J.

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JEAN, Jean has fallado

    Has fallado, pecador.

        Arrepientete de tus pecados, reza, ¡reza para mí porque eres mio!

                JEAN...

    —¡Cállate!—Vociferó el muchacho irgiendo su
        cuerpo con súbita rapidez.

La voz se convirtió en un ténue y airoso cuchicheo. El lugar se sumió en una paz sobrecojedora mientas el joven luchaba por usar su cuerpo e intentar ponerse en pié por completo. Algo imposible.

Tenia los musculos engarrotados y le dolía todo el cuerpo como lo que no estaba escrito, hasta el punto de creer que moriría. A demás cada uno de sus brazos estaba atravesado por un gran trozo de madera en forma de u invertida que lo anclaba a la superficie donde había despertado tan solo dandole el lujo de levantar el torso. Pero lo más peculiar de todo aquello era que desconocía tanto su propia existencia como el lugar donde se encontraba. Lo único que recordaba era esa voz que le había estado comiendo la cabeza durante una larga parálisis.

Soy Jean, ¿Pero quien es Jean?. Podía jurar que aquella vez sí que estaba despierto, no por el dolor—que había estado allí mientras escuchaba atrapado por la quietud de un cuerpo dormido —sino por el inconfundible dolor a muerte llenando la habitación.

Gritó agonizante, no sabía qué mas hacer, la habitación estaba completamente a oscuras y lo único que era capaz de escuchar era una gota que constantemente caía al lado de su oido izquierdo. El choque contra la superfície, seguramente de piedra, se intensificaba cada vez más hasta creer que aquél ruido le perforaría la cabeza. Necesitaba calmarse. Almenos dejar de gritar.

Amansar su respiración le llevó media hora, y cuando lo hizo trató a escuchar nuevamente su voz.

    —¿Hay alguien ahí?— Con voz quebrada.

No hubo respuesta. Suspiró desmoralizado.

Viró sus muñecas y agarró la madera que lo mantenía apresionado con fuerzas mientras su respiración se hacía cada vez más profunda y ahogada por el dolor. Se aliveró dejando la prueba en sus brazos, dos agujeros sin sangre, completamente secos al tacto. ¿Acaso era normal no sangrar?

Dijo que no con la cabeza e inmediatamente se secó las lagrimas con sus propias manos. Debía salir de aquél extraño espacio. Caminó por la sala a ciegas hasta que palpó barras de hierro, una puerta mas estaba cerrada. No era un lugar muy grande, a pesar de la confusión podía deducir que era un subterraneo con una mesa en el centro— donde lo habían estirado— y objetos colocados sobre estantes adosados a la pared, algunos tirados por el suelo pero todo demasiado húmeado.

Tropezó con algo duro colocado sobre el suelo y se precipitó cayendo como un peso muerto. Continuaba sin poder moverse con facilidad. El objeto se trataba de algo pesado y metálico, no tardaría en descifrar que se trataba de un candil. Se maldijo por no llevar cerillas. No obstante, la puerta rechinó y se abrió sola dando un golpe fuerte contra la pared.

    —¡¿Qué es eso?!—Valvuceó. Salían hilos de luz
        por la puerta, por lo que podía observar
        el entorno.— Respira, debo intentar
        respirar.

Y así era, debía hacerlo y salir de allí, pues había descubierto de donde venía el olor a muerto: las estanterías estaban llenas animales sin vida desmembrados y la sangre seca manchaba el suelo, las paredes e incluso parte del techo. Se le ponían los pelos de gallina. No comprendía dónde se había metido.

AJEDREZ SANGRIENTO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora