El camino a mi casa se hizo más tardado de lo normal debido a la lluvia, que probablemente pronto sería tormenta. Llevaba más de veinte minutos caminando, cuando justo un moderno auto rojo se estacionó a mi lado.
— Hey, chico —el conductor bajó el vidrio moviendo la manivela—. ¿Sabes dónde queda la escuela doscientos cuarenta?.
— Claro —contesté—, vengo de ahí, regrese por esta calle y luego...
— Perdón que te interrumpa, pero necesito un guía. ¿Podrías hacerlo? Como un favor especial.
Una alarma en mi cabeza se prendió.
— No. —respondí casi de inmediato— No puedo, lo siento —dije retomando mi camino.
— Hey, ven acá, Aidan...
Me detuve de golpe. ¿Cómo sabía mi nombre?. Giré lo más despacio que pude para tenerlo de nuevo a la vista.
Robin Grajeda, uno de los compañeros más revoltosos de mi clase, había salido por la puerta trasera. El conductor también bajó del vehículo y encendió un cigarro sin apartarme la mirada.
— ¡Ratón de biblioteca! —dijo Robin—, no hay porqué temer, sube al auto. Él es profesor de biología y está vendiendo productos para jóvenes. Quiere que lo guiemos a la escuela para surtir sus productos. Acompáñame.
— ¿Que clase de productos? —pregunté luego de tragar saliva.
— Sube, te explicaremos a detalle.
— Te... tengo algo de prisa. ¿De qué hablas exactamente?.
— Tomará tiempo explicarlo —intervino el hombre—; te gustará. Una vez terminemos te daré un premio económico.
No me falta dinero, tampoco me sobra. Pero si quiero conquistar a la joven que es de nuevo ingreso necesitaría algo para darle, un pequeño detalle. Y Robin sabe de mujeres, tal vez un consejo suyo no me venga nada mal.
El hombre no se ve que tenga malas intenciones, sólo está vendiendo sus productos, ¿qué podría salir mal?.
Aunque, mamá siempre me decía que no confiara en extraños y que si pedían de mi ayuda fuera lo más amable posible. Pero creo que subir al auto con un desconocido es malo.
El viento que entraba por la ventanilla del auto hacía que mi ropa se revoloteara, quise cerrarla, pero no funcionó.
— ¿Cuántos años tienes?.
— Quince —contesté.
— ¿Cómo vas en la escuela?.
— Pues bien, muy bien.
— No me digas que te gusta estudiar —note la burla en su voz.
Giré mi cabeza para verlo, no me había dado cuenta de lo rápido que conducía, y de lo bien que conocía la colonia cuando me acaba de pedir ayuda.
— Sí me gusta, ¿por qué la pregunta?.
— Eres hombre... creo. Por más que te guste estudiar, piénsalo. El trabajo que te propondré de seguro te gustará más que la escuela. Te va a satisfacer. A cualquiera le gustaría.
— ¿El trabajo? ¿Cuál? ¿No se supone que es profesor de biología? Mire... la escuela está por allí.
— Oh, sí, sí, no lo recordaba. No hay de que alarmarse, conozco el camino.
¡Estúpido! Eres un estúpido, te timaron una trampa. Giré para ver a Robin, pero parecía estar en su mundo hojeando revistas con la boca abierta.