Capítulo 5.

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-Sí-me limité a decir.
-Entonces, estoy en mi derecho de regañarte. ¿Estás loca? ¿Te das cuenta del peligro que corres saliendo así, acaso? No me des más esos sustos... han estado a punto de matarte y tú ni te has dado cuenta-dijo enfadado.
-¡Esto es flipante!-grité desesperada- Me acaban de soltar la bomba de que soy un... alma blanca o algo así. Mi familia, supuestamente, es una familia de ángeles, y que veo cosas que el resto no ve, como chicos que intentan matarme. ¿Pretendes que en un segundo lo asimile? ¡¿O que simplemente me lo crea?!
Estaba fuera de control, pero con toda la razón. Nada tenía sentido.
-No es para tanto-se quejó.
Arqueé las cejas. Yo aún tenía lágrimas de la impotencia, pero en esos momentos me daba exactamente igual. Ya había dejado de llorar.
-Pero, ¿es que estás loco o qué? ¡Cómo te parece normal esto! Uf... eres increíble.
-Lo sé-dijo divertido, supongo que para intentar animarme, pero consiguió el efecto contrario-. Pero, en serio ¿todo te ha parecido normal siempre? Hasta ahora, ¿tú pensabas que tu familia y todo era normal?
-¡Pues sí! No soy tan perfecta como tú, lo siento-ironicé.
Nos quedamos unos segundos callados.
Luego, no sé en qué estaba pensando, pero me cogió la mano. Nos quedamos unos segundos mirándonos, y después la soltó.
-Escucha... siento que te esté pasando todo esto, ¿vale?-su voz sonaba más tranquila- Entiendo que será algo nuevo para ti. A mí me llevan preparando para esto desde los diez años.
¿Cómo iba a conseguir yo tal preparación en días?
-¿Y cuántos años tienes ahora?- dije aprovechando la ocasión para preguntar.
-Dieciséis, casi diecisiete-respondió-. ¿Y tú?
-Quince-murmuré, y al ver su sonrisa añadí-, en unas semanas dieciséis.
-Entonces soy mayor.
-¡Pero a penas!
-Pero aun así lo soy.
-No.
-¿No sabes contar aún, eh?
Lo miré desafiante de arriba abajo y él sonrió, satisfecho de enfadarme. Le di un puñetazo en el brazo, pero él rodeó mi puño con la mano y me cogió ambas manos, dejándome sin moverme.
-No vale-me quejé. Él obviamente era más fuerte que yo, lo cual odiaba.
-Pues admite que soy mayor-dijo mientras yo intentaba soltarme.
-¡No te puedo considerar mayor!-repliqué.
Él sonrió y no se movió nada. ¡Dios, qué guapo era! Qué sonrisa más insoportablemente bonita.
Bufé y sin saber por qué, yo también sonreí.
-Vale-dije alargando las vocales cansada-, eres muy grande, todo un hombre, no como yo, que soy una enana-admití con un poco de ironía. Me soltó satisfecho.
-Eso, eso-afirmó-. Por cierto, tenemos que irnos ya. Pero AHORA-al decir esto, se preparó para ponerse serio.
-Es cierto... ya estoy escuchando a mi madre regañándome.
-¿Cómo dices? No podemos volver a casa. Sería una muerte segura y sabrían por fin dónde vives. Ya casi lo han conseguido, por lo que veo.
-¿Quééé? ¿Dónde narices vamos a ir entonces, chico?

-Me iré contigo si me respondes a un par de cuestiones.-le amenacé.
-Puedo llevarte a la fuerza, lo sabes, pero si te quedas contenta...-accedió.
-¿Qué eres?
-Un alma blanca, como tú.
-¿A dónde me llevas?
-Lo verás cuando vengas.
-¿Estamos en peligro?
-Puede que sí. Es muy probable.
-¿Te enviaron mudarte aquí para conocerme e investigar? Es más, ¿te obligaron a hablarme y todo eso?
Se quedó unos segundos callado.
-No exactamente-respondió-me enviaron para vigilarte, investigarte y protegerte.
Me decepcionó un poco, pero asentí. Si todo había sido por una misión... pero no, no podía ser. Nuestra relación- que era un poco extraña- no era fingida. Ignoré ese pensamiento y suspiré.
-No nos queda otra salida que irnos, ¿verdad?
Tenía esa extraña sensación que sientes cuando sabes que está ocurriendo algo pero en sí no lo asimilas. Como cuando sabes que estás soñando. Nada parecía lógico, y en realidad, nada lo era. De nuevo se puso serio y comenzó a andar enérgicamente. Tuve que hacer un esfuerzo para seguir su ritmo, ya que él era alto, delgado pero fuerte, y sus piernas eran más largas, aunque yo también fuera alta.
-Nos estamos alejando mucho-me quejé.
-No pretenderás que te lleve yo, ¿no?
Me ruboricé y lo disimulé mirando los edificios que dejábamos atrás.
-¡Claro que no!
Él rió ante mi reacción y lo miré sin poder evitar una sonrisa.
Se echó hacia atrás su castaño flequillo con los dedos. Me percaté de lo curvadas que eran sus pestañas, que hacían más grandes sus ojos...
-¿Qué observas tan concentrada?-me preguntó extrañado, mirándome.
-A ti. No hay nada más en lo que me pueda fijar-admití intentando parecer lo más tranquila posible, aunque en realidad no me disgustaba nada la idea.
-No te quejarás entonces-murmuró.
Bufé y lo miré arqueando las cejas.
-¿Por qué eres tan tonto a veces?
-¿Tonto?-sonrió de nuevo.
-O más bien irritante, tal vez-me corregí- tienes la capacidad de hacerme enfadar muy pronto.
-Digamos que me gusta enfadarte-admitió divertido.
-Me he dado cuenta, ya-afirmé.
Estábamos llegando al puerto, ya podía percibir el olor a sal y escuchar las olas romperse en la orilla, suaves pero rompedoras.
-¿Qué narices vamos a hacer en el puerto? Pescar no es lo que tenga más ganas ahora mismo, ¿sabes?- murmuré con sarcasmo.
Él suspiró, pero luego sonrió.
-Anda, simplemente sígueme y no hagas más preguntas-me ordenó.
Naturalmente, no le haría mucho caso.


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