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La mañana siguiente me di cuenta de que los problemas iban a empezar incluso antes de reunirse.

¿Conseguir el crucero? Sí, había sido pan comido como predije.
¿Contactar a los Schneider y hacer que accedieran a venir? Un infierno.

Primero llamé a Robert Schneider II o Don, como lo llamaba su padre. Don había puesto una excusa bastante patética, asegurando que no podía dejar Santorini ahora porque se sentía resfriado, pero que lamentaba profundamente la condición de su padre.

Parecía estar fingiendo lamentarlo por mí, eso no solo era desconsiderado, sino que estaba fatal.

Otilia, la ex esposa, informó que prefería arder en el infierno antes que estar en la misma habitación que el malnacido de Robert, y que se alegraba mucho por su enfermedad y deseaba que muriera pronto. Fue más desconsiderada que Don, pero le doy puntos por la honestidad.

Ilsa, la hija, había dicho que llevaba apenas un mes con su nuevo esposo y le parecía que ir a ese crucero sería deprimente e insulso, y que los recién casados debían estar felices.

Karl, el hijo menor, había dicho simplemente que se pasaría por las oficinas para discutir el futuro de la empresa y colgó sin decir nada más.

Con los nietos tampoco había tenido ninguna suerte.

Joss, había dicho que no quería arriesgarse a ver a su madre y su esposo calamardo ni loco, y que no se reuniría con un impostor. No había entendido ni la mitad de lo que dijo, pero me quedó claro que no podía contar con él.

Anna tenía la semana de la moda y debía pasar mucho tiempo antes preparándola y su hermano Johan, al igual que su padre, había prometido pasarse por las oficinas en cuanto pudiera.

Mathis, el hijo de Don, ni siquiera había contestado el teléfono.

Dejé escapar un gruñido de frustración y enredé las manos en mi cabello. ¿Por qué eran tan malditamente difíciles?

¡Era un familiar suyo quien moriría! Aunque solo se interesaran por su dinero, podían hacer algo mucho mejor que esto. Era inconcebible lo apáticos que se mostraban ante la situación.

Sabrina me sonrió a modo de disculpas.

—Lo que te pidió es sencillamente imposible—me susurró—en todo lo que llevo trabajando aquí solo he visto a esa familia reunida dos veces, y las dos veces terminó fatal.

Suspiré.

—Es que no lo entiendo—confesé—el señor Schneider está convencido de que quieren el dinero, pero parece que ni si quiera por eso están dispuestos a ir a un crucero.

Sobrina apretó los labios en una fina línea.

—Quizás deberías decirle al Señor Schneider que esto no va a funcionar.

No quería rendirme sin más, pero nunca había tenido una tarea tan complicada, usualmente todo lo que se necesitaba para convencer a la otra parte era dinero. Con los Schneider parecía que esto no era así.

Sí querían el dinero de su padre y abuelo, pero todos parecían muy confiados de sí mismos, como si ya tuvieran el dinero en mano, quizás era una propiedad de la gente que creció sin tener que preocuparse por nada.

Me levanté de mi puesto y toque dos veces en la puerta de cristal que daba a la oficina del señor Schneider, él me pidió que pasara.

—Buen día, señor. Lamento molestarlo—me disculpé.

—No es nada, Clara—contestó, girando su silla hacia mí, parecía estar esperándome —¿Como va todo con el encargo?

Estaba tan esperanzado que me sentí abatida al darle mi respuesta.

—Lo siento, no he conseguido que ninguno accediera—admito, derrotada—Karl, y su hijo, Johan han dicho que se pasarían por aquí para discutir el futuro de la empresa, pero eso es todo.

Robert Schneider pareció momentáneamente decepcionado, pero luego, para mi sorpresa, se echó a reír.

—Bien, no seríamos familia si no fuesen unos prepotentes confiados, tenían que ponerla dura—comentó satisfecho.

—No entiendo.

—Claro que sí, creo que tienes una muy buena idea de lo qué pasa, eres una mujer inteligente—aseguró, poniéndose de pie para caminar de un lado a otro en la oficina, cosa que hacía cuando se le estaba ocurriendo una idea—todos son muy seguros de sí mismos, así que todos creen que son el heredero principal. Mis tres hijos creen que voy a heredarles esta empresa, y mis nietos piensan que les daré una generosa parte y mis propiedades en italia y francia, luego, uno de ellos heredará la empresa de su padre o madre. Ninguno puede ver a otro obteniendo lo que creen que les pertenece, por cualquier derecho que se hayan inventado.

Pues sí, la verdad es que tenía una vaga idea de eso, sabía que estaban confiados, pero pensaba que era porque sabían que parte le tocaba a cada uno. Al parecer, no tenían ni idea, pero cada uno se sentía merecedor del filete más grande.

Me senté.

—Bueno, y ¿que hago?—estaba totalmente perdida, pero sin duda quería ayudar.

Él dejó de caminar para mirarme fijamente.

—Hay que hacerles creer que su herencia peligra—sentenció.

Mi jefe muy pocas veces estaba serio, pero cada vez que lo estaba era porque se acercaba una catástrofe, una idea arriesgada, o un fracaso prácticamente asegurado, por eso me alteré.

En este caso podrían ser las tres cosas a la vez.

—¿Que tiene en mente?—pregunté con miedo.

Él se sentó frente a mí y respiró profundamente.

—Necesito pedirte un favor muy grande, Clara. Y no quiero que pienses que trato de sacar ventaja de ti—empezó—te voy a pedir que mientas, así que si quieres negarte lo entenderé y solo tendremos que cancelar todo, ¿está bien?

¿Mentir? ¿Solo era eso? Ya había mentido muchas veces por él. Robert Schneider era un buen hombre dentro de lo que cabe, pero también era un hombre de negocios, y los negocios muchas veces se sostienen con alguna mentira aquí y allá, o verdades a medias como les llamaba Sabrina, mentir no era nada nuevo.

—No será problema—me apresuré a decir.

Su mirada se suavizó.

—Oh, sí que lo será—me prometió—porque necesito que finjas ser mi novia.

holaaa holaaa, tremenda propuesta la del viejo, ¿Que le dirá la señorita Clara?
me regalan un voto o un comentario? porfi 🥺

la cazafortunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora