Capítulo 4.

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Eva.



Era un día nuevo, pero me seguía sintiendo fría y sola. Mi disputa con el rey me dejó desconcertada, pero sabía que era algo que explotaría tarde o temprano, sin embargo, llevo dos días sin salir de mis aposentos, los reyes no han requerido mi presencia, y me siento aliviada por eso.

Bella, mi dama de compañía, era mi única amiga; pero se iba, y yo volvía a estar sola al final del día.

Busqué mucho con qué distraerme, ajedrez, leí libros, escribí decenas de cartas para mí padre que aún no puedo enviar, pues el rey no me lo permite. Por suerte, pude contratar a un mensajero secreto, para hacer envío de una de las cartas que relataba lo más importante.

En ella, le comenté mi situación, no todo, porque de lo contrario sería una vergüenza para mí nación, y una deshonra para mis padres. No obstante, le expliqué como me sentía, y que quería volver a casa. También detallé peticiones acerca de mi compromiso con el príncipe Máximo de Lurdania, hermano de la reina de Normanda, cuñado de Leónidas.

Puede sonar vengativo, puede sonar que lo hago por despecho, pero no tengo nada que perder después de todo lo vivido aquí en éste palacio frío. Sólo debía esperar una respuesta de mi padre, y el claro permiso del rey para por fin ser libre de éstas paredes.

Los pájaros cantaban en las copas de los árboles, abrí la ventana para oírlos mejor.


– Alteza. –Dijo Bella sacándome de mis pensamientos– Debería salir, ¿no lo cree así? Disculpe mi atrevimiento, no me corresponde, pero está muy triste, sus ojos irradian dolor. No deje que la corte lo vea, ya se preguntan dónde está, y sabe que las paredes oyen, la chusma se alimentará de todo lo que usted haga.


Dudé un momento.– Tienes razón, estoy dejando que esto me consuma. Prepara mi ropa, saldremos a cabalgar. –Ordené. Ella se inclinó y obedeció.



Salimos de los aposentos, y solo oíamos las voces de los hombres en el salón de juntas y asuntos de gobierno. "El rey está ocupado, no notará que salí", pensé.

Al llegar a la gran entrada, los guardias se inclinaron y colocaron sus espadas en cruz delante de la puerta, prohibiéndome el paso.


– Princesa Eva, discúlpenos, pero no podemos permitirle salir, son órdenes del rey.


Mi cara se puso roja de la ira, ¿cómo se atrevía este hombre?


– No seas insolente, no tienes idea de lo que te haré si no quitas tu espada de ahí.      –Dije acercándome molesta– Después será el turno de tu compañero si tampoco obedece, ¿estoy siendo clara?


Me miró nervioso y tragó saliva. Acto seguido, bajaron lentamente sus armas para permitirme el paso. Les di una última mirada, y me fui directo a los establos a buscar a mi caballo, Mavi.

Le ordené a Bella que se quedase, pues podían notar mi ausencia, ella asintió y volvió dentro del castillo.

Preparé a Mavi y me monté, cabalgué lejos, pues por un momento ya no reconocía donde estaba, ni por cual camino regresar. Eso no me impidió continuar, mi caballo solo corrió y corrió, amaba sentir el viento en mi rostro.

Llegué a un río con la marea fuerte y alta, Mavi no quiso pasar por allí y me tiró al suelo.


Leónidas.



– Mi señor. –Dijo Lawrence. Había interrumpido mi reunión de consejo– Disculpe mi osadía, pero algo grave ha sucedido. –Me acerqué rápidamente, el susurró– Su alteza real, la princesa Eva, se ha caído de su caballo.

Apreté los puños y salí en busca de mi amada. Sentía que el corazón se me salía por la garganta, un vacío en el estómago me carcomía, quería matar a los responsables de haberla dejado salir, y a los que no cuidaron de ella como debían. A mis ojos, en este momento, todos eran responsables, y nadie se salvaría de mi ira.


– ¿Dónde la hallaron? –Pregunté a Lawrence que venía corriendo a mi lado.

– Su alteza, el príncipe Máximo, hermano de su majestad la reina, la halló en el río Mítico. No sabemos con exactitud si está viva o muerta.

– Por tu bien y por el de todos, espero que esté viva, porque los estrangularé uno por uno con mis propias manos, ¡¿me entendiste?! –Dije parándome en seco. Lawrence asintió y continué mi camino.


Llegué a las puertas de los aposentos de Eva, allí estaba Hipólita, Máximo, Thomas, el sacerdote, y los sirvientes.


– Hipólita, ¿cuál es el diagnostico? –Ella se reverenció y solo me observó.

– Majestad. –Dijo Máximo, lo miré en busca de una respuesta a mi desesperación– Me dirigía hacía su castillo, como mi señor sabe, y cruzando el río observé a un gran caballo relinchando y asustado. Me acerqué junto con mi caballería y vimos a una mujer tendida en esas frías aguas, por supuesto yo no sabía de quien se trataba, pero mi general me lo hizo saber. No dudé ni por un instante y me la traje conmigo. Discúlpeme si me he sobrepasado, pero la reina Hipólita se encargó de escribirme con la noticia de su embarazo y también escribió que su Alteza Eva era su invitada, sin embargo, yo no conocía su rostro. –Finalizó y bajo la cabeza.


– Te lo agradezco, Máximo, serás recompensado por esto.


– La gratitud de su majestad es más que suficiente. –Respondió y asentí con aprobación.


– Hipólita, explícame como demonios dejaste que esto pasara. Eres mi reina, Eva es nuestra invitada, y por el placer de tú rey debes cuidar de los huéspedes que él recibe. –Dije volviéndome a ella, enfadado. Le hablé al oído– Escúchame bien, te diré lo mismo que le dije a Lawrence; por el bien de todos, espero que Eva esté viva, o haré caer el palacio encima de sus cabezas, ¿me has entendido? –La miré, se le habían llenado los ojos de lágrimas, y respondió casi en un susurro "sí, su majestad."


Los doctores salieron de los aposentos. No dieron un diagnóstico muy favorable, Eva casi pierde la vida, pero pudieron hacer que devolviera toda el agua que había tragado. Le habían dado jarabe para que pudiese descansar, y me quedé con ella hasta que despertase. El rey durmiendo en una silla, esperando que esos ojos color café lo volviesen a mirar, que ironía, yo, Leónidas, estaba tan enamorado de ella, y necesitaba con toda la fuerza del mundo que Eva volviera a mí.


Eva.


Desperté desconcertada, y con un dolor inmenso en mi cuerpo. Miré a mi alrededor, estaba en mi cama, y a mi lado, estaba Leónidas. Lo miré extrañada, ¿qué había pasado? ¿Por qué él estaba aquí?
Al momento en qué me moví, él despertó, asustado.

– ¿Majestad? –Dije y se levantó de un salto de la silla.


– Eva, ¡por el amor de Dios, despertaste! –Me respondió. Se acercó a examinarme.


– Mi señor, estoy bien, ¿qué ha pasado?


– ¿No recuerdas nada? Te caíste de tu caballo queriendo escapar de mí. Máximo, el hermano de Hipólita te trajo hasta aquí. –Tragué saliva. La persona con la que quería casarme se encontraba aquí, y más aún, me rescató.


– No quería escapar. Solo quería salir de este encierro que se convirtió en un infierno. –Respondí fría.


– ¿Por qué? Bueno, es decir, sí, por supuesto que lo sé, pero pudiste haber pedido mi permiso, o el de Hipólita.


– ¿Y me lo habrías dado, Leónidas? ¿La reina me lo hubiera dado? Respóndeme. Ambos sabemos que me tenías cautiva, tus guardias me lo hicieron saber, no tenían permiso de dejarme salir, eran tus órdenes.


– Cuida como me hablas, no estamos fuera del castillo. Sí, yo ordené que no salieses, me mataba solo pensar que un día despertaría y ya no estarías.


– ¿Y por qué?


– ¡Porque te amo, por Dios! -Gritó. Permanecí en silencio, y no me había dado cuenta que una lágrima caía de mi ojo– ¿Por qué es difícil que lo entiendas?


– ¿Y me pregunta por qué todavía, majestad? Usted y su reina me usaron como trapo para lavar estiércol, que rápido olvida todo, es fácil, ¿no?


– Eva, jamás he hablado tan en serio. Pongo a Dios como testigo y con el corazón en la mano, te amo, créeme porque esa es la verdad.


– Yo también, por sobre todo. –Respondí– Pero amarte es prohíbido, Eres el rey, tienes a tu reina, y lleva a tu heredero. ¿Qué papel llevo yo en todo esto?


No me respondió, y salió de mis aposentos en silencio. Sabía que tenía razón, y mi único escape de aquí era formando una alianza con alguien más, porque él no me dejaría ir, solo sobre su cadáver.

El heredero del Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora