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Damián.


                     Cuando di el último golpe contra el platillo, el que despidió el concierto y también la gira en Francia de ese año, el público entró en cólera. Mel y Linda se miraron entre ellas y luego miraron a Dede. Las tres se fundieron en un abrazo y se pusieron a pegar saltos sobre el escenario. Yo tardé en unirme.

No creáis que no estaba contento. Llevábamos cinco años como grupo de música reconocido, dos de ellos internacionalmente. Después de dos años dando tumbos e intentando llegar lejos con música que no era nuestra, lo conseguimos. No fue algo fácil y no lo ha conseguido nadie más. Desde luego, estaba contento por haber llegado al final de aquella gira, una gira más.

Pero mi mente estaba en otro lugar, en unos ojos de color miel que me moría de ganas por ver de nuevo y que ojalá hubiesen estado ahí, entre el público, clavados en mí. Pero no, estaban esperándome en Madrid.

Cuando me di cuenta de que las tres me miraban algo confundidas, lancé una de las baquetas al aire y la recuperé con agilidad. Luego me fui hacia ellas y con un grito de triunfo que secundó el público, cogí a Mel por la cintura y la elevé, girando sobre mí mismo. Linda y Dede dieron las gracias en un francés chapucero y el público siguió gritando.

Finalmente, bajamos del escenario y las luces del estadio se encendieron, invitando al público a abandonar el recinto.

— ¡Por fin! —exclamó Linda dejándose caer sobre uno de los sillones que había en el camerino.

La vi cruzarse, para sacar las piernas por uno de los apoyabrazos y apoyar la espalda en el otro. Se quitó la camiseta que llevaba y se quedó en sujetador, mirando al techo. Me lancé directo a por el cojín de otro de los sofás para tirárselo a la cara.

— Ni se te ocurra —me advirtió cabeza abajo.

— Aguafiestas.

Me dejé caer en el sofá y alcancé una cerveza de la nevera, a la que conseguí llegar estirándome mucho sin tener que levantarme. Linda era como una hermana mayor para mí. La conocí hace siete años, cuando Mel la trajo a casa junto a Dede y se empeñó en crear una banda. Me pidieron que fuese el batería. Por aquel entonces, yo tenía diecisiete años y cosas más importantes en las que pensar, así que fui lo suficientemente estúpido como para decirle que no. Pero ellas tres no se rindieron, y se reunían todos los sábados y domingos en el garaje de casa para crear versiones de canciones que les gustaban, con Mel como vocalista, Linda a la guitarra y Dede con el bajo.

La verdad es que les salvé la vida. Sin mí hubiesen estado perdidas, porque sonaban fatal. Les faltaba coordinación y una batería, yo les di las dos cosas. Pero no le digáis esto a Mel, ella os diría que yo caí rendido a sus pies cuando las escuché y me di cuenta de que era una gran oportunidad para mí. Eso es mentira, os lo juro.

el arte de NO engañar al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora