La otra cara

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Luca, Luca paguro siempre se caracterizó por el típico niño introvertido que en su vida tenía la confianza para salir u hablar con alguien que no fuera algún familiar.

El único amigo que alguna vez tuvo fue porque sus familias se conocían al grado de que hasta sus abuelos se habían conocido y Sido grandes amigos.

Entonces, ¿Por qué Luca sentía la gran necesidad de que Alberto le hablara siempre?

¿Cuál fue el punto decisivo? Luca cree que comenzó con los primeros mensajes, le gustaba que Alberto fuera tan ocurrente a la hora de responder mensajes, no sabía si su peculiar forma de ser era natural o si era forzada, pero sabía que le gustaba.

– Ay no, esto no me puede estar pasando a mí.

Gritaba exaltado el joven de pecas. ¿Qué era ese sentimiento extraño que sentía al hablar con Alberto? El pecho se le oprimía y la respiración le falla.

– Seguramente es un ataque de asma

Se dijo a sí mismo yendo a buscar con urgencia su inhalador de emergencia, no, al parecer no era.

- Esto que siento por el cartoncito, ¿Es amor? Ay noooo, no quiero que me guste, ¿Qué pensará mi familia? Toda mi vida la planeé para enamorarme de un asiático o alguien de mi estilo

Chillaba el Luca a punto de tirar algo porque pa' qué les digo que no sí si, ya saben cómo son los morros como Luca. Los niños bien de casa siempre planean de chiquitos tener un novio europeo todo pipiris nais como dirían los sureños.

Pero Luca sólo se engañaba a sí mismo, lo de él eran los vatos morenos que hablaran con el acento norteño bien marcado y que tuvieran lavadero.

Y un día simplemente pasó, Luca no era el niñito tierno y bien portado que todos tenían en un altar, Luca quería que le abrieran la pricha y Alberto por fin lo había hecho, el problema es que Luca después de eso se le  había declarado a su ruco, los sentimientos fueron correspondidos y menos mal porque Luca no planeaba que lo dejaran como cobrador de Coppel.

Luca simplemente estaba enamorado de todo lo era Alberto, enamorado de sus ocurrencias, su piel canela, sus ojos verdes como el canal todo mugroso de su casa, su altura, y su dudosa higiene, amaba el olor de Alberto, un olor que con sólo estar cerca te hacía darte cuenta que el plebe no se bañaba seguido o de plano le olían rete harto los sobacos, un limoncito no le caería mal. Ah, el amor, simplemente nos ciega.

– Tonces, ¿Te subes o seguirás paradote en la esquina?

Preguntó Alberto Alberto esperando a que su morro despertara de su viaje, medio rarito, parecía como si se hubiera fumado un churro de mota.

– Ah perdón, me quedé algo ¿Despersonalizado?

Dijo Luca algo dudoso, nombre, el morrito era INFP Aka entre nos andaba que se quería miar de la pena. Una cosa era hablar por internet y otra muy distinta era en persona. Luca ya había entregado su tesorito y aún así se hacía el muy digno y el cobarde con el Alberto.

– Te quedaste bien Lelo, súbete

Le ordenó Alberto, él estaba más que seguro que Luca le haría caso pero si a las de ya. Luca como buen niño se subió al lado de Alberto.

Alberto esperaba algún beso, pero sólo recibió un trancazo por parte de Luca, Luca si le había dejado el cachete peor que el sexenio de Calderón.

– Mapudo, ¿Y eso por qué o qué? ¿Qué hice? Al chile bájale a tu güato porque neta que estarás muy perro chulo pero al chile a mí nadie me va andar pegando, ¿Me oíste? O le bajas a tu pedo o te bajo yo

El güero de la esquinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora