44 centímetros

320 20 12
                                    

¿Qué vas a hacer cuando nazca? ¿Es niña o niño? ¿No lo sabes? Pobre criatura..."

Alícia se quedó unos segundos embobada frente a un moño azul colgado en una de las puertas del hospital donde tenía cita.
Nunca había entendido la necesitad de los futuros padres de gritar a los cuatro vientos la noticia, especialmente recurriendo a adornos colorados o monos con frases demenciales, le parecía una gilipollez sin sentido.
Una enfermera llamó su nombre, Alícia carraspeó — soy yo, voy
— la doctora vendrá enseguida, espere aquí

Los ultrasonidos quizá eran lo único al que Alícia accedía con cadencia mensual, no sin rémoras, por miedo a tropezarse con sus mayores vulnerabilidades.
Miró a su alrededor, la habitación era bastante larga y luminosa, una mesa la separaba de una pared empapelada con carteles de todos tipos sobre el embarazo: los alimentos prohibidos, los deportes más adecuados, decían algunos.
Lo estaba haciendo todo mal, pensó, esa lucha perenne contra sí misma podría costarle a otro ser humano que nada tenía que ver.
La ginecóloga irrumpió disculpándose por el retraso, ¿cómo estamos? — le preguntó
No me quejo — contestó Alícia algo molestada.
— Bien, veo que está en la 34ª semana de embarazo, ya no falta mucho... ¿sigue trabajando?
— Sí y de momento no pienso dejarlo, estamos en plena negociación y...
Alícia... — la doctora la interrumpió mirándola fijamente por encima de las gafas — tenga mucho cuidado, tanto estrés no le hace ningún bien, ya lo hemos hablado...
Sabía que la negociación a la que Alícia se refería con ojos encendidos era la más importante de su carrera hasta la fecha y que, debido a su estado, no se lo podía permitir.
Alícia se quedó callada sosteniéndole la mirada.
Pues, vamos a ver... — la ginecóloga señaló al ecógrafo. Alícia asintió con la cabeza, subió a la camilla y se levantó la camiseta dejando descubierta la barriga.
Lo notará un poco frío... — dijo la ginecóloga aludiendo al gel entre sus manos.
Alícia miró al techo hasta que un latido rápido hizo que apretase la camilla con fuerza.
Mirar hacia otro lado le resultaba fácil hasta que semejantes sonidos y imágenes se fijaban en sus ojos incrédulos.
Había aprendido a ignorar incluso las patadas para no enfrentarse a su nueva identidad de casi madre, pero las cosas iban cada vez más lejos, a medida que ese puntito del comienzo se hacía persona.
Dos kilos doscientos gramos y... 44 centímetros — exclamó satisfecha la ginecóloga, tras manejar el teclado.
Qué cojon... — Alícia se mordió el labio para no terminar la frase — ósea, ¿me está diciendo que aquí dentro llevo a alguien que mide 44 centímetros?
Precisamente —  le contestó la ginecóloga riéndose.
Esa información la afectó más de lo anticipado y no es que fuera difícil de imaginar, más bien recientemente se le cortaba la respiración cada vez que se sentaba en los interrogatorios y daba unos paseos infinitos por la carpa tratando de disimular la molestia de sentir sus entrañas comprimidas.
Tras terminar el examen volvieron al escritorio, la ginecóloga recopiló unas recetas y las dos se acordaron para la siguiente cita dentro de cuatro semanas, muy cerca de la fecha prevista del parto.
Alícia — la detuvo la ginecóloga cuando ella ya estaba en la puerta.
— ¿Sí?
— Cuídese, por favor.
Alícia asintió con la cabeza y desapareció detrás de la puerta.

Esa misma mañana, sin saber muy bien cómo o por qué condujo hasta la tienda de bebés más cercana. Aparcó y algo titubeante entró.
Le echó un vistazo a la sección dedicada a la ropa para neonatos y instintivamente agarró un monito rosa con las orejas de osito.
44 centímetros... ¡fíjate tú!— se rió y sin pensárselo demasiado, se fue a la caja.
¿Es una niña? Enhorabuena — le dijo la vendedora entregándole una bolsita con el mono rosa. Alícia se paró en seco al realizar que había actuado por instinto y que en realidad no tenía ni idea, le devolvió una sonrisa falsa y se marchó sin contestar.
De vuelta a casa, clavó el paquete en el fondo de una mochila, luchando con todas sus fuerzas para no entrar al cuarto del bebé y respirar ese sentido de anticipación que emanaba de las paredes pintadas por Germán.
Se había tomado unos días libres, a pesar suyo, tras discutir con Tamayo que insistía en sacarla del caso. Ella, inflexible, sólo accedió a descansar un rato, contando con Suárez para que la informara de cualquier novedad.
Se recostó en el sillón con las piernas ligeramente flexionadas y le dio otras vueltas a la cabeza a las provocaciones de Raquel, por un lado, y a la pregunta inofensiva de la vendedora, por el otro.
¿Niña o niño? La cuestión sin respuesta la tenía más intrigada de lo que quería, ya que conocer el sexo de su bebé era ir demasiado lejos. Nunca se lo había planteado antes, quizá eso también formaba parte del plan de completo desinterés por cualquier asunto relacionado con el embarazo.
Tenía cero instinto maternal y esto lo sabían hasta los monos en Madagascar pero no conseguía quitarse de encima el peso de esas palabras.
De repente dio un salto y alcanzó el móvil en la mesilla, miró la foto del ultrasonido y tras persistir unos minutos marcó el número de la clínica.
Buenas tardes, soy Alícia Sierra, una paciente de la Dra. García... ¿está por ahí? — preguntó nerviosa
Sí, espere en línea, se la paso
¿Alícia? — contestó extrañada la ginecóloga al otro lado del teléfono — ¿está bien?
Sí, sí... perfectamente — le aseguró — sólo quería preguntarle por el sexo del bebé, ya que no lo hemos hablado
— Ah, recordaba que queríais una sorpresa...
queríais, ese plural se sintió como una puñalada en el corazón
Muchas cosas han cambiado — replicó Alícia tragando saliva — ¿y bien?
— Es una niña, Alícia
Gracias — una mueca apareció por su rostro, colgó y se quedó ahí sentada, el brillo de sus ojos delataba una actitud nueva, percibió las cosas de forma distinta y por primera vez no le tuvo miedo al futuro.
Ya no estaba sola.

Peligro de derrumbe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora