Capítulo 8 - Nuevas caras y nuevos amigos

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"El encuentro de dos personas es como el contacto de dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman" - Carl Gustav Jung

Me despierto al sentir los primeros rayos del sol rozando mis pómulos, como incitándome a despertarme. Siempre me ha costado mucho levantarme, pero ese día no remoloneo en la cama, incapaz de esperar un rato más a que el sol brille con más ímpetu en el cielo.

De un salto, me lanzo al suelo y miro por la ventana mientras me desperezo; parece que ha pasado toda una eternidad desde la última vez que dormí tan bien, y ni siquiera me he puesto el pijama.

Ayer, debido al cansancio, una puerta al lado de mi armario me pasó desapercibida. Entro, curiosa, para descubrir encantada que es un cuarto de baño para mi sola, repleto de jabones, sales, y colonias. Sin pensarlo dos veces, me desnudo para darme un buen baño.

Mis músculos poco a poco se empiezan a relajar gracias al agradable agua caliente. Lanzo un suspiro de satisfacción y me sumerjo, aguantando la respiración todo lo posible. Al salir para coger aire, veo a Yokai observándome fijamente, con una sonrisa burlona pintada en el rostro.

- Eres un pervertido, ¿lo sabías?

"Tu cuerpo humano no me atrae, no tienes de qué preocuparte."

Me sonrojo, repentinamente avergonzada.

- Entonces, ¿por qué me miras tanto?

"Me divierte ver qué bien te lo pasas."

Ahora mismo debo de estar como un tomate de roja. Rápidamente me incorporo y salgo del agua, sin contestar a ese ser que sigue mostrando una media sonrisa.

Ya vestida y limpia como no he estado en días, salgo de mi habitación para investigar mejor ese sitio que parece que va a ser mi hogar por más tiempo del que me gustaría. Es muy temprano, así que bajo las escaleras poco a poco para no despertar a nadie. La figura de Arnold al final de la escalera, quieto y sonriente, hace que se me dispare el corazón del susto; no pensaba que pudiese haber alguien despierto a estas horas.

- Buenos días, señorita Alexandra.

- Buenos días, Arnold.

- ¿Quiere que le prepare el desayuno?

- No... no hace falta -. No estoy acostumbrada a estas cosas. Me siento dentro de una película, a lo Princesa por sorpresa.

Arnold me ignora y va a la cocina, donde oigo cómo enciende los fuegos. Le acompaño para hacerle por lo menos un poco de compañía. El hombre, concentrado en sus quehaceres, empieza a tararear una canción, como si no se diese cuenta de que estoy sentada en un taburete sin saber muy bien cómo comportarme.

- ¿Cuánto tiempo llevas en la institución? - pregunto, intentando romper el hielo.

No se gira, pero me da la sensación de que acaba de sonreír.

- Yo trabajo para la señorita Ariadna, no para Eneas.

- Vaya...

Empieza a hacer tortitas en una sartén mientras continúa.

- Conozco a la señorita desde que era pequeña, antes de que se fundase la institución.

Me imagino a esa mujer, imponente y con un toque mágico, de pequeña junto a su mayordomo personal. Debió de vivir una infancia muy curiosa, rodeada de esos lujos que yo ni siquiera me preguntaba si seguían existiendo.

Minutos más tarde, un joven de pelo oscuro y despeinado entra por la puerta.

- Buenos días, señorito James - murmura Arnold, sin girarse siquiera.

Outsiders (en español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora