A.2

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Allí estaba Andreas, con la cabeza cubierta de sangre seca, el tabique de la nariz desviado, once costillas rotas y aún así en pie, tratando de encontrar un camino fácil para volver a la carretera y continuar caminando su corto trayecto hasta la casa de su amante. Por suerte había encontrado el teléfono entre unas adelfas silvestres, mágicamente intacto, salvo por la pantalla, finamente agrietada y ahora el brillo de esta le molestaba de una forma incoherente. Se detuvo cansado y viró la cabeza hacia el cielo nocturno. El olor a cenizas penetró sus pequeños agujeros de la nariz. Había salido de un coche hecho trizas, pero él estaba moviéndose sin más dificultades que un buen cansancio.

Recibió una llamada. Contestó al segundo al ver el nombre que aparecía en la pantalla rota.

--¿A- Andre? ¿Joder Andre eres tú? -- Hablaba como si hubiera visto a un fantasma.

--¿Hermano? Sí, oye, he tenido un proble...

--Llevo tres días intentando contactar contigo --Le interrumpió-- Oye. Tenías el teléfono apagado, no había forma de saber dónde estabas. Incluso he tenido que alertar a la policía y... Joder. ¿En qué lío te has metido ya?

-- Asher, espera. ¿El teléfono apagado? Tres.. ¿tres días?-- Incluso su voz sonaba agotada, como si acabase de correr una maratón, pero eso no quitaba que se hubiera asustado.

Andreas se sentó cautelosamente sobre el suelo y juntó sus rodillas con su pecho quedando en forma fetal con el teléfono tendido en el mismo pasto. Apenas llevaba medio quilómetro andado, quedaban tres más. Escondió las manos en las mangas negras y usó estas para mojarlas de lágrimas.

--Andreas ¿Podrías pasarme tu ubicación?- Sonó la voz desde el otro lado del teléfono.-- ¿Andre? ¿Estás bien?

--Antes he escuchado la voz, pero no podía contestar.

--¿La voz de quién?

Andreas sonrió ásperamente, se llevó la mano al cuello apretándolo con fuerza hasta que se quedaron las marcas rojas de sus dedos y colgó el teléfono para levantarse y seguir caminando. Encontrar un bastón de bambú a su medida le hizo el paseo más agradable. No quería alarmar a su hermano pese a que lo había hecho, más su principal objetivo no era más que uno: no permitir que a su amante irse de la lengua y dar a conocer la clase de padre por el cual muchos asistían a iglesia. Quizás también... Obtener algo de amor.

En un momento de cansancio subió a la carretera y empezó a hacer autostop. Rápidamente un coche se detuvo abriendo la ventanilla, una joven rubia se asomó mostrando una característica mueca de confusión.

--¿Padre? ¿Qué hace aquí a estas horas? Oh, no le diga a mis padres que no fui a casa de Tzuyu.

Sus ojos se convirtieron en dos finas líneas, al principio no la había reconocido, pero cuando estuvo unos segundos observándola logró hacer memoria, era la hija menor del alcalde, Serena.

--Serena, ¿podrías llevarme a Gunsea?

Ella arrugó una ceja también observando a Andreas de arriba a abajo, pero abrió la puerta asintiendo la cabeza. Se veía a leguas las ganas que tenía de preguntarle al padre porqué estaba en tales condiciones, pero cuando él se sentó en el asiento del copiloto inundando el coche de tensión supo que algo no iba bien y que sería mejor no abrir la boca.

--¿Y a donde va, señor ?

--Voy a visitar a un viejo amigo- Mintió descaradamente.

--¿Un amigo?

--Sí. Sólo eso.

Serena no se lo creía. Cerró el pico y se centró en la carretera. En el camino, él pudo averiguar que Serena estaba bebida, pero no solo eso, también que la piel de ella era tan fina y maloliente que si tan sólo diera un mordisco se desgarraría como la pantalla de su teléfono y dejaría salir algo que realmente llevaba un buen tiempo deseando. Claramente sangre.

Cuando Serena lo dejó frente a su destino, aquél sentimiento instintivo se agudizó en su garganta. ¿Qué le ocurría? Todo debía ser cosa de la maldición, eso era lo que había pensado desde el principio, que había sido el elegido por su dios para portar aquella cosa abstracta, seguramente arcaica y cuanto más extraña a rabiar. Pero él aún no sabía nada.

Dio dos golpes sobre la puerta y esperó con las manos detrás de la espalda. Parecía un angelito.

Un hombre le abrió la puerta. Era alto, delicado, con facciones dulces, pecas sobre la nariz, ojos pequeños, de un negro profundo y llevaba puesto un precioso conjunto de lencería, de esos a los que el muy fetichista padre Andreas jamás hubiera dicho que no. De hecho le había provocado una sonrisa nada más verlo y notar cómo el humo que salía de entre sus labios sensuales se encontraba con su cara blanca a más no poder y la calentaba. Andreas se notaba demasiado frío en contraste con el humo.

Nuevamente fue escaneado de arriba a abajo por la mirada para nada extraña.

--Cariño, mierda. Llamaré a una ambulancia. Espera un segundo.

--Estoy bien. He tenido un accidente, nada más. ¿Puedo pasar?--Apoyó todo su cuerpo en la pared mientras miraba a su royo de dos noches a través del marco de la puerta.

La primera vez con él había sido algo corto pero explosiva, tras una semana entera llena de miradas profundas, le había pedido acompañarlo a la capilla para enseñarle los ramos que había elegido para llenar la iglesia de flores en la próxima boda, y de un momento a otro la conversación se había vuelto un diálogo de miradas profundas hacia los labios del opuesto y sus corazones habían empezado a acelerarse, dando como final un juego fogoso sobre las flores rosadas. Uno encima, salvaje y otro abajo sintiendo el calor en su vientre y suplicando por más, con protección claramente. La segunda vez había sido algo un poco más serio, más romántico. Tanto que en su momento de gloria y sudor, entre beso y beso al oír el "te amo" el padre había llegado a creer que realmente se había enamorado.

--Por supuesto, pasa.-- El contrario lo aguantó del brazo temiendo verle caer, después lo sentó en su sofá. Tenía puesto buscando a Nemo.

Andreas bajó la cabeza.

-- Ahora que Dios me ha abandonado, necesito un abrazo, pero tan pronto he cruzado la puerta en lo primero que has pensado ha sido llamar una ambulancia. No en si estaría triste, o perdido o...

 No en si estaría triste, o perdido o

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