IX

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—Los pensamientos dan forma a la materia —me hablaba Fénix mientras moldeaba una flor utilizando una pequeña cantidad de energía—. Todo aquello que percibimos como realidad no es más que la manifestación de nuestro deseo de percepción. —La flor ahora era una magnífica planta que estaba lista para habitar en una bonita matera—. Es importante tener en cuenta que la magia tiene un costo, extraemos energía de la naturaleza y de otras dimensiones, pero también gastamos energía en ello. —Sonrió ligeramente de un lado, como una mueca divertida—. Causa y efecto.

Estaba cansada de estar en aquella posición, aún cuando ni siquiera era la adecuada. Fénix estaba sentada con las piernas cruzadas apoyando los pies en los muslos, mientras que a mí mi casi nula flexibilidad apenas me permitía cruzar las piernas para sentarme de manera ordinaria.

La maestra observaba con ternura la planta, hizo un pequeño agujero en el prado y la plantó allí.

-—Hemerocallis lilioasphodelus. Crecerás mucho, bonita. —Le dijo mientras vaciaba más de la mitad del contenido de su recipiente con agua a su amiga recién instalada.

Me sorprendió ver que sabía su nombre botánico; al parecer los conocimientos que poseía no solamente eran sobre las artes místicas.

Se levantó y me invitó a que la siguiera, nos adentramos un poco en el bosque.

—Escuche la naturaleza —me decía mientras daba unos cuantos giros con los brazos extendidos, cortando el viento—. Libérese de todo tipo de pensamientos y concéntrese en una única cosa que atrape su atención. —Se detuvo y se ubicó tras de mí y en lo único que podía pensar era en lo hermosa que se veía con aquel traje.

Su cercanía, que antes me llevaba al límite de los nervios ahora era como un bálsamo que me transportaba hasta las nubes. Pasó sus brazos por debajo de los míos indicándome que los extendiera en posición horizontal, produciéndome una sensación chispeante, el aroma a menta y miel me sumergía en una especie de letargo y me revitalizaba a su vez. No podían pensar en otra cosa que no fuera lo mucho que me agradaba su cercanía y en el hecho de que era la primera persona en hacerme desear su compañía.

—Conjure algo —me dijo. Estaba tan cerca que me generó un escalofrío.

Cerré los ojos por el mero placer de intensificar las sensaciones que se generaban en mi cerebro a causa de la información captada por el resto de mis sentidos, hasta que un leve suspiro me trajo de vuelta a lo que se supone debería llamar realidad.

-—Omphalotus nidiformis —inquirió lentamente.

Pequeños hongos luminiscentes alrededor nuestro brindaban una tenue luz verdosa, sentí el impulso de tocar alguno para convencerme de que no eran producto de mi imaginación. Corté un pequeño trozo y lo acerqué a mi nariz, si era verde como la manzanas debería oler bien.

—¡No lo coma!, es venenoso. —Me giré para ver su rostro, no pensaba comerlo pero tampoco quería aclararlo, quería pensar que aunque fuera por su papel en mi aprendizaje se preocupaba un poquito siquiera. Tomó el trozo de seta y lo examinó de cerca. —No es extraño que lo haya confundido con una seta comestible, posiblemente Pleurotus ostreatus, son muy similares, excepto por la luminiscencia y el veneno. —Restauró la seta con un poquito de magia—. ¡Muy buen hechizo! —concluyó.

¿Lo había hecho yo? Pero, ¿cómo?

¿Me había dicho que estaba bien?, «¡muy buen hechizo!», pero si no era algo útil excepto tal vez por el veneno, aunque de seguro solo causaría una intoxicación leve, nada de riesgo mortal. Aunque muy bonito, me quedaría con eso.

—Siempre está aprendiendo cosas nuevas —me observaba con semblante serio— sin embargo, a pesar de haber deseado conocer más, ahora que está empezando a adentrarse en el camino correcto piensa que lo que consigue no vale la pena. —Me tomó por los hombros obligándome a sostenerle la mirada—. Aún no ha aprendido la lección más importante: no se trata de usted, ni de mí, no se trata de defensas o ataques. El mejor hechicero no es el que conjura la mejor arma o el que vence más enemigos en batalla, el mejor hechicero es aquel que usa la magia para tratar de prevenir la guerra. —Sacó una latita de caramelos y me entregó uno—. Descanse señorita Blanco.

Desapareció dejándome con mis procesos cognitivos a mitad y con su aroma aún en el ambiente.

Destapé el caramelo. Miel. Miel bajo el manto de aquella noche estrellada.

Después de aquella noche jamás volvería a ser la misma, es más, desde que sentí su mirada tras aquella capucha color mostaza ya no era la misma, y nunca lo sería.

Me gustaba la diferencia.

La Maestra Fénix (Borrador) - EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora