6. «Sostener un cristal»

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Narrador Omnisciente (:0)

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Narrador Omnisciente (:0)

—Ehm... ¿C-Cuáles son sus nombres... pequeños... niños... de Dios?

Sin sesar sus pasos apresurados y con un tono vacilante el joven cazador volteó con temor hacia los pequeños niños que corrían detrás de él aferrándose a su mano. Su esfuerzo en sonar amigable fue penosamente evidente, pero le fue imposible sostener ese semblante al ver sus miradas inquietas sobre él. Esos ojos. Llenos de inocencia y miedo.

Hicieron trizas su confianza en un segundo. 

—No tenemos porqué decírtelo. ¿Cómo sabemos que confiar en ti no es un error? —el niño mayor soltó, decidido a mantenerse a la defensiva. Reconoció que era él quien encabezaba el grupo, y que por eso, ninguno estaría dispuesto a depositar ni un poco de confianza en él aunque estuviese tratando de ayudarlos.

—¡Kikiyama! —el más pequeño respondió, con una sonrisa inocente completamente ajena.

—¡Kiki, no le hables a los extraños! ¡Ese tipo tiene una espada! —regañó de nuevo el mayor. _________ volvió su mirada al frente, un poco desanimado.

—E-Es para matar a los demonios... se supone que vengo para ayudarlos... no me traten así...

El chico suspiró cansado.

Quizá era su naturaleza directa y sin tacto que le hacía difícil disfrazar sus palabras con amabilidad. ¿Empatía? Sí la tenía, pero decidía no hacer uso de ella. Los sentimientos eran un peso que debía cargar. Tampoco era una persona dotada de paciencia, y según su maestro, tenía una personalidad la cual uno debía comprender antes de juzgar. Y sólo Dios sabe a qué se refería con eso, porque él no.

Por esas y otras diversas razones relacionarse con niños no era lo suyo en absoluto. Eran mucho para él. Los evitaba lo más que podía y cuando debía tratar con ellos y sobre todo, con aquellos de tajante actitud, estos le sobrepasaban.

Ellos eran como pequeñas bolitas de cristal, y sus manos muy toscas y torpes como para no dejarlas caer.

Igual que su querida madre.

Y odiaba ser igual a ella.

—Eh... La... La sangre en tu ropa, niño —habló él, despejando su mente de nubes turbias—. ¿Es tuya o de quién?

—¿Para qué quieres saber?

A pesar de su profunda respiración, como en un intento de reprimir su frustración, al muchacho se le escapó un trozo de su actitud.

—¿Eres tonto o qué? Maldita salamandra fea.

—¡¿Qué dij...?!

—¡Me gustan las salamandras! —Kikiyama intervino de pronto con entusiasmo, ajeno a la discusión que se asomaba—. Son muy lindas y pequeñas. Yo tenía una salamandra llamada Sara, ¿entiendes porqué? Porque salamandra y Sara, hehe... ¡Normalmente no me gustan los anfibios porque la mayoría son muy viscosos y raros! Por ejemplo, las ranas. Algunas ranas son lindas, pero una vez agarré una y se sintió super raro. Parecía como cuando tocas pegamento. ¿Ya tocaste pegamento? Nuestra maestra nos daba pegamento para hacer manualidades. ¡Las manualidades también me gustan! Oh, pero no me gustan las ranas. No desde ese día. Pero aún me gustan las salamandras. A Sara la encontré en un arroyo de nenúfares. A mis hermanas no les gusta pero a mí sí. No las entiendo. ¿Será porque jamás tocaron a una rana? Tal vez deberían. Así se darían cuenta de que las salamandras son buenas. Además son de colores. El amarillo es mi color favorito. Sara era de color amarillo.

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⏰ Última actualización: Jan 08, 2022 ⏰

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