Capítulo 3.

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Eva.

Vi al rey alejarse después de la cena que ni siquiera había finalizado. Reconozco que todo estaba tan tenso e incómodo, pero me sentía vacía al ver que se alejaba de mí. También me sentía una invasora en sus vidas, una invasora en su reino, una enemiga con una espada filosa que me defendía de la reina, y ese era mi vientre. Porque sin eso, yo no era nada más que un título o una corona en la cabeza. No valía nada, para ninguno, y aunque a veces dude y crea que Leónidas siente algo por mí, después me hundo en mi enorme y fría cama, pesando que estoy equivocada, y que el nada más me quiere para conveniencia propia. Le pedía a Dios, todas las noches, que esto no sea cierto, le pedía estar equivocada.

Decidí seguirlo a sus aposentos después de despedirme de la reina. Mire a ambos lados para confiarme de que nadie me había visto entrando al cuarto del rey, una vez dentro cerré la puerta tras de mí.

– Eva, ¿qué significa esto? Nadie debe verte aquí, por el amor de Dios. –Dijo casi en un susurro.

– Lo sé, majestad. Pero ya no soporto esto... –Respondí y lo besé bruscamente, pero me detuvo antes de llegar más lejos. Lo miré decepcionada.

– No puedo, no quiero arrancarte tu virtud.

– Mi señor... viví bajo las órdenes de lo que mi padre quería que fuese, reconozco que es mi deber, pero quiero vivir, y aquí me siento libre. Necesito que me liberes también, Leónidas. Quiero que me tomes. –Dije acercándome.

Él volvió a besarme con la misma brusquedad, arrancándonos la ropa a como dé lugar. Podía sentir como me necesitaba, y yo sabía bien cuanto lo necesitaba a él.

Ya desnudos, me recostó lentamente en la cama. Me preguntó una y otra vez si estaba segura, y en todas le contesté que sí. A la última, se deslizó en mí de un movimiento y no pude reprimir un gemido de dolor.

– Tranquila. –Dijo sonriendo– Mírame. –Ordenó y obedecí.

Se embestía una y otra vez en mí con más rapidez, tomando mis gemidos como una invitación a seguir. Abrí mis piernas para permitirle más, y puedo decir que fue doloroso, pero la liberación que sentí en mí es inexplicable. Disfrute de cada momento, de cada caricia, de cada beso. Fue bastante cuidadoso, tanto, que al terminar solo me acurrucó en sus brazos depositando un suave beso en mi frente, preguntándome a cada segundo si estaba bien. Y es que, ¿cómo no podría estarlo? En mis 22 años, era lo mejor que había experimentado.

Poco a poco me fui quedando dormida, escuchando los latidos del corazón del rey. Y me desperté apenas el sol salía, asustada, me vestí y corrí a mis aposentos siempre vigilando que nadie me haya visto, y al entrar, no pude evitar respirar profundo, sintiendo una sensación de alivio inmenso.

Me di un baño y me puse mi vestido color morado, amaba como se veía mi cabello ondulado. Radiaba de felicidad, no podía evitarlo.

Esperaba ver al rey en el desayuno, pero no lo encontré allí, mucho menos en el almuerzo o incluso la cena. Empezaba a pensar que se avergonzaba de haber yacido conmigo, y eso me espantaba, su distanciamiento me volvía loca. No podía hacer más que pasar mi tiempo con la reina. Así pasaron días, e incluso semanas. Me reconfortaba el hecho de haber entrado al menos una vez a su paraíso, y haber disfrutado cada segundo. No me arrepentía de nada, estaba viviendo como siempre quise, y ni el rey ni mi padre, me lo iban a arruinar, o dejo de llamarme Eva de Russenfolk.

El heredero del Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora