Cap 7: Nuevo ataque

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-¿Entonces tú vienes desde Rancagua?

-Sí-Contestó Martha mientras engullía aquella tostada.

-¿Por qué te destinaron a Santiago?

-Problemas con mi antigua compañera de trabajo. Diferencias laborales.

*****

"La noche había sido terrible y la faena ardua. De tal modo que a la una de la mañana estaba tan cansada que ya no podía más y casi me derrumbaba por el sueño. Así que para despabilarme un poco salí del pabellón donde estaba de turno y me dirigí a la cafetería de la comisaría a por un café. El resto de la madrugada se veía que iba a estar tranquila. La sala estaba casi vacía, salvo por un par de heridos que habían llegado recién y ya eran atendidos por algunos compañeros. Asuntos de drogas, seguro.

Llegué al cafetín, pedí un café y me senté a paladearlo con toda tranquilidad. Rato después, apareció por la puerta de la cafetería la inspectora Osorio. Inconfundible por su alta estatura y porte elegante y majestuoso. Entró a la cafetería, pidió también un café y fue a sentarse a la misma mesa que yo.

-Hola-Dijo-¿Qué tal?

-Aquí, tomando un descanso-Contesté.

Seguimos tomando café sin decir muchas palabras. La inspectora Osorio era una mujer en verdad soberbia. Era la más alta de todas las residentes, y más que su estatura, destacaba en ella una belleza envidiable. Era blanca, cabello castaño oscuro y ojos café claro. Tenía un cuerpo espléndido, esbelto y un rostro de ángel. 

-Oye-Dijo sacándome de mis reflexiones-¿Tú te llamas Martha Olmedo, verdad?

-Sí, ¿por qué?

-Vi en los expedientes que eres la nota más alta de los que han entrado en la última década a la comisaría.

-¿En serio? No sabe lo que me costó. Días enteros en el gimnasio y noches pegadas al café.

-¿Sabes?-Dijo Osorio-Creo que eres la persona que va a llevar el nuevo caso de Delitos Violentos. Es uno de los casos más difíciles que nos han llegado. 

-¿En serio? 

-Sí.

-¿Lo tiene aquí? Me gustaría ir echándole un vistazo.

-No, pero está en mi casa. Si quieres vamos y te lo entrego allá.

Yo asentí. En ese momento ya había terminado mi café, pero ella aún tenía la mitad del suyo. Lo tomó en sus manos y nos dirigimos al ala destinada a los familiares. 

Llegamos y entramos a un cuartito con lo más indispensable: una cama, una silla, un escritorio y un armario. Ella se quitó la gabacha blanca aludiendo demasiado calor y me instó a hacer lo mismo si gustaba. Yo le dije que no sentía calor.

-Veamos-Dijo hurgando entre las cosas del armario-Por aquí tengo tu libro.

Estaba buscándolo a una mano, así que dejó el café sobre el armario y se dedicó a buscarlo con ambas. Revolvió y revolvió como loca el closet sin encontrar el dichoso informe. En un movimiento brusco, el café cayó desde donde lo había colocado por mala suerte, y se desparramó sobre la delgada blusa del traje celeste. 

-¡Demonios!-Vociferó-Permíteme un segundo-Me dijo.

E inmediatamente se sacó la blusa, dejando semidesnudo su pecho. El líquido había traspasado con facilidad la tela de algodón y había ensuciado su sujetador de fino encaje.

-¡Vaya! Ahora voy a tener que lavarlo antes de que se le pegue la mancha y sea difícil sacarla después.

Y se lo quitó. Se lo sacó sin más, como si en la habitación no hubiese nadie más que ella; como si mi presencia no le incomodase en lo más mínimo. Sus senos blancos quedaron al descubierto, trémulos, desafiantes, macizos... Los senos se le veían un poco irritados pues el café aún seguía muy caliente. Para aliviar el ardor momentáneo, echó agua sobre ellos. Al refrescarse, sus pezones comenzaron a tomar una solidez exagerada, como punta de lanza y sus carnes se pusieron más firmes y tensas. Con delicadeza comenzó a lavar la prenda en el lavamanos, y dijo: 

El espantapájarosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora