CAPÍTULO I

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ANET

Jazz.

La mansión de mi madre se inundaba cada mañana de este gran género musical. Tenía la dicha de que mi padre resultó ser un famoso jazzista, bueno... En realidad, es un gran músico al cual desde niña eh querido seguir sus pasos pero, como era costumbre de mi madre oponerse a todo lo que me gustaba, me lo impide cada que se le da maldita gana.

—Anet, cariño hoy en la tarde quiero q tengas todo preparado nos iremos a Estados Unidos, mañana a primera hora.

Estábamos las dos sentadas en el comedor desayunando, ella en una punta y yo en la otra, tendíamos a discutir diariamente —descartando  que nuestra relación madre e hija, no es la mejor—. Tener que escuchar sus palabras termino cerrando mi apetito, si es que tuve alguno.

Conecte mi mirada con sus ojos verdes, a pesar de no ser la mejor madre, siempre quería lo mejor para mí y eso la hacia creer que convertirme en abogada sería un buen futuro. Lo es. Pero no para mí. Yo tenía mi concentración en otra cosa y es lo que eh estado estudiando desde niña.

—Mamá no sé cuántas veces te he dicho que no quiero esto, que mis sueños son seguir los pasos de...

No me dejó terminar, cuando levantó la mano para que hiciera silencio.

—No menciones a ese hombre bajo mi techo, conoces bien, que en mi presencia nadie habla sobre el —me reprochó.

Dos palabras y ya la hiciste enojar. Te superas cada día.

Ese tono de firmeza y molestia en su voz, se había convertido en mi pan de cada día. Tengo ese tono martillando me los tímpanos desde que conté que no quería ser como ella y eso provocó que la madre orgullosa de su hija, se extinguiera.

—Si, mamá —dije finalmente.

—Bien, ahora, termina tu desayuno, no quiero discutir con mi única hija —dijo, resaltando sus últimas palabras—. Y otra cosa más. No más temas sobre tus estudios de música. Déjalos de lado el saxofón los dejas aquí, te quiero cien por ciento concentrada en tus estudios de abogacía.

Asentí a modo de respuesta, que se creyera que lo dejaría. Como si tengo que esconderlo, pero de Francia yo no me voy sin mi saxofón. Dejo todo pero lo que me gusta se va conmigo.

El sonido de las puertas del comedor siendo abiertas llamo la atención de amabas y detrás de las puertas apareció la mano derecha y mejor amiga de mi madre Layka Ferrer.

Su larga melena castaña la traía recogida en una coleta alta, vestía unos pantalones beige estilo campana, que combinaban con su aura elegante y fresca, una blusa blanca apedreada que resaltaba su piel morena y combinaba con el par de aros de oro blanco que colgaban de sus orejas.

El sonido de sus tacones sonaron hasta llegar donde mi madre y saludarla con un abrazo.

—¿Llego tarde para el desayuno? —mantenía una sonrisa que ayudaba a iluminar su rostro.

—Claro que no tía —desde niña solía decirle así y ya era mi costumbre—. Mamá y yo solo conversábamos.

—Me alegra y a la vez no, ustedes conversando significa pelea.

La sonrisa de mi madre voló junto con el viento al escuchar eso, a pesar de que conocía, la verdad no le gustaba que otras personas opinaran sobre la relación q llevábamos ella y yo.

—Es como somos —zanjó la mujer de mirada esmeralda frente a mi.

—Mamá, he terminado si me dieras el permiso de irme a preparar las maletas. Lo agradecería —sonriente deje de lado los cubiertos que había utilizado para comer los waffles que tuvimos esta vez para desayunar.

Distorsionada Sinfonía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora