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Jueves 16 de febrero de 1978

Estoy fúrico, desesperado, inquieto. Me llevan los mil demonios, ¿cómo pudo pasar lo que pasó?. ¡Tengo tantas ganas de salir corriendo y gritar, llorar, reclamarle a alguien hasta que me dé una respuesta sensata.

Yo estaba enamorado. Creía en el amor; consideraba que era posible ver a una mujer con los ojos limpios.
Hoy ni siquiera sé que pensar.

Cierro los ojos y mi mente me traiciona pensando en cosas indebidas. Veo a la pecosa y la chica de nuevo ingreso, acercándose a mi, pero en su cara hay un gesto que no me agrada.

Las imagino quitándose la ropa. Mi cabeza está llena de imágenes asquerosa. No puedo borrarlas. Trato de pensar en otra cosa, pero simplemente algo me lo impide. Lo peor de todo es que me gusta dejarme llevar.

Me agrada recordar lo que pasó y después de un rato me siento asqueroso. Todo ha cambiado en mi interior. Estoy muy confundido y asustado de saber que las cosas no son como yo creía.

Mi mente es una batalla entre porquería con la bondad, la suciedad con la pureza. Tengo ganas de gritar, llorar, salir corriendo pensando que así encontraré respuestas de: ¿por qué se permite que el mundo se caiga a pedazos?.

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Se supone que todos en mi casa están dormidos a estas horas. Salí en cautela hacia el pasillo de los libros. Encendí la luz y empece a rebuscar algo que me ayudara, que me diera respuestas.

Tomé unos cuantos y me senté en suelo a hojearlos. Había obras de sexología, medicina, psicología. Traté de concentrarme en alguno de esos temas, pero mi cabeza seguía siendo un lío.

Resignado a saber que no lo conseguiría, empecé a deambular por mi casa. Pasaba la mano sobre las sillas, los muebles con fotos de mi familia, la mesa de la cocina; hasta que me detuve en la ventana de la sala.

Me quedé viendo la calle como si fuera algo realmente interesante. Pero de nuevo mi cabeza me traicionó mostrándome las imágenes asquerosas que vi en aquel auto.

Suspiré viendo el suelo y por tercera vez en la noche, me fui a la cocina a servirme algo para tomar. Mis oídos se agudizaron al pasar por el pasillo, asomé la cabeza.

Mamá me estaba viendo recargada en la pared, con varios de los libros que dejé en el suelo.

— ¿Qué haces?

— Oí ruidos. Salí y te encontré pensando. No quisiera molestarte.

¿Me escuchó llorar en mi habitación? ¿Por qué salió tan de repente?.

— ¿Cuánto tiempo llevas ahí?.

— Como media hora.

— ¿Sin emitir un sonido?.

— Quise acompañarte, es todo.

— ¿Acompañarme, o entrometerte?.

— Soy tu madre. Nunca me voy a meter en tu vida, porque soy parte de ella.

— No pensamos igual —estaba empezando a molestarme.

— Aidan. Cuando amas a alguien, estás con esa persona, sin estorbar, apoyándolo sin forzarlo, interesándote en su sufrimiento sin ningún tipo de regaño.

AᴍᴀᴘᴏʟᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora