1: Void.

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Chicago, Illinos.

Muchos años antes.

VICENZO:

Arrojo la fruta al suelo. En lugar de bañarla con un poco de él, mis manos se sumergen en el tazón de chocolate. Beatrice, la madrastra sexy de Arlette, me mira con el ceño fruncido desde la mesa en la que se encuentra amamantando a su estúpido bebé que se parece al tío Carlo. No dice nada con respecto a mi forma de comer, pero si lo hiciera no la escucharía porque no es mi madre y si no me quiere en su casa puede echarme. Francesco no está, se fue con su tío a Italia durante unas semanas, y ni siquiera sé por qué estoy aquí.

No.

Sí lo sé.

Vicenzo se queja Arlette, deteniéndose junto a mí con algunos palillos que fue a buscar a la cocina para que pudiéramos iniciar nuestra merienda. Lamentablemente tenía hambre y ella es lenta. Trae un vestido rosa que hace que mis manos se aprieten. Es tan fea─. ¿Por qué metiste las manos en el chocolate? murmura, sonando angustiada─. Ahora no lo comeré.

Termino de chupar el chocolate de mis dedos y hago una mueca.

Si un día me la chuparás no debería importarte.

Arlette arruga la frente. Sus mejillas también se llenan de rosado.

En lugar de discutir conmigo, sin embargo, se da la vuelta y desaparece.

Asqueroso. Yo no voy a chupártela. Le diré a Fósil lo que dijiste.

Río, trayendo nuevamente la atención de Beatrice a mí.

Siento la química fluir entre la puta de Carlo y yo, así que relamo mis labios y muevo mi lengua con un propósito claro en su dirección. Debí leer mal su expresión, sin embargo, puesto que se pone de pie y se marcha indignada con su bebé. Me levanto para seguirla o para seguir al demonio y fastidiarla un poco más, pero la voz de mi padre me detiene al igual que lo hace su mano sobre mi hombro. Sabiendo lo que está a punto de pedirme, me tenso. Él dijo que solo vendríamos a ajustar algunas cuentas de tío Carlo a su nombre por su ausencia. Cuando llevo mis ojos a los suyos, me quita el tazón y me empuja hacia sus hombres. Se queda atrás. No lo pide por favor. Solo espera que cumpla sus deseos.

Hazme sentir orgulloso exige antes de que sea guiado a las mazmorras.

Llevo un suéter negro y vaqueros. Mis botas de plástico resuenan contra el hormigón. Llevo ropa, pero siento frío y el frío aumenta a medida que recorremos el pasillo y alcanzamos la celda al fondo. Intento luchar, en vano, cuando los hombres de mi padre me empujan en su interior riéndose. La única luz alumbra un hombre atado a la pared con grilletes.

Me tenso al darme cuenta de que se trata de nuestro viejo chófer, Mauricio.

Él es agradable.

Es un buen tipo.

No entiendo por qué mi padre querría matarlo, pero aún así hay una mesa metálica en la cual se encuentra un cuchillo con un propósito bastante claro. Intento buscar el deseo que siempre siento en mi pecho de complacerlo, la indiferencia y la emoción al momento de acabar con la vida de una rata, pero no la encuentro. El hombre tiembla y llora.

Se hizo pis ante mí, un niño, pero eso no me hace reír.

No quiero matarlo.

Famiglia Cavalli (Mafia Cavalli)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora