C.2

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Pov Jean

Tras haber empezado y perdido lo que podría haber sido una aventura de octubre-invierno en apenas segundos, me di cuenta del inmenso cementerio que ocultaba el mar a sus adentros.

Aldora ya estaba muerta, a pocos metros de mí, y me miraba con sus ojos abiertos, como si en el fondo lo hubiera estado deseando desde el principio. Pero no éramos los únicos cuerpos bajo el mar. Ni siquiera los dos cuerpos sin vida.

El acantilado guardaba sus propios secretos; por ejemplo el misterioso cofre de tamaño humano anclado entre la arena. Y de dentro del cofre emergía el magnetismo de las olas, aquello que me había empujado hacia adentro.

Todo cobró sentido: la voz quería verme abrir el cofre, donde seguramente no encontraría tesoro alguno. ¿ Pero le iba a hacer caso ? Por supuesto que sí, lo iba a hacer porque si no quizá volvía a torturar mi cabeza.

Y al abrir el cofre dejando atrás a Aldora, quien horas después sería nombrada como "desaparecida" en el diario, pude ver al hombre. Perfectamente conservado e inmaculado .

Era extraño que se encontrase en una caja de madera tan bonita, ¿Estaría puesto allí como si fuese una especie de tesoro? Era una idea digna de un psicópata, pero no estaba descuartizado, tan solo tenía una herida surcando sus piernas, limpia pero profundamente, sin duda hechas por un cuchillo.

Me olvidé de Aldora. No me arrepiento, esto era primordial.

Abrí completamente el cofre, me sentía como si me hubiese metido en la piel de un profanador de tumbas, solo que esta vez estaba sacando mi propia sirena de una jaula de madera. Así es, porque era mío. Después de todo le había dejado de latir el corazón, había pasado a ser un objeto necesitado por mí a toda costa. ¿Porqué no me sentía mal por a su mismo tiempo estar llamándome objeto?

Subí a la costa y saqué la cabeza inhalando el aire frío, fruto de la madrugada, sin necesidad de hacerlo. Oí un leve pitido salir de mis pulmones, llevaban tanto sin usarse... 

Él estaba sobre mis brazos. No sabía qué nombre habría tenido en su anterior vida, o las cosas por las que habría tenido que pasar para acabar encerrado bajo el mar, pero sí sabía que al igual que yo, aquél cuerpo también era un imán ligado a la mansión. Y por lo tanto, posiblemente despertaría de la muerte.

Me pregunté si a pesar de estar tan callado y frío escucharía los pitidos agonizantes que salían de mi garganta, pues conservaba las palmas de las manos cálidas, tentadoras de acabar entre las mías. Por un momento me detuve de pie mientras las olas chocaban contra mis pantalones empapados: estaba saliendo el sol.

Si el sol me tocaba , me dolía, si el sol le tocaba a él, se oxidaría como una manzana mordida expuesta al mundano oxígeno. Es eso lo que llamamos putrefacción, cuando las manzanas se vuelven marrones. Cuando la piel deja de estar tersa.

Y entre el sol y las olas estábamos nosotros y la gigantez del acantilado, por el cual trepaban unas escaleras fácilmente expuestas al sol.

Corrí, y esta vez lo hice con su sangre entre las venas, esa que distorsionaba mis sentidos volviéndome más fuerte. No subí, al menos nadie lo hubiera visto así desde abajo. Fue como si no lo hubiera hecho nunca, pues en apenas cinc segundos llegué al final de las escaleras y nos refugié bajo el porche.

Sobrevivimos. Supongo que se podría decir así tratándose de un semivivo y un objeto.

Pero no era suficiente. Él debía resurgir al igual que lo había hecho yo. Él también debería escuchar la voz. Si no yo mismo sería el encargado de volver a lanzarlo al mar. O bien enterrarlo.

Lo metí dentro de la casa, y de ahí directo al baño. Lo desnudé, estaba empapado y helado, por lo que limpié su cuerpo con agua tibia. Era algo extraño, más por alguna razón que desconocía supe que no era mi primera vez bañando a un desconocido.

JEAN

JEAN, seguiste tu destino y lo hiciste aún más oscuro

Jean, pecador, no te acerques al peligro que aguarda tras las cañas de bambú.

Jean, el infierno se encuentra bajo el sol.

La voz había vuelto a sonar en mi cabeza nuevamente, lo supe al instante. Hablaba sobre el pequeño terreno de cañedos donde solía ir a hablar por las noches. Sin embargo, pese a la oscura aura guardada en ese lugar, no era capaz de imaginar qué se escondería a la espera de que algo dentro de mí, dentro de la casa o, quien sabe, dentro de ese cadáver sacado del agua, haría su próximo movimiento.
Pero quien movía las piezas blancas y quién las negras, quién era el bueno y quién el malo era fruto de mi propia decisión.

Y mientras pensaba como tantas veces, no pude evitar fijarme en el tatuaje que el extraño escondía tras su espalda:

C.

Caí, y caí dolorosamente en la verdad: C. y yo habíamos sido puestos estratégicamente allí. C., J. ...quizá también K. Éramos pequeñas ratas de laboratorio a quienes habían nombrado con tres simples letras adornadas con puntos y posiblemente aquél tatuaje de su espalda no hubiera estado allí por su propia decisión.

Me levanté. Me ardía la frente de disconformidad. Apreté los puños y di un golpe sobre el suelo.

-¿Quién coño soy? ¿Porqué no recuerdo nada?¿Porqué he pecado? ¿Quién coño soy?

Lo proximo que hice después de colocar con cuidado a C. sobre una cama tapado por el fino velo de una manta fue dirigirme hacia los cañedos alumbrado por el sol .

-Necesito respuestas-Suspiré profundamente arrodillado frete a la tumba mientras olía el aroma de la piel quemada sobre mi espalda y acallaba el dolor. 

-K., ¿Acaso mi destino se encuentra en una tumba al lado de la tuya? Ojalá pudiéramos habernos conocido en otra ocasión. Ahora mis sueños de salir de aquí se han convertido en pesadillas. ¿Qué nos han hecho? Ya no sé qué me pasa.

Algunas lágrimas mojaron la tierra revuelta bajo las flores. Me había encargado de adornar la tumba con algunas flores. Desconocía a la persona descansando ahí abajo, pero empatizaba con el estado de estar inmóvil y rígido.  

continuará...

AJEDREZ SANGRIENTO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora