Una gota de sangre cayó contrastando con el blanco del suelo en mármol del cuarto de baño, Alícia ni siquiera lo notó, tan ocupada como era en prepararse ya que llevaba media hora de retraso para el trabajo.
La tensión en la carpa era palpable y a medida de que la banda se ganaba el respaldo de la gente ahí fuera, la imagen de la policía se ensuciaba cada vez más.
La desmentida de Prieto había sido un fracaso, el Profesor había lanzado sus misiles concienzudamente noqueando a los adversarios.Que salgan todos excepto los imprescindibles — ordenó Tamayo, al borde de una crisis nerviosa.
Ay, Alícia... — comenzó — la única manera de salir de esta es asumiendo
Y ¿a quién le toca asumir? — replicó ella con una pregunta retórica, intuyendo dónde el coronel quería llegar.
— Por el CNI, Prieto. Por la policía, tú.
Necesitamos que hagáis de cortafuegos para dejar limpias las instituciones.
Cortafuegos, decía.
Una mueca apareció por el rostro de Alícia, no se lo podía creer, el rencor guardado hasta aquel momento hacia su superior estalló en ella
¿Y qué hago? ¿Qué digo? — espetó con voz quebrada, Tamayo continuó dándole instrucciones y tras prometerle que no pisaría la cárcel ni un día le puso una mano en la rodilla. Ese gesto le resultó repugnante, negó con la cabeza y luchó hasta el final para que lágrimas de ira no brotaran de su rostro.
Eso me la suda — dijo, escupiendo parte del veneno que amenazaba con consumirla.
Tamayo se fue, dejándola sola.
Al levantarse se mareó y tuvo que agarrar la mesa a sus espaldas para no caerse.
Tampoco hizo mucho caso, se recompuso y salió de la carpa.Horas más tarde Alicia Sierra, frente a una platea de periodistas atónitos, jugó sus cartas, denunciando los crímenes de las autoridades
todos, absolutamente todos lo sabían y ahora lo sabéis vosotros, muchas gracias — sentenció, quitándose el auricular de golpe.
La orden de detención inmediata y luego la de busca y captura no tardó en llegar por el coronel que al oír semejantes acusaciones se puso colorado como un tomate.Al volver a su casa, ese hogar que le resultaba asfixiante desde la despedida de su esposo, la metamorfosis ocurrió: la imagen al espejo de una policía recién deshonrada dejó paso a la de una fugitiva con pelo suelto, enormes gafas y una capucha que le enmarcaba el rostro.
Con un gesto rápido cargó el arma, agarró una mochila y se fue, sin mirar atrás.Aquella misma noche en un parking revisó todas y cada una de las pruebas que tenía en sus manos, complaciéndose de las huellas que el profesor había dejado por todas partes y que dentro de poco la llevarían al anhelado jaque mate.
Envuelta el humo de un cigarrillo, apoyada al coche, miró hacia abajo y no pudo evitar fijarse en la enorme barriga que el abrigo no conseguía ocultar, tragó saliva al acordarse que esa partida de ajedrez suponía un propósito más grande: un futuro para otro ser, ni siquiera deseado pero ahora querido, eso sí, y por lo cual estaba dispuesta a luchar hasta el final.
Tardó en dormirse, cómplices el asiento incómodo y los pinchazos al vientre que no había dejado de notar desde la rueda de prensa
ahora no, ahora no — repetía.
Al amanecer las horas de sueño se contaban con los dedos de una mano, aunque el agotamiento físico nada pudiera comparado con el subidón de adrenalina que se apoderó de ella al acercarse al estanque del Profesor.
Vamos — habló en plural sin darse cuenta, se puso la capucha y se adentró por el camino al borde de la carretera M607.
El agujero más infecto de todo Madrid era el contexto donde en cuestión de minutos habría la confrontación con el objeto de sus conjeturas, no se lo podía creer, parecía una caza a la rata.
Tenía claras sus intenciones: sacarle todo el plan para luego entregarlo en bandeja, para que su condena ofreciera a las dos una salida, una salvación.
Por cierto, en la mochila llevaba de todo: cargadores, cuerdas, jeringuillas y botes de anestésicos, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa.
¡Por Nairobi! — estas palabras resonaron para todo el estanque mientras Alicia silenciosamente subía por las escaleras.
Arriba sólo una puerta entreabierta la separaba de él, cogió el arma y se acercó.
El primer disparo hizo que el Profesor se sobresaltase, asustado dejó caer el intercomunicador y se levantó con las manos en alto.
Sin dejar de apuntarle, Alicia dio uno y otro paso adelante, quitándose lentamente la capucha. Percibía la respiración agitada de su adversario y eso casi le ponía, sonrió satisfecha
— Jaque mate, hijo de puta
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Peligro de derrumbe
FanfictionTras contar la verdad que más le duele, por momentos la careta de negociadora sin escrúpulos de Alícia Sierra se viene abajo y ahí queda expuesta, con ojos brillantes y un indisoluble nudo en la garganta, atrapada entre un pasado que ya le parece la...