7. Una persona normal

105 14 1
                                    


Cuando le envié el correo al señor Hernández desde el teléfono de Liam jamás me imaginé que algo así podría ocurrir

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando le envié el correo al señor Hernández desde el teléfono de Liam jamás me imaginé que algo así podría ocurrir.

Si, puede que me haya venido encima al recalcar lo maravillosa que soy, que me merecía el viaje por un sin fin de razones y tal vez hice ver a Liam como un noble sujeto que se mostraba arrepentido por haber recibido una oportunidad que no le correspondía.

Pero repito, ni en un millón de años se me ocurrió que ese estúpido correo le llegaría tanto al corazón de nuestro jefe como para darnos una oportunidad como esta.

—¿Me estás diciendo que vamos a ir juntos a China? —cuestionó Liam por segunda vez con la mirada puesta en la carretera.

Él no ocultó su ridícula sonrisa en ningún momento. Era lógico que le resultara graciosa la situación, había perdido mi única herramienta que tenía para chantajearlo.

¿El lado bueno?

Creo que había olvidado su enojo conmigo, aunque honestamente no sabía si esto era mejor.

—Por favor no hablemos una palabra sobre esto en la oficina. En su lugar, nos haremos los sorprendidos cuando lo anuncien.

Él me miró de reojo por un segundo.

—Me sorprende que no le hayas dicho nada a Mónica.

Recosté mi cabeza de la ventana del vehículo. Aunque estuviera sosteniendo la conversación, mi mente estaba pensando en el infierno que me haría pasar este tipo a mi lado por toda una semana en un país donde no podré hablar con nadie más.

¡Estúpida barrera del lenguaje!

—Cumplo mis promesas —respondí en voz baja—. Además, confiarle algo a Mónica es como decírselo a toda la oficina. No se guarda nada aunque haga un esfuerzo.

—Monica Beker es todo un personaje —dijo con cierto brillo en los ojos—. Confieso que al principio no me caía para nada bien.

Me volví en su dirección sorprendida.

—¿Y eso por qué?

Se mordió un poco el labio inferior antes de responder.

¿nervioso?

—Pues antes, yo era paralegal igual que tú. Mi abogado era Chris y hacíamos buen equipo. Luego terminé la carrera, el señor Hernández me ofreció trabajo allá como abogado y entonces contrataron a Monica para reemplazarme. Te mentiría si no te digo que me sentí fatal las primeras semanas a su lado.

—¡No puede ser! —chillé emocionada—. Tenías celos de Mónica.

El tan solo sonrió de lado, un hoyuelo marcándose en su mejilla.

—Estaba más bien aterrado al cambio y creo que ver a Mónica adaptarse tan fácil me hizo daño. Ella era más amigable y tiene algo que hace que sea imposible no sonreír a su lado.

—En cambio, tú eres más introvertido y te cuesta socializar —aprecié.

El semblante de Liam cambió. Se le había esfumado la sonrisa y ahora volvió la mirada al frente.

Pasar tres meses siendo su asistente habían sido suficientes para notar que él no hacía nada más que trabajar. En algunas ocasiones parecía que los únicos seres con los que socializaba eran Christophe que de vez en cuando pasaba a saludar, Mónica que lo saludaba desde afuera antes de pasar a chismear a mi oficina y por supuesto yo, que tenía que llevarle informes y cosas que me pedía. Pero fuera de eso, nadie más.

¿Acaso fui muy dura al señalar eso? se me ocurrió que la respuesta sería un sí, ya que me arrepentí al segundo en que las palabras dejaron mis labios.

—Llegamos a tu hogar —dijo con un tono un tanto decaído.

Pues tenía razón, estaba en la salida de mi residencial y la lluvia había disminuido lo suficiente como para permitirme llegar hasta mi puerta sin problemas.

Pero sentía que no era lo correcto en el momento.

Por puro impulso, posé mi mano sobre su hombro para llamar su atención. La acción lo hizo primero parpadear para después descansar esos ojos grises que sentía que me desmenuzan y se metían entre las capas de mi alma.

Tragué en seco.

—Lamento si te hice sentir mal. Ser introvertido es tan sólo parte de tu personalidad y eso está bien.

Él echó la cabeza hacia atrás y dejó salir una gran bocanada de aire que me hizo apartar mi mano de su hombro.

—No está bien cuando te impide hacer cosas normales como hacer amigos, tener citas o tan sólo ser alguien normal.

Creo que esta era la primera vez que me había confiado algo personal. Culpé a la lluvia, el espacio reducido y las instancias de los últimos días que de un modo u otro, nos habían obligado a mostrarnos en circunstancias fuera de nuestra zona de confort.

—Si quieres te ayudo —solté sin más—. Podrías empezar invitando a salir a Fernanda, para compensar lo idiota que fuiste con ella esta mañana.

Liam me miró de hito en hito.

—¿Cómo diablos sabes eso? ¿Me estabas espiando?

Se me escapó una risa.

—Puede ser que Mónica haya escuchado algo —dije en un hilo de voz.

Él rodó los ojos.

—Debí imaginarlo —pasó una mano por las hebras castañas de su cabeza—. Fernanda es buena persona, pero mi defecto me hizo entrar en pánico y al final no supe qué responderle.

—Puedes practicar conmigo mañana después del trabajo si quieres. Así te sentirás seguro de ti mismo y la puedes invitar a salir.

Él arqueó una ceja.

—¿Qué quieres a cambio de tu ayuda?

Se que debí hacerme la ofendida por pintarme como una interesada, pero se me ocurrió aprovechar la oportunidad.

—Pues tengo dos citas en el médico para esta semana así que me vendría bien que me dejes algún día libre.

—¿Médico? —me estudió todo el cuerpo con la mirada, como buscando cualquier signo de malestar—. Vaya, quién diría que la muñeca vudú haría efecto después de tanto tiempo.

Abrí los labios indignada.

—¡¿Tienes una muñeca vudú mía?!

Él se recostó en el asiento, apoyando los brazos tras su cabeza. Una sonrisa estaba luchando por hacerse presente en sus labios.

—Nunca admití eso.

—Creo que mejor debo irme antes de que cambie de opinión con mi propuesta.

Me volví para abrir la puerta y largarme. Este había sido un día demasiado largo y ya tenía suficiente. Además, tenía que planear que hacer para convencer a Christophe de que me dijera que había pasado durante la fiesta.

—Gracias —dijo a mis espaldas—. Te debo una, payasa.

Entonces, él prendió el motor de su vehículo y se fue.

Cuando me quedé con tan solo mis pensamientos como compañía, puede ser que haya caído en cuenta de que acababa de invitar a Liam a mi departamento mañana después del trabajo.

¡Ay Areli, nunca aprendes!

Creo que me acosté con mi jefe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora