❝let me be your boy...❞ | OmiHina

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Los años transcurrieron, y esa entrañable amistad se mantuvo firme. Ahora, ambos amigos estaban en su último año de secundaria, y a su grupo se unió un castaño de cejas prominentes.

Sin embargo, lejos de ser un período de tranquilidad, la llegada a esa escuela trajo consigo un aumento en los problemas. Las pruebas, los estudios, el estrés y las estrictas categorías que se imponían según la naturaleza de cada estudiante transformaron su experiencia escolar en un desafío constante. En esta etapa de la vida, los cambios en sus cuerpos se manifestaban gradualmente, dependiendo de si uno era un alfa o un omega. Por obligación, todos los alumnos debían someterse a un examen en una clínica al llegar a cierta edad, para determinar a qué categoría pertenecían. Shoyo estaba convencido de que él era un alfa, se veía a sí mismo como fuerte y decidido, con un aire de liderazgo que lo llevaría a ocupar la categoría más alta. Por su parte, Kiyoomi no le daba importancia; lo que fuera no cambiaría su vida, siempre y cuando mantuviera los cuidados necesarios.

Mientras guardaban sus cosas para irse a casa, Kiyoomi fue llamado por una de las chicas de su salón. Shoyo soltó un suspiro, acostumbrado a esperar más tiempo por su amigo. Kiyoomi era todo un galán; las chicas no dejaban de hacerle regalos y declararse, pero él siempre rechazaba. A Sakusa le desagradaba pensar en la idea de estar involucrado en una relación, de tomarse de las manos y besarse con otro ser humano, ¡no, no y no! Eso no era para él, además de que aún eran demasiado jóven para andar de "novio".

— Shoyo, espérame en la entrada. —dijo Kiyoomi, mientras se alejaba.

— ¿Lo de siempre? —preguntó Shoyo, un poco resignado.

— Sí... —respondió Kiyoomi con un suspiro desanimado. Podría rechazar a la chica de inmediato y marcharse con su amigo a casa, pero no debía ser descortés.

Recordó la última vez que había rechazado de forma grosera a una chica. Shoyo lo había regañado, insistiendo en que no se debía jugar con los sentimientos de las personas y que siempre era necesario tener un mínimo de empatía hacia aquellas que se atrevían a declararse. Así que, por esta vez, Kiyoomi decidió actuar con consideración.

— ¡Buena suerte, omi! —exclamaron al unísono Motoya Komori y Shoyo, riendo con burla mientras el azabache fruncía el ceño y recogía sus cosas para acercarse a la chica que lo había llamado.

Shoyo salió del aula, acompañado por Komori, mientras caminaban hacia la entrada de la escuela. Su cabeza estaba en alto, y por el rabillo del ojo notó cómo algunos compañeros lo miraban. Era inevitable, con su cabello que brillaba a la luz del sol y su postura segura, Shoyo era realmente un chico digno de admirar. Lo que no sabía era que muchas de esas miradas eran todo menos inocentes; eran de jóvenes hormonales que apenas comenzaban a experimentar los cambios de su naturaleza, llenos de curiosidad y deseos, ansiosos por conocer más al pecoso.

Shoyo no era un estudiante destacado, se esforzaba en las materias que realmente le interesaban. Matemáticas no estaba entre ellas, así que Kiyoomi se convirtió en su "tutor personal". Cada vez que tenía una duda, la lanzaba a través de la ventana, a veces incluso a las una de la mañana, ganando regaños por parte de su vecino y de su hermana por hacer ruido a esas horas.

Además, era importante mencionar que Shoyo tenía una personalidad un tanto... conflictiva, una característica que lo había acompañado desde siempre. Su naturaleza lo llevaba a meterse en peleas para proteger a Kiyoomi de aquellos que intentaban molestarle por su evidente fobia. Kiyoomi le había dicho en varias ocasiones que no era necesario, pero Shoyo se negaba a dejarlo solo; además, a él no le importaba, ya que siempre terminaba ileso, mientras que los otros jóvenes que se atrevían a provocarlo salían con uno o más moretones. En una ocasión, incluso le voló un diente a un compañero de clase por manchar la mochila de Kiyoomi. Shoyo dejaba claro que nadie podía tocar a su amigo y mucho menos a él.