"No es necesario que os cuente lo que fue aquello. Veredas, veredaspor todas partes. Una amplia red de veredas que se extendía por eljardín vacío, a lo largo de amplías praderas, praderas quemadas, através de la selva, subiendo y bajando profundos barrancos, subiendo ybajando colinas pedregosas asoladas por el calor. Y una soledadabsoluta. Nadie. Ni siquiera una cabaña. La población habíadesaparecido mucho tiempo atrás. Bueno, si una multitud de negrosmisteriosos, armados con toda clase de armas temibles, emprendiera depronto el camino de Deal a Gravesend con cargadores a ambos ladossoportando pesados fardos, imagino que todas las granjas y casas delos alrededores pronto quedarían vacías. Sólo que en aquellos lugarestambién las habitaciones habían desaparecido. De cualquier modo, paséaún por algunas aldeas abandonadas. Hay algo patéticamente pueril enlas ruinas cubiertas de maleza. Día tras día, el continuo paso arrastradode sesenta pares de pies desnudos junto a mí, cada par cargado con unbulto de sesenta libras. Acampar, cocinar, dormir, levantar elcampamento, emprender nuevamente la marcha. De cuando en cuandoun hombre muerto tirado en medio de los altos yerbajos a un lado delsendero, con una cantimplora vacía y un largo palo junto a él. A sualrededor, y encima de él, un profundo silencio. Tal vez en una nochetranquila, el redoble de tambores lejanos, apagándose y aumentando,un redoble amplio y lánguido; un sonido fantástico, conmovedor,sugestivo y salvaje que expresaba tal vez un sentimiento tan profundocomo el sonido de las campanas en un país cristiano. En una ocasión unhombre blanco con un uniforme desabrochado, acampado junto alsendero con una escolta armada de macilentos zanzíbares45, muyhospitalario y festivo, por no decir ebrio, se encargaba, según nos dijo,de la conservación del camino. No puedo decir que yo haya visto ningúncamino, ni ninguna obra de conservación, a menos que el cuerpo de unnegro de mediana edad con un balazo en la frente con el que tropecétres millas más adelante pudiera considerarse como tal46. Yo iba también con un compañero blanco47 , no era mal sujeto, pero demasiado grueso y con la exasperante costumbre de fatigarse en las calurosas pendientes de las colinas, a varias millas del más mínimo fragmento de sombra y agua. Es un fastidio, sabéis, llevar la propia chaqueta sobre la cabeza de otro hombre como si fuera un parasol mientras recobraba el sentido. No pude contenerme y en una ocasión le pregunté por qué había ido a parar a aquellos lugares. Para hacer dinero, por supuesto. '¿Para qué otra cosa cree usted?', me dijo desdeñosamente. Después tuvo fiebre y hubo que llevarlo en una hamaca colgada de un palo. Como pesaba ciento veinte kilos, tuve dificultades sin fin con los cargadores. Ellos protestaban, amenazaban con escapar, desaparecer por la noche con la carga... era casi motín. Una noche lancé un discurso en inglés ayudándome de gestos, ninguno de los cuales pasó inadvertido por los sesenta pares de ojos que tenía frente a mí, y a la mañana siguiente hice que la hamaca marchara delante de nosotros. Una hora más tarde todo el asunto fracasaba en medio de unos matorrales... el hombre, la hamaca, quejidos, cobertores, un horror. El pesado palo le había desollado la nariz. Yo estaba dispuesto a matar a alguien, pero no había cerca de nosotros ni la sombra de un cargador. Me acordé de las palabras del viejo médico: 'A la ciencia le interesa observar los cambios mentales que se producen en los individuos en aquel sitio.' Sentí que me comnzaba a convertir en algo científicamente interesante. Sin embargo, todo esto no tiene importancia. Al decimoquinto día volví a ver nuevamente el gran río, y llegué con dificultad a la Estación Central48 . Estaba situada en un remanso, rodeada de maleza y de bosque, con una cerca de barro maloliente a un lado y a los otros tres una valla absurda de juncos. Una brecha descuidada era la única entrada. Una primera ojeada al lugar bastaba para comprender que era el diablo el autor de aquel espectáculo. Algunos hombres blancos con palos largos en las manos surgieron desganadamente entre los edificios, se acercaron para echarme una ojeada y volvieron a desaparecer en alguna parte. Uno de ellos, un muchacho de bigote negro, robusto e impetuoso, me informó con gran volubilidad y muchas digresiones, cuando le dije quién era, que mi vapor se hallaba en el fondo del río49 . Me quedé estupefacto. ¿Qué, cómo, por qué? ¡Oh!, no había de qué preocuparse. El director en persona se encontraba allí. Todo estaba en orden. '¡Se portaron espléndidamente! ¡Espléndidamente! Debe usted ir a ver en seguida al director general. Lo está esperando', me dijo con cierta agitación.
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El Corazón de las Tinieblas. Joseph Conrad
Non-FictionHeart of Darkness (El corazón de las tinieblas) fue publicado originalmente en entregas periódicas entre febrero y abril de 1899 en la revista inglesa Blackwood. En 1902, se publica en libro como parte del volumen Youth (Juventud), compuesto por los...