|23|

204 32 25
                                    

Aquella confesión me dejó sin palabras. No sabía qué decir. Él solo me miraba expectante.

- ¿Quieres que te crea después de todo lo que me has dicho? - solté. Mi desconfianza era obvia.

- Sé que hice las cosas mal y te lastimé demasiado, pero dame una oportunidad para borrar de tu mente todas esas actitudes de mierda - dijo acariciando mi rostro.

- ¿Cuándo empezaste a sentir eso por mí? - la curiosidad me invadía.

- Desde que te vi a lo ojos por primera vez - mi corazón comenzó agitarse demasiado rápido.

- ¿Aquel día en el jardín? ¿Cuando Carlos me molestaba con la araña? - pregunté recordando, con los sentimientos a flor de piel.

- Mucho antes, durante el entierro de mamá - respondió - traías un vestido oscuro y te sentaste a mi lado mientras todos les daban las condolencias a mi padre.

¿Era él? ¿Cómo olvidé ese momento? Solo tenía 6 años y mi mente lo había dejado aislado, porque no nunca supe que aquel niño, era Pol. De echo, no recordaba mi presencia en ese entierro, hasta que él lo mencionó.

Por mi mente comenzaron a transitar imágenes borrosas, voces lejanas, hasta que recordé específicamente ese encuentro.

Veía demasiadas personas y no entendía por qué estábamos allí. Me separé del tumulto, y detecté a un niño sentado en un banco alejado - ¿Querrá jugar al escondite? - pensé entusiasmada. Me acerqué dando saltitos, sentándome a su lado.

- Hola - dije con mi chillona voz y él no levantó la cabeza - ¿Tampoco quieres estar aquí?

- No, no quiero - respondió entre sollozos.

- ¿Por qué lloras? ¿Te caiste? - pregunté colocando mi manita en su espalda.

- Extraño a mamá - susurró con la voz en un hilo.

- Yo también extraño a mi papá - contesté con cierta tristeza - lleva demasiado tiempo de viaje. Pero no te sientas mal, seguro vuelve pronto.

- ¿Tu crees? - preguntó manteniendo la cabeza gacha.

- Las mamás y los papás jamás abandonan a sus hijos - la inocencia de mis palabras reflejaban claramente mi desconocimiento sobre lo sucedido.

Sentí la voz de mi madre llamándome.

- Me tengo que ir - le dije - seguramente mis renacuajos tendrán hambre.

- ¿Renacuajos? - inquirió - ¿Qué son?

- Son ranitas bebés - respondí emocionada - ya quiero que crezcan. Adiós.

Por primera vez levantó la cabeza, recordé como me observaba con sus cristalizados ojos celestes y una pequeña sonrisa, no pude memorizar su cara, sólo la había visto par de segundos pero fueron suficientes para obsesionarme con esa mirada. Por ello cuando lo ví por segunda vez, a pesar de no reconocerlo, me cautivaron sus ojos. Aquel día en el cementerio, antes de irme corriendo expresó:

- Adiós renacuajo.

Dejé escapar una risa melancólica. Ese fue el inicio de todo y lo había olvidado hasta que hace dos minutos.

- ¿De qué te ríes? - preguntó Pol curioso.

- De mi mala memoria.

- Dame un beso - pidió recortando el espacio entre los dos.

- Aún no te he dicho que sí - comenté mordiendo mi labio inferior.

- No hagas eso - dijo con la voz ronca.

Ojos CelestesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora