Tras varios meses en los que he estado asistiendo al curso de “Hipnosis terapéutica”, tras esa primera incursión en este mundo a través de un fin de semana de “auto-hipnosis”, reflexiono y veo cómo ha evolucionado mi interior, mis creencias, mis miedos…
Esta tarde comienza el último módulo y estamos ansiosos por saber un poco más, además que apenados por saber que “lo bueno se acaba”, aunque en el fondo sabemos que no es que se acabe, sino que va a continuar bajo otra perspectiva.
Si tuviese que destacar algo sobre estas semanas compartidas con un magnífico maestro y unos compañeros ansiosos por aprender y ayudar es que la terapia con ayuda de la hipnosis o directamente a través de ella me parece sumamente efectiva.
Quizás, contándoles mi experiencia personal, lo pueda hacer llegar.
Desde jovencita siempre tuve la sensación de que me podría fundir con el mar azul, de que desaparecía disuelta entre el vaivén de las olas, como cuando utilizamos un tazón de agua para limpiar un pincel. Estos sentimientos siempre me entraban cuando me encontraba mal, cuando —sobre todo en la adolescencia— sentía ese deseo de “no existir”.
Otra cuestión importante, a tener en cuenta, es que justo un mes antes de yo nacer, a mi madre se le murió un bebé de 11 meses. Durante varios meses estuvo enfermo, sufrió una operación y salió bien de ella. De repente, en el post-operatorio y tras una infusión de sangre, falleció. A medida que le he ido preguntando cosas me he ido enterando de detalles, pero es algo de lo que no gusta hablar. Tras fallecer el niño, no hace falta contarles como estaba ella. Al nacer yo, realmente no creo que fuese esa alegría, sino la tristeza que no llena ese hueco vacío. Naci prematura, con poco peso, el cordón umbilical alrededor del cuello y tras tragar líquido amniótico; por lo que sé, me dejaron a un lado pues los médicos no tenían esperanzas de que sobreviviera, y tras ver los apellidos, recordaron a mi hermano y a mi madre embarazada durante todo el calvario que duró su enfermedad e intentaron reanimarme, consiguiéndolo. Mis primeros días de vida, tras nacer en un pequeño barrio al noroeste de la isla con la partera de turno, Mariquita Cardona, me llevaron al hospital de la ciudad, y allí fue donde “sobreviví”. Me habían contado que estuve en una incubadora, y que mi madre se extraía todos los días leche de sus senos para que me alimentasen. Poco más supe de aquella época.
Siempre he sentido esa sensación de “no me quieren” —a veces muy común— a pesar de que con los actos siempre me demostraron un gran amor, mucho afecto y toda la dedicación que unos padres pueden ser capaces de dar a sus hijos. Por eso y por otras cosas más quise hacer una hipnosis, indagar, descubrir…
Al comienzo sentía que me iba a costar entrar en mi subconsciente, pero no, fui maravillosamente guiada por Horacio Ruiz. Me llevó lentamente a la edad de 7 años y allí recordé un día de colegio, detalles que ya estaban olvidados, como el nombre de la profesora: Amelia; el olor a tiza de una gran pizarra doble; la altura de aquellas ventanas en el salón de la parroquia, donde en aquella época estaba ubicado el colegio tan sólo para los niños más pequeños; los cantos rodados de la plaza delante de la iglesia; la tienda de las golosinas, donde estaba Roque, el dependiente —alto, moreno, pelo rizado— el sabor de los chicles de bazoka, de los palotes y las bananas alargadas, el ruido de los coches al pasar por la carretera…
Después me fue guiando hacia el día más feliz de mi vida, ahí no hubo ninguna duda, me vi con mi hija, recién nacida, en brazos. El olor de su cuerpo aún sin limpiar, la sensación de su cuerpo desnudo junto al mío y el movimiento de sus manos, la profundidad de su mirada a pesar de ser tan pequeña… ¡una sensación maravillosa!
Al instante siguiente, la orden del terapeuta fue: “Ahora eres tú con esa misma edad” y en ese instante comienzo a chillar, siento muchísimo dolor, y me veo dentro de una caja de cristal grueso, son sus aristas, y una gran sensación de impotencia. Una mujer de cabellos canos se acerca y la veo cerca de mi rostro (en ese instante no hay rastros del cristal), es mi abuela, que me sonríe… Me guía utilizando técnicas en las que puedes ver esas situaciones “traumáticas” desde otra perspectiva, como si fueses una mera espectadora, y me vi 25 años después de mi nacimiento, en otra situación bastante traumática que debí relacionar con la presión del cordón umbilical alrededor de mi cuello el día de mi nacimiento, el dolor que sentí cuando me tocaban, pues se desprendía la piel… Tras nacer mi hija, 5 lustros después, volví a sentir ese dolor causado por circunstancias que ahora prefiero no relatar, pero que se relacionaban unas con las otras.
Nunca se me había ocurrido que podían tener relación. Horacio siguió guiándome, me hizo ver a mi niña interior, me pidió que la cogiese en brazos, pero ella era tan independiente que no se dejaba. Me guió hacia una playa, y allí, ya tras conseguir que accediese a que la cogiese, estábamos disfrutando de un maravilloso atardecer, del agua y la arena que embarraba los pies, la calidez de una playa… era la Playa del Inglés. De repente, me preguntan que qué tal el mar… y miro a lo lejos ¡¡No hay mar!! En ese instante lo supe… no necesitaba ese mar para fundirme, no necesitaba huir, sino disfrutar de cada instante.
Durante un mes casi no quise pensar en el tema, luego lo he ido “digiriendo” poco a poco, y preguntando… Durante mis primeros quince días de vida… no vi a mi madre. Venían a verme al hospital mi padre y mi abuela. Mi madre estaba demasiado débil para el viaje, y aún así, cada día vaciaba sus senos para que yo pudiese alimentarse con lo poco que me podía hacer llegar. Esta parte la desconocía y era esa sensación de vacío tan grande. Ahora yo no siento eso, lo he traído al presente, ha hecho que además de amar a mis padres, los vea como lo que son, unos verdaderos héroes. Creo que una de las pruebas más duras de este mundo es sobrevivir a un hijo, en este caso, el primogénito, y ser capaces de que los otros que tuvieron nos sintiésemos los reyes del mundo, queridos, adorados. En casa durante todo el año siempre ha habido mucha alegría, salvo el 03 de diciembre…
El conocer algún pequeño detalle nos puede cambiar el mundo, nuestra percepción de la realidad, nuestra forma de enfrentarnos a la vida.
No debe darnos miedo el conocer, al contrario, nos hará más fuertes, más sabios, y más cariñosos al descubrir muchos porqués que nunca se nos hubiesen ocurrido.
¿Te animas a asistir a una hipnosis? Las más sencillas son sólo para relajarse, estar tranquilos ante un examen, ante el jefe… jejjee… ¿qué por qué cruzo tres dedos cuando alguien me está llamando la atención y prefiero callar en vez de explotar? No, no estoy contando hasta cien. Estoy haciendo uso de un punto de anclaje, y en ese instante estoy siendo feliz… escucho, pero tranquila. Esa es la mejor forma de abordar una situación que nos incomoda.
Les dejo… dentro de un ratito tengo una cita muy, muy importante. Feliz tarde a todos.
Inma Flores 18.01.2013
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