgar a que sus intenciones se mal interpretarán y la emperatriz quedase como una adúltera que buscaba, en el peor de los casos, acostarse con la joven.

Miró a su consejero, dándole una señal que solo él podía entender. Pronto algo puntiagudo en la espalda de la general, la hizo tensarse y ponerse rígida.

—M-majetad...

—Si lo que se hable aquí, por alguna razón, es sabido por alguien más... — comenzó, acercándose a la mujer —Me encargaré de exiliar a tu familia, junto a ti, de Roma. Si es posible inclusive matar a tu pequeña hija. — amenazó con casualidad.

Boscha dejo que su saliva pasase por su garganta con dificultad, intimidada a sabiendas de que la emperatriz siempre decía verdades. Obviamente acepto aquel pacto de silencio, no podía poner en riesgo la vida de su hija recién nacida.

—P-pero, su majestad... — tartamudeo, siendo incapaz de hallar las palabras en su boca —Llevaría meses buscar por toda Roma en solitario.

La emperatriz no dudo de si misma, siendo firme en su orden: buscarla fuera de Roma de ser necesario.

—Lucius te ayudará. Hagan lo que sea necesario.

Su consejero y la general se miraron, sin entender la disimulada desesperación de su emperatriz. La joven nunca mostró un interés por alguien fuera de lo político, y verla desesperada por encontrar a una completa desconocida era desconcertante. Sin embargo, no se atrevieron a desafiar a su emperatriz, ella podría desterrarlos sin remordimiento alguno.

Ambos acataron la orden, retirándose inmediatamente para comenzar con la ardua búsqueda. Amity solo se quedó mirando el extravagante tazón con uvas verdes. Pero su soledad no duró mucho, ya que una inesperada presencia la saco de sus pensamientos.

—Hermana. Tanto tiempo. — sonrió con falsedad.

—Edric... — escupió con desprecio — ¿No te bastaba con nuestra hermana?













Ya se, ya se. Esta corto y aburrido, prometo compensarlo.

-LUZ_NOC3DA- ya actualice, ¡Alimentame!

PaellicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora