VII

266 25 1
                                    

Caminar descalza por el prado nunca me había parecido tan placentero, el cosquilleo causado por el frío y los pastos hacían que mi sensibilidad aumentara de manera exponencial, poco a poco sentía mis oídos más receptivos de lo habitual. La gélida brisa me acariciaba las mejillas y producía en los árboles un sonido arrullador, mientras que las hojas que se desprendían del nogal se mecían en un tenue vaivén hasta alcanzar el suelo. Las estatuas de seres alados en los jardines me producían escalofríos, era como si me observaran. Un pequeño bosque alrededor hacía parte del santuario, sin embargo, los espacios naturales de seguro eran mayores; en el libro «atrezo de hechizos» decía que se podía conjurar cualquier rincón, modificarlo o darle características especiales, mi corazón deseaba incansablemente dominar esas técnica sobre cualquier otro tipo de magia, el tener un paraíso natural solo para mí era más de lo que se podía pedir.

A medida que me acercaba a la puerta el olor a menta inundaba mis fosas nasales, la música embriagaba mis oídos, aún cuando era baja era completamente distinguible, Nina Simone. En el fondo sabía que gustaba del jazz. Mi serenidad pidió vacaciones inmediatas remuneradas por anticipado para no tener excusa de regresar y las responsabilidades mentales las tomó mi ansiedad, está reclamaba a gritos medicación a base de música. La música es la medicina de todas las emociones y mi sistema pedía a gritos algo de hipnotismo del underground, más concretamente, me suplicaba por Taste of blood. «Instrumental, todo lo que mi alma necesita». Ya no podía regresar, todo lo que quedaba era rebobinar la melodía en mi cabeza, y así lo hice. Llamé a la puerta y se escuchó un «adelante», el cual obedecí por inercia.

Al abrir la puerta me encontré con una faceta diferente de aquella mujer, tan arrolladoramente deslumbrante, llevaba un vestido blanco suelto que acariciaba su figura y una sonrisa adictiva, más dulce de lo que mi organismo falto de insulina podía soportar. Quería dar marcha atrás.

«Lo retiro, lo retiro, lo retiro».

Me invitó a pasar y rápidamente me ofreció una tasa de té, olía a miel. «¿¡Más dulce!?, entraré en coma diabético», pensé. A mi memoria llegaron retazos de imágenes del lugar, como un dèjá , ya había estado ahí, trataba de recordar con exactitud el momento hasta que mi retina fue invadida por un cuadro aislado, el único alegre y colorido de la estancia, verde, naranja, azul, amarillo, Leonid Afrémov, ¿quién más podría ser? Me invadió súbitamente una sensación de confiabilidad, como si esa única obra pudiera transportarme a un estado ataráxico superior, sumado al hecho de que tanto a Fénix como a mí nos gustaba es tipo de arte. «Una cosa más en común», y así, desde entonces, buscar algo en común se había convertido en mi pasatiempo favorito, en mi reto favorito, y yo no desistía sin importar cuán difícil fuera la travesía, yo jamás me rendía.

—Enséñeme lo que sabe hacer. —Me invitó con su mano a que la siguiera y en menos de seis segundos atravesamos un pequeño portal en la pared, similar al que atravesamos con Jheyson tiempo atrás, pero de diferente color, este era violeta. No alcancé a desencajar mi expresión de asombro ante el paisaje cuando me dijo —: conjura algo.

«¿Qué se supone que debo conjurar? ¿A mi pequeña amiga?».
«Seguro que si hago eso quedaré exactamente por debajo del subsuelo, me despachara como a un insecto insignificante y jamás volveré a verle».

Me dedicó una mirada condescendiente y en vez de aliviar la tensión me sentí peor, no quería su pena, deseaba sorprenderla, que viera en mí alguien con potencial, diferente a los trescientos algo de alumnos que veía a diario por los pasillos del santuario. Decidida a ello comencé a intentarlo, un arma sería ideal, visualicé una pequeña daga decorada con gemas y traté inútilmente de reproducirla con mi campo energético, lo intenté muchas veces. Mi respiración estaba más alterada de lo normal, sentía una presión en el pecho que no me permitía respirar adecuadamente, decidí desistir de la daga e irme por el camino más seguro, Alita. «Peor sería no conjurar nada». Reproduje el proceso y en el aire no se agitaron más que las pequeñas partículas de polvo que seguramente traía consigo el viento y que ahora me producían alergia. Mi situación empeoró.

«¿Por qué no puedo?».
«¿Por qué no puedo?».
«¿Por qué no puedo?».

No importaba cuántas veces lo intentara, cuántas veces me preguntara lo mismo, todo seguía igual.

—¡Para! —me dijo mientras me tomaba delicadamente por los hombros desde atrás.

Sentía que me iba a desmoronar.

—Es que podía... —se me escaparon dos lágrimas, la frustración y la vergüenza no podían ir a peor- de verdad podía.

—No pasa nada. —Se giró quedando frente a mí— ¿sabe cómo se llega a culminar una carrera profesional?

Su pregunta me desubicó.

—Años de estudio y práctica.

—Así es, ¿entonces por qué las artes místicas tendrían que ser diferentes? —sonrió dulcemente—. Descanse, mañana comenzaremos.

Y así, sin más, me plantó un beso en la mejilla, un beso de despedida que para mí fue un poderoso hechizo que me transportó a otra dimensión, fuera del espacio y del tiempo. Ya me preocuparía mañana por lo que se venía.

La Maestra Fénix (Borrador) - EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora