III

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—Me le quedé mirando, perdido en el asombro. Allí estaba delante dé mí, en su traje de colores, como si hubiera desertado de una troupe dé saltimbanquis, entusiasta, fabuloso. Su misma existencia era algo improbable, inexplicable y a la vez anonadante. Era un problema insoluble. Resultaba inconcebible ver cómo había conseguido ir tan lejos, cómo había logrado sobrevivir, por qué no desaparecía instantáneamente. "Fui un poco más lejos", dijo, "cada vez un poco más lejos, hasta que he llegado tan lejos que no sé cómo podré regresar alguna vez. No me importa. Ya habrá tiempo para ello. Puedo arreglármelas. Usted llévese a Kurtz pronto, pronto..." El hechizo de la juventud envolvía aquellos harapos de colores, su miseria, su soledad, la desolación esencial de sus fútiles andanzas. Durante meses, durante años, su vida no había valido lo que uno puede adquirir en un día, y allí estaba, galante, despreocupadamente vivo, indestructible según las apariencias, sólo en virtud de su juventud y de su irreflexiva audacia. Me sentí seducido por algo parecido a la admiración y la envidia. La aventura lo estimulaba, emanaba un aire de aventura. Con toda seguridad no deseaba otra cosa que la selva y el espacio para respirar y para transitar. Necesitaba existir, y moverse hacia adelante, hacia los mayores riesgos posibles, y con los más mínimos elementos. Si el espíritu absolutamente puro, sin cálculo, ideal de la aventura, había tomado posesión alguna vez de un ser humano, era de aquel joven remendado. Casi sentí envidia por la posesión de aquella modesta y pura llama. Parecía haber consumido todo pensamiento de sí y tan completamente que, incluso cuando hablaba, uno olvidaba que era él (el hombre que se tenía frente a los ojos) quien había vivido todas aquellas experiencias. Sin embargo, no envidié su devoción por Kurtz. Él no había meditado sobre ella. Le había llegado y la aceptó con una especie de vehemente fatalismo. Debo decir que me parecía la cosa más peligrosa de todas las que le habían ocurrido. 

 "Se habían unido inevitablemente, como dos barcos anclados uno junto al otro, que acaban por rozar sus bordes. Supongo que Kurtz deseaba tener un oyente, porque en cierta ocasión, acampados en la selva, habían hablado toda la noche, o más probablemente Kurtz había hablado toda la noche. 'Hablamos de todo', dijo el joven, transportado por sus recuerdos. 'Olvidé que existía algo semejante al sueño. Me pareció que la noche duraba menos de una hora. ¡De todo! ¡De todo!...También del amor...' '¡ Ah!, ¿ así que le habló de amor?', le dije, muy divertido. 'No, no de lo que usted piensa', exclamó con pasión72. 'Habló en términos generales. Me hizo ver cosas... cosas...' 

 "Levantó los brazos. En aquel momento estábamos sobre cubierta, y el capataz de mis leñadores, que se hallaba cerca, volvió hacia él su mirada densa y brillante. Miré a mi alrededor, y no sé por qué, pero puedo aseguraros que nunca antes, nunca, aquella tierra, el río, la selva, la misma bóveda de ese cielo tan resplandeciente, me habían parecido tan desesperados y oscuros, tan implacables frente a la fragilidad humana. '¿Y a partir de entonces ha estado con él?', le pregunté. 


72 Respecto a la sugerencia homoerótica de esta escena, se ha escrito bastante. Ver Hilton a manera introductoria, quien apunta una lectura freudiana respecto a la fascinación infantil frente al padre.


 "Al contrario. Parecía que sus relaciones se habían roto profundamente por diversas causas. Él había, me informó con orgullo, procurado asistir a Kurtz durante dos enfermedades (aludía a ello como se puede aludir a una hazaña audaz), pero, por regla general, Kurtz deambulaba solo, aun en las profundidades de la selva. 'Muy a menudo, cuando venía a esta estación, debía esperar días y días antes de que él volviera', me dijo. 'Pero valía la pena esperarlo en esas ocasiones.' '¿Qué hacía él en esas ocasiones? ¿Explorar o qué?', quise saber. 'Oh, sí, por supuesto. Llegó a descubrir gran cantidad de aldeas, un lago además...'No sabía exactamente en qué dirección; era peligroso preguntar demasiado. La mayor parte de las veces emprendía esas expediciones en busca de marfil. 'Pero no tenía ya para entonces mercancías con lasque negociar', objeté. 'Todavía ahora le quedan algunos cartuchos', respondió, mirando hacia otro lado. 'Para decirlo claramente, se apoderó del país', dije. Él asintió. 'Aunque seguramente no lo haría solo', concluí. Murmuró algo respecto a los pueblos que rodeaban el lago. 'Kurtz logró que la tribu lo siguiera, ¿no es cierto?', sugerí. 

El Corazón de las Tinieblas. Joseph ConradDonde viven las historias. Descúbrelo ahora