Capítulo 2.

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Leónidas.

Desperté con los pasos de Lawrence ingresando a mis aposentos. "Buenos días, Majestad" dijo mientras abría de par en par la gruesa cortina de la ventana. Los rayos del sol me dieron directo a los ojos, haciéndome saber que era un nuevo día.

Me levanté, me vestí, y lavé mi rostro. Debía reunirme con Hipólita lo antes posible, pues después de dar vueltas como un perro a su cobija, decidí confesarme con la mujer que se suponía que era mi esposa.

Ingresé al salón dorado, así llamábamos al salón donde los grandes tronos de soberanos se alzaban, de oro pulido y joyas preciosas. En su respectivo lugar se encontraba Hipólita, mujer de cabellos de oro, y ojos color esmeralda. Ella me miró y sonrió, era mi mejor amiga, mi compañera. Una sonrisa suya bastaba para hacerme el día completo, pero tristemente, nunca pude llegar a amarla.

Ella se inclinó y saludó como normalmente hacía, extendí mi mano para que la tomase, y la enderecé suavemente, hasta que mis ojos encontraron los suyos.

- Mi reina. -Saludé- ¿Cómo te encuentras el día de hoy?

- Mi señor, buena mañana para usted. Gracias a Dios y a su bondad me encuentro bien, no necesito nada. Debo decir que me intriga el hecho de porqué me cito aquí.

- No te preocupes, voy a comenzar a hablar así no perdemos más tiempo. -Dije soltando su mano para después caminar alrededor del iluminado salón, pensando en cómo comenzar, porque no tenía idea.

- Lo escucho. -Dijo Hipólita.

- Verás, conoces mi situación con respecto al matrimonio, lo que pienso y lo que siento, sobre todo por ti. -La miré a los ojos- Estoy enamorado, Hipólita. Me enamoré profundamente de Eva. No espero que me entiendas, pero quiero que sepas que el contrato aún no puede llevarse a cabo... No hasta que ella esté lista de entregarse a mí. -Miré otra vez por la enorme ventana de cristal que daba al jardín- Sé que esto no era parte de nuestro acuerdo, no era parte del contrato que firmamos, pero ¿Qué clase de ser humano sería si obligo a alguien a semejante cosa? ¿No te sentirías mal si tuvieras que acostarte con alguien sabiendo que no estás lista?

- Por supuesto que me sentiría mal, Leónidas. Yo también soy un ser humano, bajo toda esta fachada de Reina o de la señora de las tierras, como sea que quieras llamarme, también siento, ¿sabes? -Dijo ella con firmeza- No me opongo a esto que siente mi soberano, no me atrevería. Pero sé cómo piensa, lo conozco, y también conozco su corazón. Si éste es su deseo, bajo la cabeza y lo respeto. -Se volvió a inclinar en señal de despedida, y se marchó.

Quedé solo en el gran y frío salón. Sentía que la había lastimado, y me ardía el alma de solo pensarlo, ¿seré egoísta?

Corrí tras ella y la alcancé justo antes de que ingrese a sus aposentos, la tomé por el brazo girándola hacía mí. Con el poco coraje que me quedaba la besé, como nunca lo había hecho. Fue un beso largo, suave y apasionado. Me separé un poco de ella para respirar.

El heredero del Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora