Odiaba el olor del pasto mojado, le parecía repulsivo, pero de una manera que la incitaba a volver a aquel jardín cada vez que podía.
Dicho lugar estaba oculto del ojo ajeno, siendo conocedores de aquel lugar solo Lucius, Boscha y la familia real (siendo ésta inexistente). Algo que calmaba a la joven emperatriz, aquel era su lugar privado y personal donde podía ir a simplemente respirar en paz y tranquilidad.
Mucho había sido el estrés de las últimas semanas; eventos deportivos a los que asistir, nuevas construcciones en nuevas tierras adquiridas por el imperio, la errada búsqueda de la joven del coliseo y por supuesto, la aparición de Edric.
Para sorpresa de Lucius, Amity mantenía la calma cada vez que le informaba de la búsqueda de su peligroso hermano, siendo los resultados totalmente desanimantes. Él sabía que la joven emperatriz prefería mantener su mente ocupada con la joven del coliseo, fantaseando en silencio con volver a encontrarse y tener una conversación, saber quien era ella y como había podido colarse entre los altos rangos aquella tarde en el coliseo.
Al mojar sus delicados pies en la pequeña laguna cristalina del jardín, ya nada podía perturbar la paz de Amity. Solo era ella y el silencio que le brindaba el jardín. Ella nunca fue amante de la naturaleza, prefería la calidez de su palacio, donde contaba con sirvientes y comida caliente a tan solo una simple orden de distancia. Pero, inevitablemente, de vio seducida por las lagunas de cristal y los vientos que traían los secretos de las personas consigo. Patético, pensaría su padre.
Recordó su anormal infancia, sus años siendo educada con el objetivo de desposarla con algún militar o, en su defecto, con algún líder de algún imperio con el que quieran crear alianzas políticas. Para una Amity de diez años de edad aquellos planes eran lo más normal que conocía: ella siendo usada como moneda de cambio. Pero talvez, solo talvez, ella llorara a escondidas de sus padres y de todos, porque no quería casarse con alguien que no amaba, recordando las obras de teatro de César, donde aquellos que consumían patrimonio se amaban profundamente... Antes de que alguno posteriormente muera, claro. Con el paso de los años, y con la corona reposando en su cabeza, empezó a abrirse a la idea de no casarse. No quería lidiar con las responsabilidades de un marido, porque ella sabía que intentaría quedarse con la corona o desafiar su autoridad. Pese a que muchos la cuestionaron por tal decisión, quedaron satisfechos con la razón que la emperatriz daba a relucir: el objetivo de casarme es solo para tener herederos. Los tendré, pero no me casare. Nadie parecía lo suficientemente valiente como para cuestionarla. Después de todo, ella era la emperatriz, ella cuestionaba, no al revés.
—Díganme, emperatriz. ¿Le gustan las palomas? Dicen que las blancas pueden ser Zeus, en busca de una nueva amante.
Intento parecer serena, controlar los latidos de su corazón. Pero no, no pudo exigirse tanto al volver a verla, menos al encontrarla colada, nuevamente, en un lugar para la nobleza.
—¿Qué hace usted aquí?
—¿No le enseñaron a saludar a sus invitados, emperatriz?— Ladeó la cabeza, inocente.
—No eres una invitada por estos lados. Este jardín le pertenece a la familia real.—La encaró, mientras la contraria se recostaba en un viejo árbol cerca de donde se encontraba una desconcertada Amity.
—¿Familia?— rió entre dientes.—¿A que le está llamando "familia" exactamente, emperatriz?
Ciertamente, ella solo lo decía por compromiso. Su padre le decía lo mismo a su madre cada vez que la encontraba con algún joven al que sedujo. Más tarde se dio cuenta de que su madre había sido una desleal a su padre con múltiples amantes, mucho más jóvenes que ella. Pero en ese momento no estaba su padre o su madre, y esa joven no era su amante, para nada.
—Le pido que se retire.—Hablo entre dientes. La joven negó con la cabeza.
—Me gusta este lugar, me quedaré otro rato.
—Me temo que eso no será posible.
—¿Por qué? ¿Llamara a alguien y ordenará a que me ejecuten por irrumpir en el escondite de la emperatriz?—escupio con ironía.
—Es una razón bastante válida, creo yo.
—Supongo que así es. Pero valió la pena conocer el lugar al que va cuando se siente sola.—una mueca de disgusto se formó en el rostro de la emperatriz.
—El si me siento sola o no, no es de su incumbencia.
—Está bien, está bien...—se rindió, riendo mientras se levantaba del suelo.—Llame a alguien, emperatriz.
—¿Para qué?—Cuestiono con una ceja arqueada. La joven sonrió con ironía.
—Para ordenar mi ejecución.—explico—Se supone que no debo estar aquí y la emperatriz no tolera tales cosas.
—Eres una joven bastante extraña, a decir verdad.
—Y usted una emperatriz blanda, seducida por la simple presencia de una joven como yo. Esto le gusta, calma su inevitable soledad. Por eso me busca, porque sabe que diré y haré cosas que están fuera de su entendimiento y sentido común, y le dará algo en que pesar cuando esté sola.
Ella iba a alegar, pero la joven fue más rápida.
—Le sugiero, emperatriz... Que pase por la fiesta privada que daré en unos días, le hace falta estar en un lugar en el que en verdad quiera estar.—sonrio—preguntele a cualquiera por mi, todos tendrán una respuesta.
—¡Su majestad!—llamo Lucius a lo lejos. Ella rápidamente miro al joven consejero pero, en consecuencia, perdiendo de vista a la joven que estaba a tan solo metros de ella.
Esa joven era delirante. Jamás había conocido a alguien tan impuro e irónico frente a la emperatriz. Talvez le llamaba la atención aquel peculiar trato hacia ella, pero no podía permitir que una joven tan extraña y desconocida para ella la tratase de aquella forma, era indecoroso para alguien como ella, para la emperatriz.
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Paellicio
FanficOh, las fiestas privadas en la antigua Roma. Llenas de excentricidades y placeres. Los festines, el vino, los acompañantes y la música. Sin duda ir a una fiesta privada era una oportunidad para mostrar tu poder y asombrar a tus invitados... Por ello...