Capítulo 12- Discusiones.

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Al día siguiente sí fui al instituto. Como si pudiera concentrarme en ello. Por supuesto. Me había prometido ser mucho más madura en esto (dentro de lo posible) e intentar asumir esta nueva realidad que era mi vida actual. Esta realidad con ángeles desterrados, ángeles blancos y... Álex. No podía evitar pensar en él. Por Dios, qué cursi me estaba volviendo. Demasiado.
Solté una sonrisa idiota en mitad de clase: había soñado con él aquella noche. Otra más. Pero en mi sueño sí sí me quería. ¿No tenía otra cosa en la que pensar? Por ejemplo, en lo que respectaba a mi vida. O en la lección que me estaban dando en la clase de Historia. Eso también podía ser importante.
-Lara, podías poner un poco más de atención a la Segunda Guerra Mundial, ¿no crees? Llevas días bastante distraída.
Mis mejillas se tiñeron de rojo y asentí. Álex me miró. Parecía divertirse cuando me ponía así. Estúpido...
Al salir de clase me estaba esperando Andrea tocándose como siempre su alocada melena rubia- podía llegar a un punto en el que ponía un poco de los nervios, pero ya estaba bastante acostumbrada- mirándome con sus ojos color miel.
-No te lo vas a creer-murmuró con la mirada en el suelo.
Normalmente esa frase significaba algo positivo, con lo eufórica y alegre que era, me preocupó ese tono apagado.
Apareció Pablo, pero no me miró. Ni siquiera me saludó. No hablábamos como sie,pre desde hacía unos dos meses....
Oh, madre mía.
Desde el día que empecé a conocer a Álex, que él me pidió que fuera a ese concierto.
Se me olvidó totalmente.
-Hola, Andrea-dijo con un tono seco.
-No estoy de humor para un pique de parejita-exclamó Andrea-. Raúl está con una guarra. Con Almudena, ¿entendéis? ¡Con esa!
-Pues a mí Almudena me cae bien-repliqué con el tono más suave que pude-, pero... ¿no crees que es mejor que él sea feliz? Si tú no le... si tú no le gustas, no merece la pena sufrir por él.
-Lo dices como si pudiera decidir cuándo quererle o no-murmuró Pablo con la mirada fría. Su voz tenía un matiz tan frío que podría congelar el ambiente en pleno mayo.
-No digo eso-dije yo, intentando calmarme y no parecer demasiado molesta. Andrea se nos quedó mirando a los dos intentando descifrar nuestra expresión-. Me refiero a que, a lo mejor Raúl se equivoca, pero es su decisión. Él tampoco elige lo que siente.
-A veces uno hace daño sin darse cuenta-soltó Pablo, y esta vez sonó como una indirecta totalmente directa.
-Vale, vale-murmuró Andrea-, me parece que aquí sobro en estos momentos. Será mejor que os deje solos.
-No...-intentó decir Pablo, pero ella ya se había escabullido.
-Pablo-empecé a decir-, de verdad que siento lo del concierto. Debería haber estado ahí para apoyarte y tuviste que estar ahí solo... de verdad que lo siento.
-Tú no lo entiendes, ¿verdad?
Ladeé la cabeza sin comprender. Él evitaba mi mirada, y yo lo sabía. Sus ojos azules tenían una expresión dolida.
-No me importa que no fueras al cocierto. Si no hubieses podido venir, me importaría, claro, pero no es eso por lo que estoy enfadado-replicó- sino porque te olvidaste de mí completamente. Se supone que... soy tu mejor amigo. E ignoraste por completo cómo me sentía por ese tipo.
-¿"Ese tipo"?
-Álex se llama, ¿no?
-¿Y a qué viene ese tema ahora?-dije con evasivas. Entonces caí en la cuenta- Oye, mi mejor amigo eres tú. No te va a reemplazar nadie, estúpido.
Él me miró al fin y sonrió levemente. Yo asentí con la cabeza, y justo cuando íbamos a volver con Andrea, Álex volvió. Qué oportuno.
-No quiero interrumpir nada, pero tenemos que irnos. Bueno, no es que me moleste interrumpir esta escenita tan tierna, francamente-dijo, y deseé abofetearle la cara por un segundo.
-¿Irnos? Quedan dos horas para terminar la clase. No puedo irme sin más cuando quiera-le espeté.
Pablo intentó con todas sus fuerzas parecer despreocupado, y dejó su mirada en el infinito. Vi que intentaba no mirar a Álex. Me puso la mano sobre el hombro y cambió su actitud enfadada por una ¿protectora? Y dijo:
-No puede irse, ¿sabes? No porque tú se lo digas-dijo Pablo dirigiéndose a Álex por primera vez.
La mirada de Álex mostró impotencia por un segundo. Luego naturalmente se mostró natural y dijo:
-Mira, chico-le espetó con un poco de desprecio-. No tienes nada que ver en esto, ¿vale? No eres su perro guardián para comportarte de ese modo.
Los miré sin comprender. ¿Qué se supone que estaba pasando? No se conocían de nada, y sin embargo, se tenían un desprecio bastante obvio. Me alejé un poco de Pablo y lo miré a modo de disculpa.
-¿Ha pasado algo?-pregunté a Álex.
-No es el momento para hablar de ello con este delante, ¿no crees?
-No se llama "este"-le aclaré-. Se llama Pablo.
Lo miró un segundo y luego volvió a mirarme a mí.
-Ya, pero no me importa. Hay que irse ya-repitió.
-No voy a dejarte hacer pellas con este idiota-me aseguró Pablo-, ni de coña.
Me empecé a hartar de esta situación y cogí instintivamente a Álex de la muñeca, y volví a mirar a Pablo a modo de disculpa.
-Ya te lo explicaré todo... ¿vale?
Álex parecía satisfecho. Yo no lo estaba. Me condujo bruscamente hasta la puerta y salimos de allí sin que nos viera nadie.
-Vamos-dijo mientras caminábamos- han vuelto. Hemos encontraron una víctima más en un callejón anoche y...
-¿A qué ha venido eso?- le pregunté volviendo al tema.
Él se hizo el loco.
-¿El qué? ¿Lo de tu amiguito? Es un entrometido. No tiene por qué saber qué haces en cada momento.
-Y tú podías probar a ser un poco más simpático de vez en cuando.
Tosió y tiró de mí de nuevo.
-Bueno, ya hablaremos de eso más tarde. Ahora tenemos que ir al Refugio.
Pasó un rato y continuamos hablando en silencio, hasta que me dio por retomar la discusión de antes entre Pablo y Álex.
-Oye: ¿se puede saber por qué tienes que tratar así a Pablo?-le espeté por el camino.
-¿Cómo dices? No le trato de ninguna manera. Lara, esto no es el secretillo tonto de una amiga. Esto es algo serio. Hay que mantener las cosas en su sitio, ¿entiendes?
No podía dejar de ser así de borde, por descontado. Tenía que hablarme como le viniera en gana, ¿no? Pues no se lo iba a consentir más.
Le adelanté y fui andando por delante de él con decisión. Ya tenía bastante con tener que aguantar todo esto para que encima me exigiera lo que fuera.
-Has vuelto a enfadarte conmigo, ¿verdad?-suspiró- A veces eres como una niña pequeña. Y con "a veces" me refiero al 80% del tiempo...
Ni le contesté.
-¿En serio?-insistió.
Estábamos llegando ya, y me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no veía tantas nubes en el cielo. Y tonterías aparte, le ignoré e intenté entrar a el Refugio sin decirle nada, pero él me agarró de la mano y lo único que pude hacer es girar la cara y quedarme parada como una estatua mirándole a los ojos como una estúpida. El corazón se me iba a salir del pecho, pero conseguí decir un:
-Suéltame ya.
-Eres una enfadona...-dijo con una sonrisa. ¿Por qué tenía que contagiarme la sonrisa? Estúpido.
Solté un soplido.
-Eres tonto.
Me soltó la mano y, sin borrar la sonrisa de su rostro, dijo:
-Me parezco a ti, supongo. Ahora entremos, anda.


-¿Qué ha pasado?-pregunté a Enrique, uno de los hombres de las almas blancas.
Nos habíamos reunido en una gran mesa de madera de color burdeos, en una sala que parecía bastante antigua. Enrique se pasó la mano por el pelo, que estaba gastado por el tiempo y con entradas. Suspiró.
-Hemos encontrado a dos víctimas más... Como siempre, ocurrió anoche. Tiene más ventaja cuando no está la luz del día.
-¿Sabéis dónde se esconden?-preguntó Álex.
-Por desgracia no. Pero por eso estáis aquí-dijo Marat irrumpiendo en la sala.
Todos lo miramos hasta que Álex tuvo que abrir su maldita bocaza, cómo no.
-¿Por qué "estáis"? Puedo seguir con la misión solo. Como mucho, Gonzalo puede ayudarme. No quiero tener que estar protegiendo a nadie.
Me quedé mirándole. ¿Qué se creía? ¿Qué, que no podía hacer las cosas tan bien como él? Marat me miró con una sonrisa de disculpa y luego volvió a mirar a Álex.
-Sabes que necesitamos a Lara, Álex. Además, no vas a tener que protegerla; vamos a enseñarle todo lo que necesita y no va a necesitar que hagas nada por ella. -me defendió Marat. Yo le sonreí.
-Eso, Álex-repetí-, no tienes que hacer de hermanito mayor conmigo.

Fui al gimnasio del Refugio (Sí, tenía hasta gimnasio. Hay que ver lo que hace la magia para camuflar un sitio así) al que nunca antes había ido. Tenía todo lo que un gimnasio, excepto que -que yo sepa- en los gimnasios no hay armas de muerte, polvos en frascos ni cosas por el estilo. Alexia era la única persona de la sala, así que fui a ella. Lo primero que me salió decirle es:
-¿Dónde está Álex?
Alexia me sonrió un poco incómoda por lo que iba a decirme.
-Cielo... él ha preferido entrenar aparte.
No la entendí, porque ella intentaba ser suave, claro.
-¿Aparte?-repetí yo.
-Mm... solo.
La miré aguantando mi impotencia.
-Entiendo.-dije, sin entender nada realmente. Vale, habíamos discutido un poco (como siempre) pero, ¿era para ponerse así? Por supuesto que no.
Noté una mano en mi espalda y me giré en redondo.
-¿Preparada para entrenar?
-¿Gonzalo? ¿Tú me vas a ayudar?-le pregunté al verme.
Una sonrisa se dibujó en su rostro.
-Parece ser que sí.

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