Capítulo 4

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Notas del(a) Autor(a): No hay motivo para que continúen separados.

Reitero, Kooljack1 es increíble y la razón de todo esto. TayoAnn fue tan maravillosa(o) como para editar y, solo por eso, ¡merece más de tres hurras!

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La noche después de que Hannibal se fue, Will inventó mil excusas para no volver a casa hasta que no tuvo otra opción. Ni la entusiasmada bienvenida de sus perros lo animó, los dejó salir y esperó, cuando le suplicaron que los acariciara —golpeando su mano con sus cabezas—, solo pudo darles una vana caricia.

La cama parecía demasiado grande y vacía, la idea de dormir en el sofá lo tentó, pero también tenía su pizca de recuerdos dolorosos. Las pesadillas estaban libres para acosarlo y no podía buscar consuelo en Hannibal que, aunque dañado, estaba lúcido, cerca y... era suyo. Se reprendió, Hannibal no era un perro callejero que había recogido en la carretera, era un hombre que había sido coartado de su libertad que merecía ser libre y estar con su familia, estaba siendo egoísta por desear tenerlo a su lado.

Al acostarse, se encontró con un dibujo en su almohada que le quitó el aliento, si bien nunca lo había visto reflejado en el espejo, era su retrato hecho con gran cuidado y bellamente decorado: estaba dormido en la cama, con las sábanas enredadas en la cintura, el cabello alborotado y con su habitual expresión desaliñada, de alguna manera todo armonizaba. Si bien sabía que no era feo, la belleza del dibujo era tan impresionante como para ser él, así era como Hannibal lo veía, por eso se lo había dejado; a falta de palabras, tal vez el hombre mayor pensó que sus caricias no habían sido suficientes para darse a entender. Por un momento, Will quiso romperlo, no lo necesitaba, lo que quería era a Hannibal, aunque se conformaría con verlo en papel. No tenía nada de él, no había dejado vestigio de que había estado ahí, tampoco había pruebas de que alguna vez estuvieron juntos, todo lo que tenía era el dibujo y la empatía que le permitía imaginar lo que sintió al esbozarlo al amanecer.

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En el avión, una niña empezó a llorar cuando Hannibal pasó junto a ella, camino a su asiento una fila detrás, la madre hizo todo lo posible para tranquilizarla, incluso le dijo que era una máscara en un tono suave y bajo para no ofenderlo. Hannibal hizo una nota mental para conseguir un parche lo antes posible, a Will nunca le había importado, así que no se había preocupado por cubrir su ojo.

A pesar de todo, el llanto de la niña le era distante, sus pensamientos estaban con el joven agente, podía olerlo en su camisa. Cerró los ojos y lo visualizó en calzoncillos, rizos desordenados, con la cabeza en su regazo, leía los documentos que había traído del trabajo, mordiendo el extremo de la pluma, negaba con la cabeza y mascullaba sobre sus estudiantes, en tanto él se dedicaba a rozar las sienes del joven con la punta de los dedos para desaparecer la tensión. El recuerdo lo hizo sonreír a la par que una punzada de dolor se hizo presente, sorprendiéndolo, sabía que lo extrañaría, pero no sabía cuánto.

Reconoció a sus tíos por la fotografía que la agente Katz le había dado. Cuando intentaron abrazarlo se puso rígido y, en el momento que quisieron tocar su rostro, se alejó. La decepción se vio reflejada en sus rostros al darse cuenta de que no era el niño de ocho años que habían estado buscando, sobre todo su tío, había estado esperando al sobrino de las fotografías que su cuñada le había enviado a escondidas. En vez de un niño, un hombre roto y vacío, sin duda peligroso, estaba parado frente a ellos, si tan solo lo hubieran encontrado antes...

La frustración se adueñó de Hannibal cuando le hablaron como si fuera un niño con problemas de aprendizaje, era mudo y, si bien había recibido demasiados golpes en la cabeza, no era estúpido. Echaba de menos la manera en que Will podía comprenderlo.

El esplendor del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora