Alícia Sierra había dejado de ver claramente las cosas hace cinco meses, desde el día en que la diagnosis de Germán se le cayó encima, casi paralizándola.
Lo del ataque al banco de España llegó justo a tiempo para que ella no cediera bajo el peso de ese luto.
En las negociaciones Alícia siempre había encontrado una forma de alejarse de la realidad, fría y calculadora tal como era.
Lo que no había previsto era enfrentarse a la mismísima Raquel que, sin quererlo, al preguntarle sobre su marido, logró que acabase contándolo todo, con ojos vidriosos y un indisoluble nudo en la garganta.
Eso lo cambió todo, rompió el equilibrio precario en que solía moverse en el trabajo, tragando dolor todo el rato y impidiendo que cualquier emoción se interpusiera en su camino.
Por cierto el embarazo no se lo hacía fácil, las hormonas le causaban más humores de lo que le hubiera gustado admitir y casi a diario todo se resolvía en un llanto liberador de vuelta a casa, para luego sacarse las lágrimas y actuar como si nada hubiera pasado.
Reprimir semejantes sentimientos era agotador, la reventó por dentro hasta que aprendió a desconectarse con su cuerpo, incluso retomando vicios y hábitos poco saludables.
Si no fuera por los movimientos de su hija evidentes bajo la piel y por la barriga que le quitaba el sueño por incómoda, habría negado su estado, quizá lo único que la ataba a su pasado de forma concreta.
En el poco tiempo libre que le quedaba no paraba de darle vueltas al plan: el objeto de sus conjeturas y infinitas noches de insomnio tenía el nombre de Sergio Marquína y no cabía duda de que ella iba a ser la que acabaría con él de una vez.
Tras ducharse, por la tarde se soltaba el pelo, quitaba cualquier rastro de maquillaje de sus largas pestañas, de sus labios y del resto de su cara, dejando ver las pecas, esas lentejitas que Germán jugando solía contar, exultando al encontrar una nueva.
Se fijaba en su imagen en el espejo, en la línea morena cada vez más pronunciada que recorría su vientre y en el ombligo casi inexistente, aguantaba la respiración sujetando la barriga por debajo con ambas las manos y resoplaba ante la evidencia que quería tan desesperadamente renegar.
Las noches eran lo peor: daba infinitas vueltas en la cama hasta quedarse exhausta, hasta que el cansancio, físico y mental, vencía su cabeza.
Ese hueco a su lado la aterraba, en la oscuridad las paredes se disolvían, la habitación se hacía enorme y sus pensamientos flotaban sin lógica alguna. Rara era la noche sin pesadillas, en que no despertase empapada en sudor y con el corazón fuera del pecho.
Al amanecer, se enfrentaba con el desencanto que el nuevo día traía y dejaba que ese amargor mixto a frialdad se apoderara de ella.
Llevaba consigo algo de venenoso que ni los dulces, ni las chucherías podían contrastar y por mucho que la corroyese por dentro, no parecía ser del todo cosciente.
Raquel tenía algo de razón: había construido magistralmente una caricatura de sí misma, pero mucho más compleja de lo que su antigua amiga presentaba, debajo de la careta de negociadora y torturadora sin escrúpulos se escondía un miedo sin precedentes.
Alícia Sierra estaba atrapada entre un pasado que ya le parecía la vida de otra y un futuro que todavía no conseguía (o no quería) enfocar bien.
De su casa huía a diario, tratando de no fijarse demasiado en aquellos que fueron los detalles de una vida feliz, tan normal y ordinaria como era. Por mucho que le dolía, tampoco quería deshacerse de lo que pertenecía a su esposo y que aún olía a él, le servía de anestesia cuando su ausencia amenazaba con asfixiarla.
Aún así, su presencia retumbaba en todas las cosas: en su nombre en el buzón, en el cepillo rojo en el cuarto de baño, en las camisas bien planchadas y guardadas con cuidado, en la caja de fotos sobre la mesa; habían días en que esperaba para oír el sonido de sus llaves en la puerta de casa.
El silencio pesado de sus colegas, tras anunciar todo lo que había ocultado hasta aquel momento, amplificó el deseo de sumergirse en el trabajo sin mirar atrás y eso fue lo que hizo, llevando los hechos a niveles inéditos.
Lo del profesor se convirtió rápidamente en una obsesión, revisaba los cabos sueltos y planeaba la siguiente jugada como si se tratase de una partida de ajedrez, fantaseando con el momento en que se enfrentaría a su adversario, tras muchas horas de práctica.
Esto, de momento, era suficiente para que no se centrase en la vida fuera de ahí y para que respirase a pleno pulmón.
Pero algo, o quizá todo, estaba a punto de cambiar.
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Peligro de derrumbe
FanfictionTras contar la verdad que más le duele, por momentos la careta de negociadora sin escrúpulos de Alícia Sierra se viene abajo y ahí queda expuesta, con ojos brillantes y un indisoluble nudo en la garganta, atrapada entre un pasado que ya le parece la...