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Desde que se había mudado a su nuevo apartamento, no había tenido muchas visitas salvo las de sus únicos cuatro amigos y padres, que por cierto estos últimos, cada que podían le daban un recorrido por el lugar. Los dejaba ser, sabedor de que aquel gesto los dejaba tranquilos una vez partían, aunque se sentía un poco impotente, ya que siempre se ha identificado como una persona completamente independiente. Su peludo amigo siempre estaba atento a cada mínimo movimiento, lanzando ladridos si había algún objeto que pudiera causarle daño a su humano. Esos eran los únicos ruidos que habían en su nuevo hogar.

Todo se sentía tan vacío cuando estaba a solas, su ex-esposo era un ruidoso incorregible, siempre riendo de aquí por allá, gritando en lugar de hablar como una persona normal. Un comediante sin paga, el tipo. El cenizo siempre estuvo cada vez que él necesitara que estuviese ahí, aun sin pedírselo. ¿Entonces qué pasó? ¿Qué hizo mal para que ya no quisiera estar a su lado? No fue su culpa que en su deber ocurriera ese nefasto accidente, no fue su culpa el haber quedado ciego, maldición.

Él solo hacía su trabajo, como todo el resto del escuadrón. Lastimosamente varios de su equipo no salieron ilesos, los dos más cercanos terminaron con cicatrices en sus rostros y pérdidas de sus brazos (no completos al menos) que al ser los que sujetaban algunos de los instrumentos. Fue una suerte que no perdiera parte de sus brazos también, se encontraba buscando unas pinzas que romperían el cable para que la bomba no explotara. Al levantar la cabeza, un poco alejado de la bomba, esta detonó. Perdió en su misión, al igual que casi su vida y la de su equipo. Jamás se iba a perdonar por eso.

Golpeó la mesa en la que se encontraba, frustrado lanzó todo lo que esta contenía al suelo. Los gritos no se hicieron esperar, los ladridos de su perro guía tampoco. No podía con ese dolor en su pecho, sentía que lo estaba consumiendo poco a poco, estaba harto. No había ni un solo día en el que deseara estar muerto. La culpa lo carcomía por dentro, él siempre en medida de lo posible intentaba encargarse de su trabajo solo, ojalá no hubiera aceptado que dos novatos lo acompañasen esa vez, les había jodido la vida para siempre. De seguro ahora lo odiaban, y estaban en todo su maldito derecho, él debía protegerlos y no hizo un buen trabajo.

Después de todo su desastre, cayó de rodillas al suelo, gruesas lágrimas escapaban de sus ojos cegados y de su boca escapaban fuertes sollozos. Se dejó caer al suelo, no podía más, no tenía las fuerzas para mantenerse en pie. No quería estarlo. Solo quería estar rodeado por los brazos de su estúpido ex-esposo, pero él tampoco estaba, lo abandonó, debía aceptarlo de una maldita vez; superarlo.

— ¡Bien chicos, eso es todo por hoy! — musitó Mina, maestra y directora de la academia de baile, mientras hablaba por teléfono

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— ¡Bien chicos, eso es todo por hoy! — musitó Mina, maestra y directora de la academia de baile, mientras hablaba por teléfono. Su rostro expresaba preocupación en su máximo esplendor. 

Todos se miraron entre sí, aun faltaba una hora y media de clases, apenas estaban comenzando con el calentamiento.

— Sí, estaré ahí lo más pronto posible... Entiendo, no se preocupe, tengo la llave maestra, yo me encargo. Muchas gracias por avisarme.

Cita... ¿a ciegas? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora