4. «Prodigio»

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Violeta

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Violeta.
Observé atentamente el color de la hoja.

Nunca me gustó el color violeta. Ni siquiera mi estilo de aliento llegó a gustarme alguna vez.

La decepción sigue presente. Aquella que me llevé al darme cuenta de que no era capaz de usar el aliento de flama, el mismo que usaba Rengoku-san. Mi esfuerzo no importaba, por más que lo intentara, por más que empujara mis límites, no era capaz. Simplemente no era cómo él. Fue por eso que tuve que desarrollar un aliento que se adaptara a mis capacidades físicas específicas. O si no jamás hubiera podido lograr algo.

Prodigio. Me suelen llamar prodigio por haber inventado mi propio aliento. Si lo dices de esa forma, sin saber el contexto, a lo mejor lo pienses. Yo no lo veía así. Sentía que era un motivo del cual avergonzarme. Tuve que crear un aliento porque no era capaz. Porque no tenía fuerza suficiente. Porque mi cuerpo no soportaba tanto esfuerzo. ¿Era algo de lo que enorgullecerse, ser tan... débil que tener que buscar otra opción? ¿Lo era?

Porque yo no había nacido para proteger. Nací para ser protegido. Si tan sólo hubiera nacido para proteger y no para ser protegido, tal vez así, la espada frente a mí sería roja. Tal vez así sería un poco capaz de lo que Rengoku-san era. Tal vez así me dejaría de ser... quién soy.

Jaja...
Antes, Senjuro y yo pensamos que seríamos el mejor "dúo del aliento de flama".

Somos más iguales de lo que parece, supongo.

Suspiré y sonreí.

Da igual. Él dijo que no es un mal color. Decido creerle.

Antes de irme, di un último vistazo a la habitación. Mis ojos se detienen en aquella cajilla en la que tenía guardado un par de dosis de medicina.

Tal vez debía llevarlo. Sí. Aunque no era lo que yo quería... Rengoku-san me lo pediría.

...

-Bueno, adiós. A lo mejor no nos veamos en un tiempo. ¡No te preocupes por mí, eh!

Una vez más, me despedía de mi amigo en la puerta. Ya se había hecho de noche y quería apresurarme.

-Hehe... está bien. ¡Adiós! ¡Da tu mayor esfuerzo!

Un tiempo más tarde, me encontraba vagando por un denso bosque al cual me había adentrado por las indicaciones de mi cuervo, quien empezaba a sospechar era inútil. Se me hacía raro lo alejado de algún pueblo que estábamos, ya que no veía más que árboles.

-¿Seguro que es por aquí, cuervo? Decías noroeste, y en mi opinión estamos en el Este. En algún lugar... en medio de la nada... del Este.

Termino de decir aquello y experimento un dolor desagradable al sentir como el cuervo comenzaba a picar mi cabeza. Traté de detenerlo pero no parecía querer cesar, por lo que le di un pequeño golpe.

ikigai | zenitsu & male reader  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora