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Capítulo 5: Colegas

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¿Alguna vez han visitado el Louvre? Yo tampoco, pero estoy segura de que debe verse igual a como se ven los pasillos de la Ecce Homo...

A este punto no sé qué me tiene más embobada, si la universidad, el carnet que llevo en la mano (y que estoy a punto de borrar mentalmente de tanto mirarlo), o la voz profunda del doctor Moguel, quien, por cierto, va caminando conmigo. No ha dejado de hablar de cosas de las que no tengo idea... Aun así, con gusto me gustaría escuchar su voz hasta quedarme dormida.

«¡Érika, cálmate un poco! Este señor podría ser tu padre...», me reprocha mi cerebro indignado. Yo tengo solo una cosita para decirle: «Cállate las neuronas que no me dejas soñar despierta, necio...».

—Es muy bonito todo, ¿verdad?

Cuando giro la cabeza para mirarlo me encuentro de frente con sus bonitos ojos oscuros sonriéndome detrás del cristal de sus gafas.

—Ahh... Algo me dice que no has escuchado nada de lo que te he dicho.

—No, por favor, discúlpeme, es solo que esto...

No puedo evitar bajar la mirada y fijarme una vez más en el carnet en mis manos. Él sonríe con paciencia.

—No tienes que disculparte conmigo, Érika, descuida. Apenas tienes veinte años. Puedo entender perfectamente lo abrumador que debe ser para ti todo esto... Pero, en serio, por favor... recuerda tutearme. No me gusta sentirme superior a las demás personas.

Yo le asiento entusiasmada. Qué respuesta tan bonita.

—¿Hace cuánto te graduaste?

—Técnicamente hace un año, pero el acto oficial no fue sino hasta este enero, así que solo llevo seis meses con el título.

—Vaya, no perdiste nada de tiempo entonces...

—Sí, así es. No había tiempo qué perder. Gracias, por... ya sabes, ser tan agradable conmigo.

Él no dice nada de inmediato. Tan solo me sonríe apretando sus labios en un gesto de calma y desvía su mirada por unos segundos hacia el paisaje que nos acompaña por el este.

—Bueno, será mejor que no te siga quitando más tiempo. Tienes muchas cosas que hacer antes de que nos veamos mañana otra vez...

¡Tiene un acento tan lindo, por Dios! Érika, ¿acaso podrías ser más afortunada? Ya solo el hecho de haber podido hablar con alguien en español ha hecho que todo este rato sea tan agradable... Y bueno, tratándose de Jorge, mucho más. Es realmente un hombre de lo más simpático.

—Recuerda, mi oficina está en el ala docente del edificio de la facultad de ciencias de la salud. Justo en el primer piso, oficina 212. Como las clases no comienzan sino hasta las nueve, con que llegues a las ocho para discutir un poco la clase y preparar las cosas va a estar bien —saca su billetera y me entrega una tarjeta de presentación—. Aquí está mi teléfono y mi correo electrónico. Por favor, escríbeme apenas puedas para ir sincronizándonos.

«Se refiere a cosas estrictamente profesionales, Érika... No vayas a pensar mal. Te lo prohíbo», me advierte mi cerebro, pero ya es demasiado tarde. Al menos déjame soñar con una cita romántica bajo este clima tan agradable, eh.

Estiro mi mano para tomar la tarjeta y quizás por estar ensoñando tanto recuerdo que llevo dos pedazos de torta en mi bolso. Como Jorge ha sido tan agradable conmigo, sería buena idea obsequiarle un trozo. Rápidamente, lo busco y lo extiendo en su dirección con una mirada que espero no delate mis verdaderas intenciones. Él observa con diversión mientras inspecciona mi regalo.

—¡Es pastel! —ríe sorprendido—. ¿Lo hiciste tú?

—Algo así —digo tratando de sonar despreocupada—. Pero sí... lo hice yo. Tiene leche, por cierto... y merengue hecho de huevo. Espero que eso no sea un inconveniente.

Chale, Érika, para nada... Muchas gracias.

¡Phew!

«Por lo menos este sí come leche... No, que digo, por lo menos sí come huevos. Ehm... Ay, lo que sea...».

—A la orden. Si te gusta, no dudes en pedirme más —le digo con la esperanza de que asienta.

—Por supuesto —se ríe—. Será un placer. Recuerda, nos vemos mañana a las ocho. Que tengas un bonito día.

—Igual tú...

Esto último lo digo tan suave y tan tarde que dudo que me haya escuchado en realidad. No debe tener más de cincuenta años, pero, por alguna razón, eso solo lo hace más atractivo. Pero como sea, basta de Jorge. Hay mucho por hacer...

No solo soy oficialmente alumna de la Ecce Homo, sino que también soy una empleada más de la universidad... Y aunque quizás no será fácil, sé que todo va a estar bien. No sería mala idea comenzar a ir pensando algo para el Trabajo Final de Grado de aquí a unas pocas semanas, además, claro, de disfrutar de la estadía.

A ver... ¿Qué podríamos hacer ahora? ¡Cierto, retirar la laptop! Por suerte no estoy muy lejos. Me toma apenas un par de minutos llegar al edificio administrativo número cuatro, donde están las oficinas de los Departamentos de Residencia y de Recursos. Voy subiendo las escaleras en dirección al depósito para retirar mi nueva máquina con una gran sonrisa en el rostro.

¡¿Acaso la vida podría ser más perfecta?!

¡Qué les puedo decir: estoy muy feliz! Las cosas ya no son ni un poquito como eran antes...



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