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Capítulo 2: Buena voluntad

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Sabina en serio desmontó la puerta de su cuarto. Parece que es muy hábil con las herramientas. Supongo que esa es una buena cualidad para una compañera de piso. Ya sé que puedo pedirle el favor de que me ayude a armar los mueblecitos de IKEA cuando tenga que expandir mis opciones de closet... ja ja.

Lo sé, no es tan gracioso.

Como sea, el que Sabina sea tan creativa es algo muy positivo. Quizás no empezamos tal cual lo imaginé, pero cuando la conozca mejor, de seguro no va tan mal la cosa. No sé cuánto tiempo pasará hasta entonces, ya que no me ha contado gran cosa de su vida todavía. Por ahora solo sé que es de Polonia, que estudia Filosofía, y que le gustan los gatos.

También sé que detesta el tocino, y cuando detesta, me refiero a odio absoluto en su forma más visceral posible. Lo descubrí esta mañana cuando casi se muere de un infarto al ver mi bandeja de tocineta cruda en el refrigerador.

«Primero fue la leche, y después la tocineta... ¡Bravo, Érika! ¡Sigue así, sumando puntos!».

Mmm, en ese momento no me dijo nada, pero bastó una mirada para ver la indignación y la tristeza. Cuando cerró la puerta de la nevera, murmuró algo para sí misma en polaco, pero si tuviera que adivinar qué fue, diría sin dudar que dijo: «descansa en paz, amiguito...».

O algo así...

«En mi defensa, el cerdo es delicioso, pero, como sea...».

Efectivamente, en vez de puerta, en la entrada de su habitación ahora hay una cortina de colores llamativos (quizás un poco estrambótica), de esas que tienen las gitanas que leen cartas o cosas así. Pero como ya dije, nunca he sido muy amante de la fantasía y de esos temas.

Sigo sin saber qué rayos es ese olor, sin embargo, desde que Sabina llegó, flota en el apartamento como un aura oscura y siniestra... o eso diría ella de seguro. El calor es infernal, pero el olor lo hace aún peor. Hoy volví a limpiar para encontrar su origen, pero por más que busco, no logro descifrar de dónde viene...

Es tan fuerte que se siente incluso por encima del incienso que Sabi dejó encendido antes de salir a hacer sus compras. Y sí, ahora le digo Sabi a veces para ir agarrándole cada vez más cariño, o así dijo mi cerebro que hiciera. Esperemos que esté en lo cierto, ¡pero como sea!, en la mañana le pedí que me ayudara a limpiar un poco, y ella solo dijo: «No hace falta, hermana», y se alistó para salir.

A ver, no puedo decir que aquello no me molestara un poco, pero está bien... Quizás es solo que Sabi es un poco relajada con la vida y ya. Tampoco es como que yo quiera ser una dictadora de la limpieza. Yo y yo las dictaduras no nos llevamos muy bien que digamos.

Lo que sí me tiene un poco mal es la regla de conservación medioambiental que Sabina me hizo prometerle que cumpliría: es decir, cero aire acondicionado, y vaya qué hace calor. Lo juro, jamás pensé que en el Mediterráneo haría tanto calor. ¡Estoy empezando a reconsiderar la relevancia de esa promesa, en serio! Si la temperatura sigue así, terminaré encendiendo el aire y punto...

«Lo siento por los osos polares. Yo también tengo derechos...».

Aunque... ¿y qué si Sabi tiene razón y por prender el aire acondicionado el clima empeora y el calor aumenta? ¿Paradójico, eh? Quizás demasiado para una tarde calurosa sin aire acondicionado.

La puerta del balcón y las ventanas están abiertas, y por suerte, cada cuanto entra la brisa fresca del mar. Hasta ahora, lo más chévere que ha pasado con Sabina ha sido conocer a Coco. ¡Resultó ser una muy buena compañera...!

Quizás si le tomo una foto mi mamá podría decirme qué planta es. Lo cierto es que es bonita; ¡me da curiosidad! Rápidamente, agarro mi teléfono, camino hasta la esquina donde Sabina la dejó y ¡snap! Foto contigo... ¡Ay, no puedo evitar reírme al darme cuenta de que ya estoy dándole vida a los objetos como mi compañera de piso!

¡Nudista a la vista!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora