- AMANECER DEL PRIMER DÍA -

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Salpicaban las ruedas del coche en la nublada y fría mañana de invierno. De pronto: estruendo, luces, frenesí, y finalmente, calma. Despierta nuestro joven protagonista.

- ¿Do-dónde estoy? ¿Dónde están mis padres?- Se preguntaba el niño. Estaba tumbado en la camilla de una habitación de hospital. Las luces estaban apagadas y no había nadie a su alrededor. Lo último que recordaba era estar en el coche con sus padres cuando salían de la ciudad para irse de vacaciones. Las palabras de su madre antes de marchar hacían eco en su mente: "¡Date prisa Ross, que luego tenemos que estar siempre esperándote!".

Por fin, se decide a abrir la puerta de aquella extraña sala. Una luz invade sus ojos, y cuando alcanza a observar, se queda completamente atónito. Un prado infinito, de la hierba más verde que jamás había visto, cubierto por un hermoso cielo, de un azul turquesa, cristalino, como si el mismo mar embovedara el firmamento. Ross no era capaz de articular palabra, no comprendía lo que había ocurrido. Sin embargo, empujado por su incesante curiosidad, decidió adentrarse en ese misterioso mundo.

Tras una larga caminata por las floridas colinas, el cansancio y la desesperación comenzaban a absorberlo. Quiso entonces parar a descansar bajo la sombra de un frondoso árbol.

- ¿Qué es este lugar? - decía entre sollozos - ¿Por qué estoy aquí? ¿Dónde están mis padres? ¿¡Qué se supone que debo hacer!?

- En primer lugar, dejar de llorar. - respondía una profunda voz con tono airoso desde las alturas del árbol.

Ross miró hacia arriba, y alcanzó a observar un gran búho, posado sobre una rama. Portaba plumaje de color marrón oscuro, unas cejas pobladas coronaban su confiada mirada. Presentaba una postura firme y elegante, como si de un imponente león se tratara.

- Mi nombre es Siqué. - le dijo el ave - ¿A qué viene esa cara, joven Ross? Ni que hubieras visto un fantasma.

- ¿Us-usted sabe mi nombre? - dijo el niño confundido, mientras se secaba las lágrimas - ¿Sabe cómo puedo salir de aquí?

- ¿Salir? Pero si acabas de entrar, ¿o no estabas ya dentro? - le decía Siqué, andándose por las ramas - En fin, supongo que te podré dar una pista, si no, no sería divertido. Recuerda:
"Tres días, para que la noche se cierna sobre el día, en el Monte del Destino, encontrarás la verdad".

Una vez dicho esto, el búho se preparó para alzar el vuelo, cuando Ross le replicó:

-¡Espera, no te vayas! ¿¡Qué significa eso!?

-¡No lo olvides joven Ross! ¡ha, ha, ha!- le dijo Siqué desde los cielos, mientras su risa se perdía en el viento.

Continuó Ross su camino, mientras seguía dándole vueltas a las palabras del búho. Dedujo el niño que aquel "Monte del destino" sería la única forma de encontrar a sus padres y salir de allí, y que posiblemente debía llegar en menos de tres días. No era mucho, pero es lo mejor que tenía. Lo primero sería entonces, encontrar a alguien que le diera indicaciones.

Capítulo 1 - Colinas ciegas

Comenzaba a oscurecer cuando al fin avistó una pequeña cabaña entre unas colinas. Se acercó a preguntar, y una pareja de ancianos abrió la puerta. Muy amablemente le invitaron a pasar la noche allí. Ross les agradeció de forma educada.

Una vez dentro, Ross apreció que la humilde morada de los ancianos estaba repleta de relojes. Relojes de pared, de bolsillo, de torre, de cuco... ¡Estaban por todas partes! Resulta que el anciano era relojero. No obstante, los relojes que fabricaba eran especiales, ya que en lugar de marcar la hora, marcaban los días.

Al caer la noche, los tres se dispusieron a cenar. El niño comía como si no hubiera un mañana. Los ancianos, mientras tanto, le contaron sobre su hijo, un valiente joven que había ido a combatir varios meses en una guerra en algún lugar lejano. La anciana estaba muy emocionada, ya que, al parecer, el día siguiente era la fecha de su regreso.

- ¡Por fin podré volver a abrazar a mi pequeño! ¡Mañana, el 2 de noviembre, volverá! ¿verdad cariño? - exclamaba ilusionada, mientras observaba el reloj de pared del salón, que marcaba el 1 de noviembre. El anciano guardó silencio.

Más tarde, estando Ross ya en la cama, un ruido en el piso de abajo lo despertó, por lo que decidió bajar a investigar. Se encontró al relojero, en medio de la oscuridad, dándole cuerda a uno de los relojes de pared.

- Cha-chaval... ¿qué haces aquí? Deberías estar en la cama... - decía el relojero titubeante - Ah... está bien, te diré la verdad. Lo cierto es que... nuestro hijo, se fue hace más de diez años. La guerra terminó, y él... nunca regresó. Pensé que mi esposa no soportaría tal pena. Es por eso que, cada noche, retrocedo todos y cada uno de los relojes un día, para que siempre guarde la esperanza de que vuelva... Por favor, te ruego que no le digas nada a ella, no podría soportar que... - el relojero no pudo continuar, un nudo se formó en su desgastada garganta, y lágrimas comenzaron a derramarse.

Ross, muy apenado por la situación del viejo, prometió no contar nada a su esposa.

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