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El amanecer había hecho su entrada triunfal aquella mañana, resplandeciendo como cada día, desde el comienzo de la existencia, iluminando todo aquello a lo que la luna pudo haberle traído oscuridad. Los cálidos rayos se colaban a travez de las ventanas, que como consecuencia, despertaban a más de uno, menos a cierto peli ceniza, que seguía durmiendo como todo un campeón gracias a su ceguera y que por más que el sol brillase, este no vería ni la claridad. Pocas cosas agradecía de haber perdido la vista, y esta era una de ellas. Había pasado dos años y medio desde el día del accidente, y si contabas cuando su ex esposo le había dado una pata por el culo, desechándolo como un vil perro, por no querer hacerse responsable de su esposo ciego; dos años y ocho meses. Por esa misma razón, estaba con un psicólogo, uno el cuál pensaba que estaba loco. ¿Por qué le buscaría un lado "positivo" a su ceguera de mierda? Lo más hilarante de la situación, es que en un momento de aburrimiento, si se puso a pensar verdaderamente en ello y llegó a la conclusión, de que en la mañana, por costumbre siempre se levantaba tan pronto el primer rayo de luz impactara su cara, sin importar haber dormido dos horas, pero ahora que lo único que percibía era la oscuridad y dormía con un aire acondicionado, no había manera en la que no se levantara hasta las doce del mediodía, y que estuviera deprimido no ayudaba.

Daba vueltas en una cama matrimonial vacía, todo se sentía tan frío, era duro acostumbrarse a la soledad cuando se estuvo muchos años acostumbrado a la calidez del cuerpo ajeno que se suponía iba a estar ahí siempre. Su ex esposo se había marchado dejando la mayoría de todas sus pertenencias atrás, junto a los papeles del divorcio y uno que otro acuerdo firmado sobre que le dejaba todo a su nombre. Si bien no tenía nada que ver con la marina, trabaja en una empresa familiar, que a sus dos años de casados él había asumido el mando, así que era asquerosamente  millonario. Razón suficiente para mandar a la mierda todo y mudarse lo más lejos que pudiese de lo que alguna vez pudo llamar hogar, llegando así a un edificio de apartamentos. No tenía tanto dinero como su ex, pero sí podía decirse que era un hombre con dinero gracias a sus años de servicio por su país. Kirishima lo había ayudado a elegir su nuevo hogar, y junto a Mina, Hanta y Denki pudo donar todas las pertenencias de la escoria, a personas de bajos recursos. Escuchar la risa de una familia pobre, recibir con alegría nuevos juegos de cuarto, llenar su cocina de comida y ropa nueva lo hizo sentirse un poco mejor. Incluso se permitió el recibir abrazos, aun cuando no es de su agrado el contacto físico, pero la verdad, es que sentir el aprecio de esas personas sin importar que estuviese ciego y con una cicatriz en el rostro, lo hizo sentirse tan bien, que dolía.

Un largo suspiro brotó a través de sus labios y con algo de pereza se levantó de esa fría y solitaria cama. Su perro guía, un Pastor Alemán de azabache pelaje hizo su entrada a la habitación, agachando su cuerpo para pasar por una puertita hecha para él. El apartamento era nuevo, así que aun no lo memorizaba del todo, por lo que necesitaba la ayuda del can.

— Bien, bola de pelos, llévame al baño — demandó y tanteando por la espalda del can, atrapó entre sus dedos la pequeña correa y se dejó guiar. — Buen chico — acarició su cabeza para luego voltearse y tantear por el lavamanos, hasta toparse con un vaso en el cual cargaba con su cepillo y pasta para los dientes. Su guía le contestó con un ladrido, amaba que le dijera que era un buen chico.

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Aquí está el primer capítulo, es corto, pero a medida que vaya subiendo capítulos estos se harán más largos. Tengo pensado hacerlo una historia corta, pero el futuro no está escrito en piedra, así que dejaré todo simplemente fluir.

¡Gracias por darle una oportunidad a esta historia! Literalmente se creó en mi cabeza en uno de mis tantos viajes astrales xD

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Cita... ¿a ciegas? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora