VI

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—Discúlpeme —susurró realmente avergonzada.

—No pasa nada —me encogí de hombros levemente restándole importancia, una que realmente existía a toneladas sin ser perceptible siquiera, como un objeto estelar extremadamente denso— supongo que tendrás muchas responsabilidades...

Había decidido abordar a Fénix por dos motivos: buscar enseñanza y corroborar su estado de salud, aunque fuera un indicio del mismo. Era infranqueable, al final me iría sin nada. Lucía imponente como siempre, más que siempre por alguna extraña razón; no tenía idea de si se trataba de una coraza o si realmente se había recuperado en apenas dos días. «Búscame antes de dormir», me dijo, y así tan deprisa cómo había llegado se había marchado dejándome atragantada con un cóctel de saliva y palabras sin pronunciar.

El resto de día me dediqué hacer lo que no había hecho desde que había llegado al santuario: descansar. Martha me había guardado una manzana inmensa, decía que las cultivaba la maestra Michely en algún sitio del santuario, «seguramente bien escondido de los fisgones», decía Martha. Me entró la curiosidad por aquella mujer que usaba la magia para alimentarnos con tan dulces cosas. El día anterior había dejado un poco de yogurt almacenado para que los microorganismos se multiplicaran, era hora de completar el proceso.

Dejé a Martha gran parte del producto, el resto lo empaque en recipientes medianos, tres en total. Atravesé el ala este y llegué hasta el pequeño patio en el que se encontraba mi habitación, quería tumbarme bajo uno dedos inmensos árboles a devorar aquella porción de yogurt en compañía de algunas galletas.

La parsimonia me invadía, o tal vez simplemente era el adormilamiento producido por el calor que gobernaba aquel día, atravesé el primer pasillo y en vez de cruzar al jardín terminé yendo por el pasillo opuesto, me acercaba a la puerta que resguardaba el alma del santuario, Fénix. Observé por la ventana y un pequeño escalofrío me recorrió desde la punta de los dedos, dormitaba sobre el escritorio repleto de libros, por lo visto trabajaba hasta el agotamiento. Se revolvió sutilmente y entré en estado de alarma, no quería que me viera espiarla a través de la ventana. Seguro no había ingerido nada, por muy poderosa que fuera no sobreviviría sin comer, al parecer pasaba largas horas sin probar bocado, por eso su mesurada delgadez. Dejé los recipientes a la orilla de la ventana rápidamente, ocasionando un leve sonido producto del contacto con el vidrio.

Me hallé corriendo hasta el ala opuesta por el simple hecho de no ser descubierta, más infantil no podía ser, tal vez había sido un error subir de nivel y mi lugar era entre aquellos chiquillos de cinco años. Mi pecho repiqueteaba tan fuerte que me parecía ensordecedor, como si el sonido se pudiera justo en mi canal auditivo, o tal vez así era. Me invadió la idea de ver a Fénix observando los recipientes junto a la ventana, quería ver su expresión al probar el yogurt, seguro que se veía hermosa mientras llevaba a su boca una cucharada de aquello que tanto le fascinaba —según Martha—.

Me tumbé bajo un árbol y me regocijé con la sola idea de verla nuevamente al llegar la noche, me dormí.

Al despertar sentía que había pasado por un sueño que me había dejado un mal sabor de boca, ahora iba tarde pero no podía y no quería faltar. La noche se cernía sobre nuestros cabezas, el sonido de la vida silvestre me parecía ensordecedor, aunque seguro era porque seguía adormilada.

Era hora de avanzar.

La Maestra Fénix (Borrador) - EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora