Parte 3 Cuerda floja

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Javiera cruzo el umbral de la pieza de los Covarrubias con el corazón en la mano, una sensación de malestar generalizado le recorría todo el cuerpo, la envolvía una presión indómita que se alojaba en su pecho, sentía ganas de llorar, de rendirse y golpear algo. La mujer descendía las escaleras con paso denso y apresurado, tenía los hombros ligeramente curvados hacia delante y una expresión desoladora, como alguien que regresa de la guerra habiendo perdido todo. Tenía las manos empuñadas, con la esperanza de que la presión generada por la fuerza que aplicaba le ayudara a contenerse y no cometer una locura. Por su mente pasaban un sinfín de escenarios posibles, quería subir, enfrentarla, pero estaba dolida, no quería decir algo de lo que después pudiera arrepentirse. Observaba los peldaños mientras descendía con la mirada absorta, cada paso que daba, la alejaban más de la mujer que minutos antes le había hecho experimentar la desdicha y la gloria.

Todo se vino abajo, como una torre demasiado alta, una espectativa demasiado alta, una esperanza demasiado alta < ¿Que esperabas Javiera? Pensó, mientras se dibujaba como un sueño la presencia sonriente de Flavia en su mente, evocando esperanza>.

Llego a la base de la escalera y se plantó estoica como un roble frente a un vendaval, inhalo y exhalo de forma consiente queriendo serenarse, necesitaba gobernarse para volver a la brigada, Gonzalo la esperaba y debía enfocarse en Mateo Acevedo Betancourt. Ladeo la mirada intrigada cuando vio a Dante Covarrubias entrando con una caja de herramientas desde el patio, le pareció extraño, ya que Martita le había comentado que el señor no estaba en casa. Se le volvió a descomponer el rostro en una mueca desagradable, sintió un rechazo instintivo, cruzo los brazos en protesta sin moverse del lugar en donde estaba parada, parecía un estandarte de guerra.

-Señor Covarrubias –Su voz desafiante invadió el comedor, el cual se encontraba en un silencio sepulcral. Su mente ebullia, sentía un calor en todo el cuerpo, una especie de euforia repentina.

La cara de Dante se tornó colérica y avanzo veloz como un toro, parándose frente a ella, Cáceres podía sentir su respiración desagradable, la verdad, no le importaba, la rabia la tenía poseída, trataba de dominarse pensando en Gonzalo, en el equipo. <No vayas a cometer una locura>, pensaba para sus adentros, solo quería golpearlo. La mirada de Javiera manifestó alerta cuando Dante la tomo con fuerza por el codo y la acerco a escasos centímetros de su rostro.

-Aléjate de mi mujer, lesbiana de mierda, ¿Qué le hiciste? ¡Dime! -Le dijo hablando en un tono bajo y amenazante mientras apretaba con fuerza el brazo de Javiera. La mujer podía ver los dientes que asomaban de su boca cuando torcía los labios en una mueca repulsiva.

- ¡Suéltame weon! -Añadió desafiante -yo no soy Flavia, no te tengo miedo. ¡Pégame! –Le dijo incitándolo con la mirada, sus ojos parecían los de una leona al acecho de su presa -¡golpéame mierda!, y veras como te va, te meto preso –Sentencio en voz baja.

-Esto no se va a quedar así Inspectora... -Dijo Dante en un susurro incomodo mientras la soltaba con una sonrisa en la boca.

- ¿Me estas amenazando?-Pregunto mientras la adrenalina le corría por las venas- Le pegas a Flavia porque eres un cobarde, porque sabes en el fondo que no la puedes tener y sabes que no te va a denunciar... por ahora... –Lo miro directamente a los ojos como si pudiera eliminarlo con la mirada.

-Mi mujer te está utilizando para sacarte información sobre Mateo, está loca, está obsesionada con su sobrino, no pienses ni por un segundo que ella podría llegar a sentir algo por ti. No estamos pasando un buen momento como pareja, pero ya nos arreglaremos, ella volverá a mí. –Dijo con una sonrisa que le ilumino el rostro.

Javiera sintió como si le clavaran un puñal por la espalda, de pronto todas las ganas que tenia de enfrentarse y golpear a Dante se esfumaron para dar paso a una decadencia abrumadora, se sentía caminando en una cuerda floja con los ojos vendados, las fuerzas abandonaron su cuerpo, sintió un nudo en la garganta y el deseo irrefrenable de llorar. Clavo la mirada vidriosa en Dante y abrió la boca para hablar cuando de pronto se abrió la puerta de la calle y entro Martita con una bolsa en su mano derecha.

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