12. Némesis, parte 4.

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VICENZO:

Nadie me dijo que ser padre sería fácil, pero no pensé que fuera tan difícil.

Nadie me dijo que podía despertar una noche debido a los gritos de mi hija menor, abrir una puerta y encontrarla cubierta de sangre, a su hermano medio muerto en el piso y a su otra hermana en medio de una especie de shock, todo mientras me vi forzado a enviar a mi otro hijo lejos por la magnitud de la atrocidad de sus crímenes. Crímenes que ni yo mismo habría podido cometer, incluso a esta edad.

De haberlo hecho quizás lo habría considerado un poco más.

―Papá, estoy bien ―insiste Santino desde su cama en el hospital―. Puedes ir a casa y venir por mí mañana. ―Empiezo a negar porque aunque Caos solo perforó un capilar demasiado escandaloso y no hubo mayor daño, pudo haberse desangrado en mis brazos sin que pudiera hacer nada por ayudarlo y no estoy listo para superar eso―. Vicenzo ―dice, siendo el único de mis hijos que me llama por mi nombre cuando estamos a solas: como un igual. Lo asocio a su edad, a que es mayor, y a que a veces, entre dos, me da algunos consejos que son demasiado buenos como para desperdiciar. Es un maldito sabio―. Dejaste en casa a tres mujeres que ya de por sí solas son un poco dramáticas. Una de ellas me apuñaló, otra lo presenció y otra seguro está queriendo que alguien pague por mi intento de asesinato. ―Arruga la nariz―. No, teniendo en cuenta que una de ellas tiene otra personalidad mientras duerme... me temo que son cuatro. Se le suma una que se despertó de la nada con sangre en sus manos.

Mis labios se curvan hacia arriba.

Me pregunto cuál sería su reacción si se entera que son más.

―Sabes que tu madre te mataría si te escucha hablando de ellas de esa manera, ¿no? Dejarías de ser su consentido.

Se encoje de hombros.

―Hoy casi me matan. Creo que podrían disculparme. Su consentido es Valentino, de todos modos, y yo solo soy el repuesto ahora que no está. ―Bosteza, su voz sonando rasposa y cansada―. Estaré bien ―insiste―. No necesitas quedarte conmigo, papá, pero quizás necesiten tu ayuda en casa.

Aunque no quiero irme de su lado porque no deseo que piense que sería capaz de abandonarlo en su peor momento, me aparto de la ventana con vista hacia Chicago en la que me encontraba apoyado viendo nuestro reino. Para nadie es un secreto que no suelo ser demasiado cariñoso con mis hijos y que los he convertido en buenos sucesores, pero aún así me inclino sobre él y llevo mis labios a su frente. Todavía me inunda el pánico de sentirlo muriendo ante mis ojos. De no poder hacer nada.

Santino se ha ganado ser llamado un Ambrosetti.

Un Cavalli.

Sin importar su origen, es mi maldita sangre.

―Solo lo haré porque insistes, hijo ―digo, apresurándome en apartar la mirada de su rostro para que no sea capaz de ver la humedad en mis hijos ya que no quiero ser un ejemplo de debilidad―. Pero estaré aquí antes de que salga el sol y te traeré algunos de esos libros, ¿deseas uno en especial?

Santino niega.

―He leído todos los que están en mi habitación. Puede ser cualquiera.

Afirmo y tras asegurarme de que está cómodo en su cama, salgo de su habitación. Me voy, pero se quedan alrededor de veinte hombres custodiándolo. Diez dentro del hospital. Diez fuera. Me encargo de recordarle personalmente a cada uno de ellos qué está en juego antes de adentrarme en uno de los vehículos de la familia. Una vez estoy en casa me tomo unos momentos en su interior antes de bajarme. Esta se encuentra sumida en un escalofriante silencio, lo cual se debe, en parte, a que los gritos de los prisioneros no hacen un extraño eco que sale a través de los ductos de ventilación.

Famiglia Cavalli (Mafia Cavalli)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora