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Mercedes.


                        Miré el techo de mi habitación en la suite y solté un suspiro lastimero de anticipación al día que me quedaba por delante. Era el último día de la gira en Francia y yo, sinceramente, no tenía ni pizca de ganas. No me malinterpretéis, me encantaba mi papel en la banda: bajista, corista y representante. Sí, yo era mi propia representante y la de todo el grupo, porque me gustaba hacer las cosas por mí misma, tener el control. Pero estaba agotada.

¿Sabéis? Por mucho que nos guste algo, por mucho que sea nuestra pasión, cuando se convierte en una obligación, se vuelve demasiado repetitivo y ya no es tan bonito. O no. Quizás era solo cosa mía.

Me levanté de la cama con un gruñido y miré la hora en el móvil. Eran las nueve de la mañana. Casi, volví a lanzarme a la cama. Casi. En su lugar, me aseguré de que tenía bien puesto el camisón blanco y me recogí los pequeños rizos de mi enorme melena en un moño desenfadado en la coronilla y salí de la habitación bostezando y empezando a darle vueltas ya a todo lo que tenía que hacer.

Pero en seguida me obligué a apartar la larga lista de tareas de mi cabeza. Solo eran las nueve de la mañana. Me merecía un café súper frío y una buena tostada con aceite y sal antes de empezar a trabajar.

Fui de cabeza a la cocina. Casi podía saborear ya el café cuando abrí la puerta y me encontré con un culo metido en unas bragas minúsculas y con una camiseta que era lo suficientemente corta para dejar algunos centímetros de piel desnuda sobre esas bragas. Fruncí el ceño. ¿De quién era ese culo? No me sonaba.

Levanté la vista y me encontré con una cabellera azul eléctrico a la altura de unos hombros que se mantenían rectos y erguidos. ¿Qué coño?

— ¿Y tú quién eres?

La chica dio un bote y se dio la vuelta para enfrentarme. Llevaba una botella de leche en una mano y con la otra sujetaba la puerta abierta de la nevera. Sus ojos verdes me miraron como si acabase de ser descubierta en la escena de un crimen. Sin poder evitarlo, recorrí su cuerpo con la mirada. Tragué saliva al fijarme en sus piernas largas, blancas y fuertes.

— Yo... —comenzó a hablar la chica, pero una voz chillona la interrumpió.

— Adrienne, mon amour, estás tardando much... Oh. Hola, Dede.

Los labios rosados y brillantes de Linda, que acababa de entrar en la cocina, se curvaron en una sonrisa pícara antes de acercarse a la chica y darle una palmada en el culo. Esta respondió dándole un lametón en la mejilla.

el arte de NO engañar al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora