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Rosalinda.


                    El vuelo fue interesante. Dede se arrepentía de haber dejado a Dami en Francia, Mel estaba muy enfadada con su hermano y yo me lamentaba porque solo lo habíamos dejado allí. Venga ya, podríamos haber hecho algo más jugoso, ¿no?

— Sigo pensando que teníamos que haberlo atado al sillón para que no pudiera salir del camerino hasta que los de limpieza fuesen a hacer su trabajo.

— ¿Qué dices? Pobrecito. Ya me estoy arrepintiendo de haberlo dejado allí.

Resoplé como respuesta.

— Anda, madura ya —murmuró Dede. Estaba claro que no entraba en sus planes que yo la escuchara.

— ¿Perdona?

— No te perdono.

Volví a resoplar y me ajusté las gafas de sol antes de levantarme e ir a por otra copa. Vi mi reflejo en uno de los espejos que decoraban el interior del avión y me asusté un poco: tenía la melena rubia completamente despeinada, parecía un león. Me dio igual.

Mel estaba ensimismada, también con sus gafas de sol puestas y dándole vueltas a la copa que sostenía en una mano. Pude ver cómo intentaba contenerse y no beber, pero al final siempre acababa dándole otro sorbo. Puto Damián. Será capullo. Anda que decirle eso a su hermana...

Cuando nos bajamos del avión y salimos a la zona común, el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas estaba repleto de carteles con el nombre del grupo, VESTA, o con fotos nuestras. Vi cómo Mel se calaba más la gorra que llevaba y resoplaba, mientras Mercedes levantaba la barbilla con elegancia y dejaba que algunas chicas se acercasen a ellas para hacerse una foto o conseguir un autógrafo. Un chico bastante joven se pegó a ella como una lapa y tuve que resistir el impulso de ir hasta él y darle un guantazo. Suerte que a mí también me habían rodeado.

Mel consiguió escapar poniendo mala cara a quien se le acercaba.

Cuando por fin salimos a la zona de los aparcamientos, lo vi de lejos. Una cabellera dorada, rizada y lo suficientemente larga como para que algunos mechones llegasen hasta los ojos de su dueño brillaba a lo lejos. Él estaba apoyado contra viejo coche negro con varios arañazos. Cuando me vio, le dirigí una sonrisa pícara.

— Gonzalo —suspiró Melania a mi lado con gran alivio.

Mi hermano abrió los brazos y nos acogió a las dos en ellos. Aspiré su olor a menta y desodorante y me sentí de nuevo en casa. Esa sensación se incrementó al escuchar a Mel:

— Mmm. Te he echado de menos.

Mel y Gonzalo eran un equipo. De hecho, yo las conocí a ella y a Dede gracias a él. Gonzalo y Melania habían sido mejores amigos desde hacía ya años cuando me la presentó. Se habían conocido en una fiesta y, después de follar varias veces en la misma noche, se volvieron inseparables. Yo estaba segura de que seguían follando de vez en cuando, para desfogarse, pero no había sentimientos de por medio. O al menos eso esperaba, por el bien de mi hermano, porque todos sabíamos que Melania había hecho un voto en contra del amor.

el arte de NO engañar al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora