Bienvenidos sean al paraíso, un lugar donde se vive en armonía, donde todo era paz y divinidad, hasta que el falso Rey cayo y con él todas sus mentiras y atrocidades.
¿Que pensarías si te dijera que toda tu vida a sido una mentira? , que es todo...
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Cuando la guerra del cielo estalló, muchos de los horrores y tempestades que llevaban siglos inactivos, por primera vez tuvieron rienda suelta, causaron caos y terror mientras echaban a bajo todo a su paso. La luz y armonía que envolvían al mundo se desvaneció, llevándose consigo las risas y felicidad que los humanos compartieron alguna vez.
Todo se desmoronó. El perfecto reino de alabanzas y amor al creador que se había construido en el plano terrenal, volvió a la nada, dejando solo desorden y maldad en el nuevo orden mundial. Las personas rezaron e imploraron a su Todo Poderoso para que acabara con el sufrimiento y el terror. Pero fue en vano, sus deseos nunca fueron respondidos y toda la red de plegarias se derrumbó.
Eventualmente, la gente dejó de esperar su salvación, cuestionando y aborreciendo los métodos divinos. Poco a poco, se dejó de creer. El Padre de Todo nunca escuchó al mundo como decía en las Sagradas Escrituras, entonces, ¿Por qué el mundo debía adorar a alguien sin compasión?
Justo cuando el último templo fue derrumbado, Dios decidió que había tenido suficiente. La guerra había sido más dura de lo que esperaba y fue traicionado por sus más grandes y adoradas creaciones. El reino de los cielos se desmoronaba frente a sus ojos y su Rey no podía soportar que sucediera en la Tierra también, así que tomó una decisión.
Ya era tiempo, los llamaría. Ellos se despertarían para ponerse a su servicio, sin desobedecer uno solo de sus mandatos. Esa era la solución a todos sus problemas, con ellos en el acto todo volvería a la normalidad. Traerlos de regreso era necesario para recuperar el equilibrio.
Sabía lo que conllevaba, un cruel destino, pero era necesario para que todo lo que le fue arrebatado volviera a sus manos. Él no iba a perder, era El Creador, todos y todo le pertenecía. No iba a dejar que milenios de control y obediencia se desvanecieran como la espuma del mar.
Su destino era reinar eternamente, se aseguraría de que así fuera, sin importar el costo y sin importar la oposición, pues quien lo confronte, terminaría en el plano terrenal y perdería su lugar como legítima Creación Divina.
Se levantó de su trono y se encaminó hacia el palco de la imponente torre de marfil en la que se encontraba, se inclinó un poco y a través de las blancas y cálidas nubes que siempre aparentaban calma y ahí lo divisó: el caos que sus "hijos" habían creado llegaba a niveles celestiales.
Lentamente suspiró, sabiendo que todo terminaría pronto, se adentró nuevamente a la habitación, observó su trono cubierto con el oro y las perlas más brillantes que existen y por fin pudo sonreír. Con aquella grandeza que lo caracterizaba salió de su palacio, extendió sus majestuosas alas y emprendió vuelo hacia las enormes puertas del cielo, aquellas decoradas con las perlas más grandes, blancas y puras que las conformaban, eran una de sus mejores creaciones y le enorgullecían de sobremanera su impenetrabilidad.
Toda la angelical descendencia le reverenciaba de manera servil al verlo pasar y se aglomeraron a su alrededor una vez aterrizó en su destino. Caminó hacia las puertas y las tocó mientras preparaba en sus labios los antiguos pasajes que harían despertar a sus armas más fuertes.